Deportes y juegos:
Las distracciones se reducían a jugar a los dados, la perinola, a las cartas, o a un juego con una pelota llamado pilma, y en ejercitarse en el modo de batallar y en correr parejas a caballo.
En un reportaje realizado el 06/01/1994 a Victoria Isabel Álvarez, ésta dijo:
“Yo le preguntaba a mi madre: Vos, cuando eras chica ¿Tenías juguetes? ¡Claro que sí!, me respondía; y me explicaba que a las niñas tehuelches les encantaba seleccionar los huesitos más blancos de los animales muertos y tirados en el campo hacía mucho tiempo. Con ellos formaban figuras y muñequitos y se entretenían horas y horas. Juntaban también piedras de variados colores (…) con ellas aprendían a contar”.
Lenguaje, ciencias y artes:
En las palabras que empleaban colocaban, unían y conservaban las distintas raíces cortadas que componían la palabra larga. Como ejemplo de ello, Hughes toma la palabra tehuelche “Ytomkes”, que significa “no comprendo”. “Esta palabra se compone de lo siguiente: la primera sílaba Yt de la raíz Ya (yo), suprimida la a, la consonante t de la raíz iti (no), con las dos vocales suprimidas, y la raíz completa Omkes (comprender). Hallamos entonces tres raíces Ya, iti, Omkes (yo, no, comprender), reunidas para formar la palabra Ytomkes (yo no comprendo)”. Tanto los tehuelches septentrionales como los meridionales tenían su propio lenguaje con sonidos guturales. En cuanto a las matemáticas, parecen haber llegado a contar hasta 1.000, cifra que llamaban “huarranca”.
Ramón Lista dice que entre los tehuelches meridionales el punto de referencia básico era la estrella Orión, cuya ubicación en el cielo a lo largo del año, permitía distinguir cada uno de los doce meses o “lunas”.
Según esta versión, reconocían cuatro estaciones durante el año, cuya duración dependía de los fenómenos climáticos, llamándolas según las características de cada una: así, al final del invierno lo denominaban “deshielo”, luego llegaba la estación de “pasto nuevo”, el verano era llamado estación “de los huevos de ñandú y de los guanacos chicos” y, finalmente, el ciclo anual se cerraba sin la transición otoñal con la larga “época de frío”, o sea, el invierno.
Cuenta Onelli haber apreciado que guardaban grasa en una bolsa y orina en otra para fijar los colores vegetales que usaban para teñir los tejidos.
Acompañaban sus ceremonias con instrumentos musicales tales como calabazas rellenas con piedritas, conchillas, flautas, koolo, etc. Para más datos, ver de este mismo pueblo la sección Industrias.
La música de los tehuelches era el viento. Sus estados de ánimo los predisponían a bailar de una forma o de otra; si sentían pena, el silencio era total.
Religión y mitos:

Lista informa al respecto que ” (…)es indudable que creen en la resurrección de los muertos, lo que se desprende fácilmente de su costumbre de enterrar los cuerpos en la actitud que tuvieron en el seno maternal, rodeándolos de aquellos objetos que pudieron necesitar al renacer en otra parte.
En época remota mataban sus perros; y al lado del cadáver se depositaban las armas, los utensilios y hasta el alimento de que debía echar mano al despertar de aquel más allá del océano misterioso en que vuelve a vivirse la vida penosa de la tierra, hasta el día en que el tehuelche se cuasi diviniza.
Dicen los ancianos que la bóveda celeste está poblada por sus antepasados purificados, y que en ella no conocen el dolor, ni aún la fatiga”.
Según De Agostini, eran muy supersticiosos porque: “Creían que las enfermedades eran debidas a un espíritu maligno, llamado Gualicho, al que para aplacarlo propiciarse su voluntad, se le debían ofrendar sacrificios de yeguas y prendas, aunque fueran de ínfimo valor” Al morir un familiar, concluían con todas las pertenencias del difunto, hasta con sus perros y alhajas.
Onelli presenció y participó palo de madera dura y un en un enterratorio: “(…) Un pedazo de viejo cajón de ginebra eran los utensilios que traían para abrir la fosa: (…) la más anciana de las indias extendió como mortaja un cuero de caballo, pintado en vivos colores, después desenvainó un cuchillo, y sin mirar el cadáver, cortando ligas y géneros lo desnudó completamente y lo envolvió en un gran pedazo de percal rojo que con ella había traído; entonces se levantó la mortaja; entre todos doblamos el cuerpo en la posición hierática exigida por la costumbre, la misma posición que tuvo en el claustro materno: que vuelva al infinito, como del infinito vino.
Fue duro trabajo; la espina dorsal rígida y más endurecida aún por la escarcha, no cedía a los esfuerzos; la más vieja, horrible como una bruja, usó resuelta su cuchillo; la espina dorsal cedió entonces y con un lazo el cuerpo fue atado en la posición requerida. El convoy ahora se dirigía al sepulcro: metido el cuerpo en la mortaja, la íbamos llevando penosamente hacia la fosa (…) De una bolsita de cuero una india sacó un puñado de tierra; (…) otro puñado de la tierra allí cavada, fue religiosamente guardado; después la pala y los pies de los enterradores allanaron bien pronto la fosa (…)”.
Los ancianos, hombres y mujeres, se dedicaban a la medicina y a la hechicería. Los muertos eran enterrados en posición horizontal en las cimas de las colinas, cubriendo las tumbas con piedras (chenques).
En cuanto a sus creencias, poseían un rico volumen de relatos, a los que dividían en ciclo cosmogónico, ciclo del héroe civilizador y ciclo de animales y plantas.
Los dioses tehuelches eran: Elal, Elengassen, Gáiau a Kena, Gamakia, Gamakiatsëm, Gualicho, Karrontken, Kárut, Keronkeuken, Kóoch, Noshtej, Seecho, Sintalk’n.