miércoles, 5 de febrero de 2025
Mister Latt según el dibujo de Alejandro Aguado.

Mister Ossa Latt era un viejo minero norteamericano que llegó en 1.909 a la zona de Lago Blanco, Chubut.

Su aspecto físico y su modo de vestir le conferían una peculiar imagen, la que resultaba de una mezcla de gaucho argentino con la típica del estereotipo de minero americano: mientras un gran sombrero de ala redonda le coronaba la cabeza, una tupida y abundante barba le marcaba el curtido y arrugado rostro. Era un excéntrico personaje que parecía sacado de una película del oeste norteamericano.

Había llegado a la zona tras una larga y tortuosa travesía que había iniciado en Tierra del Fuego, donde se dedicó a buscar oro. Durante su estadía en la Isla Grande conoció al célebre ingeniero rumano Julius Popper, explorador, minero y dueño de un ejército que se ocupaba de echar a balazos a sus competidores y, según algunas versiones, cortar orejas de los selk’nam, los nativos del lugar.

Fue desplazándose hacia el norte buscando tierras que estuvieran desocupadas. Finalmente, a fines de 1.909, se afincó en el sur del Territorio de Chubut, en un cañadón situado entre Lago Blanco y Valle Huemules. Allí, en 1.910 conoció al norteamericano Jorge Cunningham, propietario de la vecina Estancia Lago Blanco. Las mismas raíces y la soledad del lugar los volvieron inseparables. Para Latt representó la única amistad que perduró fiel por el resto de su vida. Pero la gran diferencia de edad que los separaba hacia que la relación fuese lo más parecido a la de un padre y su hijo. Cunningham sentía profundo respeto hacia ese hombre, quizás impresionado por las fabulescas historias conque solía deleitarlo al calor de los fogones.

La soledad de años de hurgar en la superficie del fin del mundo, y la huraña naturaleza de su personalidad, lo perfilaron como un ermitaño irredimible. Jorge Cunningham se percató de ello y le ofreció un lugar en su Estancia.

Sus trabajos consistían en cortar leña de un bosque cercano, construir o reparar casas, conducir un tractor con el que transportaban personal en épocas de esquila, bañado de animales o señalada.

Bronca con Cunningham

Pese a su personalidad irascible sabía bien ante quien frenar sus intempestivos arranques de mal humos. Los primos Cunningham eran la excepción. Pero en 1.920 Latt se distancio de George Cunningham, excluyéndolo de su reducido círculo de allegados luego de ir a ver a 4 viajantes que habían sido asesinadas cerca del Río Guenguel, a más de 60 km de Lago Blanco. Ni bien recibieron la noticia del crimen, George y Latt partieron de inmediato en un carro tirado por 4 caballos. 20 km después, en los lindes de Lago Blanco, antes de comenzar el ascenso a la meseta, se detuvieron a beber en el boliche del Paraje La Bajada. En esa especie de espontaneo centro de reunión confluían los pobladores del lugar, incluidos los amistosas tehuelches de la vecina reservación de Chalia. Cuando volvieron a la huella, llevaban con ellos varias botellas de caña para amenizar el viaje y darse valor a la hora de ver los cadáveres. Pero la provisión se les acabó ni bien recorrieron unas pocas leguas. En el camino debiendo transponer varias tranqueras. Cuando Latt se prestaba a cerrar una de ellas, George reanudó la marcha del carro dejándolo atrás. Por todo lo que había bebido, George, se olvidó de su compañero y con un golpe de riendas ordenó a los caballos ponerse en movimiento. Luego, casi de inmediato, se durmió y continuó así hasta llegar al vado del Río Guenguel. Recién despertó cuando el cauce del agua del río lo obligó a detener la marcha. Entonces fue cuando se percató de la ausencia de su acompañante. Aunque Latt sabía que el alcohol fue la causa del descuido de George, no tomó a bien semejante distracción ni olvidó lo sucedido. Pese a ello los hechos nunca pasaron a mayores. Al año siguiente, cuando Jorge contrajo matrimonio, George decidió partir buscando nuevos horizontes. Como reconocimiento del afecto que se prodigaron a lo largo de tantos años, Latt le regaló a George el cuchillo que el prisionero norteamericano Wilson había dejado olvidado 11 años atrás.

Las locuras de Latt y “el petiso Monte Solo”

En su estancia, los Cunningham, habían cavado en la tierra un baño de ovejas de 35 metros de longitud por 1,80 metros de profundidad.

El trabajo consistía en conducir las ovejas por unos pasillos hasta el baño y sumergirlas varias veces durante el trayecto apoyándoles una horquilla de madera en el cuello.

En una de esas ocasiones Rubén Cunningham realizaba esa tarea, apostado al final del baño, Latt en el medio y Braulio Pérez en la boca de entrada.

Braulio Pérez, chileno, era conocido como “el petiso Monte Solo”. Con unas piernas desproporcionadamente cortas con respecto al torso, cojo de una pierna, de muy baja estatura y ancho de hombros, era un espectáculo falto de armonía visual para los que lo conocían.

Ese día era extremadamente frío, tanto que el agua que salpicaban los animales y que caía a los costados del baño se congelaba al momento. En eso, el petiso le erro con la horquilla al cuello de una oveja y fue a dar de cabeza al agua. Luego, para no ahogarse, se tomó del lomo de un animal. Al pasar frente a Latt éste levantó su horquilla y la apoyó en la cabeza del peón y mientras lo hundía le gritó:

-“sal de ahí, ‘Bloody’ petiso, deja de estorbar a las ovejas!”.

Finalmente el pobre peón tuvo que ser asistido a causa del intenso frio y de los golpes que le dio la oveja en la cara y los brazos.

En otra oportunidad, los empleados chilenos, habían organizado un baile en el comedor para peones. Como era su costumbre, a falta de mujeres, se entretenía bailando entre ellos gratificados con caña y ginebra. La fiesta atrajo la atención de Mister Latt. Su instinto adivinó la oportunidad de saborear unos tragos de alcohol, algo que los gentiles empleados chilenos, originarios de la isla de Chiloe, nunca le negaban. Desando a caballo los pocos metros que separaban su rancho de la cocina, entró a la sala, tomó una pequeña banqueta de madera y se sentó junto a la puerta de entrada. Se acodó sobre la rodilla izquierda, dejando la mano suspendida en el aire, como a la espera de sostener una botella y con la mano derecha se tomó de la cintura, asumiendo una actitud contemplativa y desafiante. Se inclinó hacia adelante y le dijo al hombre que se encontraba sentado frente a él:

-“así que usted, ‘Bloody’ chilote no baila?”

-“no señor, no sé bailar”, respondió sobresaltado.

Acto seguido Mister Latt sacó sus revólveres y comenzó a disparar a los pies del peón. Asustado el hombre solo atinó a levantar los pies a manera de cortos y rápidos saltitos, como si improvisara un desesperado baile en el que se le podría ir la vida. Luego, ante la mirada expectante de los presentes que habían cesado de bailar, el viejo enfundó sus revólveres, imperturbable, como si nada hubiese ocurrido. Al momento le dijo al otro, que se encontraba petrificado del miedo:

-“entonces, como dice que no baila”

Tras un momento de tenso silencio, uno de los danzantes le acercó una botella al viejo minero y la fiesta continuó sin mayores sobresaltos.

Latt en enero de 1920

El triste final de Mister Latt

El paso del tiempo, indeclinable había provocado una catástrofe en su salud. Con 87 años, llevaba mucho tiempo sin valerse por sí mismo y sin ver el exterior de su habitación. Cuando don Cunningham debía ausentarse de la Estancia, sus hijos ya adolescentes se encargaban de cuidar que no le faltara comida. El 10 de noviembre de 1.935, durante uno de los acostumbrados viajes del padre, los niños salieron de la casa principal cargando con la vianda de comida para Latt. Tras recorrer algunos metros vieron que los animales del viejo vagaban visiblemente inquietos, asustados. Estimaron que sería causa de alguna de las acostumbradas extravagancias de su dueño, pero tan pronto vieron la vivienda de Latt, los invadió el espanto. La totalidad de las paredes externas estaban teñidas de un espeso tinte oscuro, el techo había desaparecido, y del interior de la casa se elevaba una débil columna de humo negro que presagiaba lo peor. Se acercaron corriendo, a los gritos, reclamando la presencia de los demás. Una vez allí, junto a la puerta, se encontraron con un cuadro aterrador: Ossa Latt yacía carbonizado junto a Pampa, su perro, fiel, el animal, se quedó junto a su amo y pereció carbonizado.

Durante la noche una pérdida de combustible del candil que utilizaba como lámpara provocó el incendio.

A todos les llamó la atención el hecho de que tres días antes hubiera mandado a desensillar su caballo para que vagara definitivamente libre por el campo, como si hubiese presentido el final.

El Viejo Oeste de la Patagonia – Alejandro Aguado

 

Compartir.

Los comentarios están cerrados