En El Bolsón, localidad que no contaba con el ferrocarril, el molino de Antonio Merino, abrió en 1926. Trabajó con un molino hidráulico con cilindros de porcelana (no se desgastaban como los de piedra ni se recalentaban como los de acero), con lo que se lograba una mejor calidad de la harina. Llegó a moler de 500 a 800 kilogramos diarios de trigo, cerro en 1947.
Un poco más al sur funcionaron los molinos de las familias Hube y Don Otto, en El Hoyo, y de Breide, en Epuyén. Concentraban el reducido volumen de trigo de sus respectivas zonas y comercializaban harinas en circuitos locales.
En Cholila, región que recibió desde Chile, a partir de fines del siglo pasado, un aporte inmigratorio que impuso prácticas agrarias, la producción cerealera justificó la instalación del molino, que comercializaba su producción en esa localidad, hacia Chile y hasta El Maitén. Era de la familia de Raúl Cea.
Todos cerraron alrededor de 1947, por varias causas: delimitación de ejidos urbanos más extensos, nuevas leyes de control bromatológico que perjudicaron las harinas locales, ciertas malas administraciones, algún juicio costoso por indemnización a un empleado, problemas climáticos y la llegada de harinas más baratas desde Buenos Aires, distribuidas desde El Maitén, donde estaba la punta de rieles a mediados de la década del 30.
El aislamiento, la falta de caminos transitables, los rigores climáticos acentuaban las distancias. Las necesidades locales y las posibilidades cerealeras favorecieron el desarrollo de la agricultura y por ende, la instalación de molinos rústicos o de tecnología sencilla, con fuerza motriz variada. La producción, en general, alcanzaba a cubrir las demandas. Habiendo excedentes, se extendía la comercialización en la región, incluso a zonas vecinas de Chile. Cuando hubo escasez, aparecieron los conflictos. La llegada del ferrocarril acentuó las contradicciones, ya que llegaban harinas desde el norte y se las traía en carros desde las distintas puntas de rieles. En 1945, Molinos Río de la Plata terminó con este circuito cerealero, por lo que los productores se vieron obligados a diversificar su trabajo rural.
Pero la región no fue exclusivamente agrícola y mucho menos básicamente cerealera. Siempre contó con la producción de ganado. Un vecino relata: “Generalmente venían los compradores y mucho se llevaba a Chile.” “Mi abuelo, por ejemplo, Thomas Austin, llevaba arriba de cinco mil animales a Chile; ése era su trabajo, compraba y vendía…” y “tenía en Cochamó una fábrica de jabón y frigorífico (y) todos los años (arreaba) cinco o seis mil vacunos” con grandes ganancias.
A esta actividad ganadera, crianza y venta de miles de reses a Chile, se agregaban las actividades de granja: cerdos, ovejas, vacas lecheras, abejas huerta y frutales, especialmente manzanos. Uno de los memoriosos dice que en las chacras se producía de todo: “…carne de vaca, capón, cerdo, manteca, hacían el pan, el queso, había leche, trigo, dulces, arvejas, habas, todo lo que la tierra produce.”
También fue intensa la actividad comercial: casas de ramos generales, hoteles, bares, un cine, tiendas, fondas y hasta una sucursal del Banco Nación, radicado en Esquel en 1925. Había pocos automotores y un transporte de pasajeros en coche, casi legendario, mantenido por pioneros de la zona, los Hermanos Paredes. Sin embargo, siendo el transporte de cargas básico los carros y carretones, había herrerías, talleres de reparación y construcción, venta de pastaje y forraje para los caballos, talabarterías y posadas baratas para quienes trabajaban en las tropas.
Por otra parte, la edición 25º aniversario del Diario Esquel, presentaba una larga lista de estancias de la zona, cargada de datos y nombres, y que representaban en 1950 el “orgullo” de la producción de ganado bovino y lanar de la región, actividad que incluía haras y la introducción de animales premiados y muy aptos para nuevas cruzas.
Textos del libro “Esquel…del telégrafo al pavimento”, de Jorge Oriola