miércoles, 4 de diciembre de 2024
Cacique Kánkel (sentado detrás del huemul) cuando ofició de guía de la expedición de Anchorena, lago Fontana, 1902. Foto: Telmo Braga

Cuenta Eduardo Botello que en una ocasión condujo hasta la toldería de Kánkel al galés Walter Cradog Jones, uno de los primeros pobladores del valle de Sarmiento. Jones, junto con otros hombres, partieron hacia el lago Fontana con el propósito de buscar oro. En Choiquenilahue se encontraron con Eduardo Botello, quien lo invitó a asistir a una fiesta que realizarían los tehuelches. Al día siguiente, Jones, Botello y su mujer salieron a caballo con rumbo a la Cordillera de los Andes. Unos 150 kilómetros después, ya en el interior de la cordillera, arribaron a una toldería y fueron directamente al toldo del cacique.

Eduardo Botello se dirigió al cacique Kánkel, y le dijo:

-“Mirá, che, Kánkel, acá tienes un galés de Chubut”.

-“Ah, ydych chi’n nabod Berwin? Ydych chi’n nabod John Thomas?” (le pregunta si conoce a Berwin y John Thomas) “Ah, gente muy buena, muy amigos míos, respondió Kánkel.

Al día siguiente, bien temprano, los tehuelches tenían preparada una tropilla de yeguas. Känkel montó sobre su mejor parejero y enlazó una de las yeguas. Luego se acercó un hombre de la tribu, la degolló cortándola debajo de la paleta y le quito el corazón. Mientras el corazón aún latía, toda la tribu gritaba y bailaba a su alrededor. Una vez que el corazón se enfrió y las voces se acallaron, Kánkel lo tomó y rellenó con todo lo que iban a comer ese día. A continuación lo envolvieron con sogas y un indígena trepó un árbol de unos treinta metros de altura y lo colocó sobre la copa. Kánkel le explicó a Jones que esa era la ofrenda que le hacían a Dios, porque si no lo hacían, el “Gualicho” (entidad de carácter maligno) los iba a molestar. Con la carne de yegua prepararon un asado con cuero del que se sirvieron a todos los presentes.

El explorador y comerciante Francisco Pietrobelli, fundador de las poblaciones Colonia Sarmiento y Comodoro Rivadavia, lo recordó como un hombre de “estatura colosal. En 1897 Kánkel lo condujo hasta un paraje de Chile para presenciar un encuentro de varias tribus tehuelches y araucanas, en la que eligieron al jefe supremo de los araucanos:

“Dos días después me encontré casualmente con otro cacique, Canquel, jefe de una tribu tehuelche, que ya había conocido en Gaiman y establecido con su gente a lo largo del río Senguer. Canquel, lo mismo que Saloweque, era de una estatura colosal, de inteligencia despierta, pero diré también que si bien no acrecentada, estaba desenvuelta en un género más en con tacto con el mundo evolucionado. Hablaba el tehuelche, el araucano, el castellano y el idioma céltico de los galenses, por haber vivido desde niño y por muchos años en las colonias del Chubut […] Canquel el cacique y mi guía se había asimilado mucho a nuestro modo de vivir desde Gaiman, y sentía mucho a través de su inteligencia despierta nuestro modo de ser. Se podría decir que cada día su alma se despojase algo de su ser primitivo […] Pues bien, ya fuese por mi propia observación o por sugestión propia, me ha parecido viajando al lado de Canquel que él sufriese o -mejor dicho- que él gozase de algunos recuerdos del pasado. Cuanto más la escena circundante aparecía áspera y salvaje, tanto más la expresión de la obra humana se envolvía en el olvido de la lotananza cuanto más la selva era intrincada, oscura y pavorosa; y la montaña escarpada y desnuda, y el río rápido, peligroso para el vadeo, tanto más me parecía que la primera naturaleza dormida se despertase en Canquel [.] Me parecía que el hombre retornase a sentir el ambiente en el cual había nacido, y que en aquel ambiente su gran tórax respirase y sus ojos tuviesen luces de rapiña y que un nuevo no sé qué vibrase en la bestia humana de las muchas lenguas [.]  El me narró muchos hechos salientes de su vida; como si hubiese conocido a José Canquel, y como si del mismo fuese un pariente lejano. Me contó extensos antecedentes de servicio prestados al Gobierno argentino; y hablaba, no como el hombre que se ensalza a si mismo, sino como aquél que habla de otros y que narra verdades de pública fe. […] Y puesto que el amigo cacique estaba en trance de contármelo todo, supe además cómo pudo él obtener por sí mismo la concesión de ocho leguas de campo pastoril, en el fértil valle Choiquenilahue cercano al río Senguer, y que pensaba vender una parte, para comprar igual monto de materiales de construcción.” (Pietrobelli, 1969)

El galés Llwyd Ap Iwan, ingeniero, agrimensor, explorador, pionero patagónico y uno de los fundadores de Phoenix Patagonian Mining & Land Company, realizó tres exploraciones junto con sus socios de la compañía a los territorios desconocidos del sur del Chubut y Norte de Santa Cruz, 1893-1894, 1894-1895 y 1897. En cada uno de los viajes a las zonas de río Guenguel, Lago Blanco y Valle Huemules, acamparon en las tolderías de Quilchamal y Kánkel. Con respecto a Kánkel, dijo:

“… hablaba bien el castellano, había hecho viajes a Buenos Aires, era naturalmente inteligente y sociable, con modales civilizados y no era ningún salvaje; con frecuencia hacía observaciones sagaces y su conversación era realmente interesante”. (Gavirati, 1998)

Ap Iwan también se refirió a su a afición a la bebida y cómo se veían perjudicados a causa de la misma:

“Este beber sistemático entre los aborígenes es su ruina. Los mercaderes no sólo arruinan a los indios vendiéndoles licor, sino que los empobrecen en gran manera demandando valores exorbitantes por las mercaderías que dan en trueque. Por media pinta de cerda o harina estos mercaderes reciben una piel de chulengo, trece de estas pieles son suficientes para poder hacer un quillango que en Buenos Aires vale 25 o 30 dólares. La misma cantidad se da por un ramo de plumas de avestruz. Por un quillango (nota: manta confeccionada con cuero de cría de guanaco) terminado el pobre indio recibe 12 yardas de una pobre tela de algodón estampada. Por 2 botellas de ginebra dan un potrillo de 2 o 3 años”. (Gavirati, 1998)

Libro “La colonización del oeste de la Patagonia central”, de Alejandro Aguado.

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