jueves, 23 de enero de 2025

Otra pareja de bandidos norteamericanos entra en escena luego de la desaparición de Cassidy y Sundance. Sus nombres: Bob Evans y William Wilson, a quienes más de una vez se los identificó con los primeros.

Sin embargo, con describir sus torpezas y recordad la brutal elementalidad que los caracterizó, se advertirá fácilmente que no había ninguna semejanza que permitiera confundirlos. Intervinieron además otros pistoleros, pero de menor relevancia, y sus apariciones fueron esporádicas.

Para esta época fue mayor la cantidad de vaqueros provenientes del Far west que se establecieron en el norte, a partir de 1875. Se desempeñaban con notable habilidad en su oficio, pero también eran observados con recelo, sobre todo en el norte santafesino, donde habían fundado las colonias California y Alejandra (ésta última, juntamente con inmigrantes suizos).

Los norteamericanos –William y Ben Moore, Simpson, Bayley, Taylor, Mac Lean, Colman, Nelson, Spencer, Griffin, Fortshire, Chapman, Pogh, Fort- de la colonia California y otros de Alejandra integraron una expedición que asoló la toldería indígena de Malabrigo porque los indios, según dijeron, habían robado caballos, matado a dos colonos y llevado a dos niños en cautiverio. Al regresar incendiaron y atacaron otras tolderías matando en represalia, mujeres y niños y cuanto aborigen encontraron durante una marcha de 250 kilómetros. Desde cierto punto de vista, una manera de evocar al viejo Far West.

Bob Evans regresa a Cholila con la idea de convertirse en buscador de oro, y en ese intento se le une un tal Richard Perkins, hijo de un norteamericano que trabajaba como contratista ferroviario en Córdoba. El diario La Nación, en setiembre de 1911, publicó un reportaje al “bandolero norteamericano Perkins”, apresado en la Capital Federal por su participación en el frustrado robo a la casa Lahusen, en Comodoro Rivadavia.

Había sido funcionario del ferrocarril Pacífico y –noticia que dejó perplejos a muchos- egresó como Teniente del aristocratizante Colegio Militar de Richmon, Virginia, ciudad capital de los confederados durante la guerra de secesión.

Tras renunciar al ferrocarril, viaja a la cordillera, donde después de algunas vueltas se emplea como contable de la Compañía de Tierras del Sur de Leleque.

Perkins negó haber tenido otra relación con los pistoleros norteamericanos que no fuera la corriente, como cualquier otro poblador del lugar. Refirió también que “Place y Ryan (Sundance y Cassidy) tenían muchos amigos”. El mismo gobernador se habían quedado en casa de ellos, la policía los respetaba y los vecinos los tenían en alta estima. ¿Por qué no iba a frecuentarlos?.

Bob Evans se alía posteriormente con el tejano William Wilson, quien llega a Esquel en 1908 procedente de General Villegas. La actividad que desplegaron Evans y Wilson era la compra y venta de ganado, matizada con actos de cuatrerismo, pero, por sugerencia de Wilson, deciden intentar una vía más rápida para apropiarse de efectivo.

William Wilson estaba al tanto de que llegaría a la Compañía Mercantil en Arroyo Pescado, una importante suma de dinero para el pago de la lana correspondiente a la esquila. Estuvieron al acecho y, a la llegada de la diligencia, creyendo que transportaba la plata, los forajidos entraron en el local, del cual además eran clientes, especialmente de artículos de pesca. El gerente, ingeniero Llwyd Ap Iwan, lo que menos esperaba eran que lo encañonaran con una máuser 45 y lo obligaron a abrir la caja fuerte. Les aseguró que en el cofre no había más de $ 50, pero los bandidos le exigieron que la abriera, descontando que allí estaba el dinero.

Aunque Ap Iwan tenía una mano vendada a raíz de una quemadura confió en que le alcanzaría el tiempo para derribar a Wilson de un golpe y desarmarlo…. Pero el norteamericano pudo descerrajarle un balazo en el corazón y el galés murió en el acto. Un empleado de la cooperativa reveló que en el despacho de Ap Iwan sonó un tiro y a continuación dos más. El Gerente había intentado arrebatarle el arma a Wilson y en la lucha se escapó un disparo. Entonces el bandido esgrimió un pequeño revolver que llevaba escondido en un bolsillo y le disparó al gales repetidamente.

El crimen indignó a los colonos, por cuanto la víctima era una apreciada personalidad de la colectividad galesa. El ingeniero Ap Iwan había realizado tareas de agrimensor, geógrafo y explorador, que se concretaron en obras de gran beneficio para la colonia galesa y que también fueron de utilidad para el país. Su descubrimiento del río Fénix, en Santa Cruz, luego reforzaría las razones esgrimidas por el Perito Moreno en el conflicto de límites con Chile.

Un par de días después (demora nunca explicada) tres grupos, comandados por Milton Roberts, Daniel Harrington y Daniel Gibbon, respectivamente, salen en busca de los bandidos que habían huido hacia el Sud Oeste, a Río Pico, donde tenían su escondite. Según versiones, Milton Roberts, luego de ubicar a los prófugos, regresó para solicitar la participación de Harrington y Gibbon. Éste último, cuyos antecedentes, como los de sus hijos, no lo favorecían para representar la Ley, trató de persuadir a los integrantes de las otras dos comisiones para que desistieran de la persecución –según expresó Milton Roberts- porque “los norteamericanos los iban a matar como perros” después de todo, eran sus amigos.

Es difícil entender como Daniel Gibbon (amigo y testaferro de Cassidy y Sundance) y sus hijos no fueron rechazados por la comunidad pero era una época en que, según Caillet Bois, “el delito y el crimen eran casi rutina diaria y los contados hombres de bien estaban aterrorizados”.

Otro episodio en la vida de Evans y Willson lo protagonizó lucio Ramos Otero. Nunca quedó muy claro si este joven, perteneciente a una familia de estancieros de la Provincia de Buenos Aires, apareció en la Patagonia movido por un afán de aventuras propio de la edad, porque quería escapar de un mundo formal por misantropía o porque era inestable anímicamente. Quizás fue por influencia de algunos textos, donde la aventura revitalizaba a quienes se sentían atrapados en una existencia de anacrónicos códigos tradicionales.

Ramos Otero apareció integrando, como cocinero, un equipo de ingenieros y agrimensores dirigido por el naturalista francés Enrique de la Veaux, que viajó a la Patagonia para realizar estudios topográficos.

Después de varias semanas sin cobrar jornales, la peonada empezó a protestar aireadamente ante la desesperación del jefe de la comisión, que no conformaba a nadie cuando explicaba que en cualquier momento llegarían los fondos desde Buenos Aires. Pero mayor que su contrariedad fue el asombro que experimentó cuando el joven cocinero, cuya apariencia siempre llamó la atención porque no era la de un trabajador, le ofreció adelantarle el dinero de la paga: “cuando venga el de Buenos Aires, me lo devuelve”. Y empezó a sacar el dinero de su tirador ante la perplejidad de peones y profesionales. Cuando se conoció la identidad quedaron aclaradas algunas cosas, por ejemplo sus modales, su lenguaje y el origen de su ropa, que aunque sucia y gastada era de buen gusto y calidad.

Asencio Abejon refiere que luego Lucio se traslada a la cordillera donde trabaja como peón para un ingeniero que mensuraba campos, quien lo despide luego de un curioso episodio. En un viaje que el profesional debe realizar a la capital, Ramos Otero le pide que despache una carta dirigida a su madre en cualquier correo de Buenos Aires. Pero el ingeniero decide llevarla personalmente y, al llegar, se encuentra ante una residencia señorial. De inmediato piensa que la madre es parte del personal de servicio y entrega la carta al mayordomo, que lee el sobre y, en vez de responder al saludo del ingeniero, que ya se iba, le solicita que espere unos segundos. Finalmente, lo hacen pasar a un salón regiamente amueblado donde una elegante señora, reprimiendo su emoción le pregunta acerca de Lucio. Al regreso, el portador de la misiva despide al joven Ramos Otero sin dar mayores razones. Posiblemente le pareció impropio tener a una persona de su nivel social trabajando como peón, y “peor vestido que ellos”, según señaló Abejon.

Poco después Lucio Ramos Otero compró una estancia en Corcovado y no tardaron en propagarse estas anécdotas, que los rumores pueblerinos se encargaron de desproporcionar. Los comentarios también llegaron  oídos de Wilson y Evans quienes vieron en ese alocado estanciero una presa óptima.

 

 

Texto tomado del libro “Barridos por el Viento – Historia de la Patagonia Desconocida” – Roberto Hosne

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