Al dar un violento viraje su tren delantero en un pozón de pedregullo oculto por la correntada de agua, la chata volcó con violencia en medio de las aguas del Río Senguerr, en Pazo Moreno. Tres caballos quedaron aplastados por la enorme mole, mientras que el resto se debatía con desesperación tratando de librarse.
El carrero se agitó entre la fuerte corriente, como algo atolondrado por la caída e instintivamente se enderezó tratando de librar a sus caballos de las cuartas, pero la creciente era muy violenta y lo derribó. Desde la orilla los restantes carreros lo perdieron de vista y velozmente 10 hombres montaron a caballo para auxiliarlo, llevando cuartas de cuero y lazos; pronto reapareció más adelante sacudido por las aguas y agitando los brazos. Los hombres que marchaban por la orilla, trataron de obligar a sus caballos a internarse en la correntada mientras revoleaban lazos y cuartas con ganchos en un extremo, pero de inmediato desapareció de nuevo.
Entre gritos y voces de alarma siguieron al trote bordeando el Senguerr. Vieron de vuelta el cuerpo dando vueltas entre las aguas, que se hacía más visible por el rojo de su ancha faja vasca. Arrojaron lazos y cuartas pero el hombre ya no agitaba los brazos dando la impresión de hallarse inconsciente o ya muerto. En larga fila india de jinetes y hombres de a pie, lo siguieron por las dos orillas del río; de nuevo desapareció, para reaparecer pronto en un parte profunda pero estrecha del Senguerr. El jinete más inmediato, en cuanto vio reaparecer el rojo de la faja, espoleó su caballo, que se internó en la correntada y le arrojó una cuarta tratando de tomarlo con el gancho de la misma. Se perdió de vista nuevamente siguiendo la velocidad de la correntada turbulenta y enturbiada.
Al llegar al arranque de un canal de riego abierto por un poblador, el cuerpo tocó la barranca pique del río, giró sobre si mismo describiendo una curva y se internó en el canal donde de inmediato lo rescataron. Sus consternados compañeros de camino pusieron el cadáver sobre un caballo y lo llevaron a un campamento de los carros de Paso Moreno. Con 4 candiles a grasa, formado por otros tantos tarros vacíos, improvisaron el velorio a la intemperie, a poca distancia del fogón mientras se tomaba mates y se comentaba la mala suerte del carrero ahogado. Un mes antes, en Río Pico, lo habían asaltado unos bandoleros que mataron a su compañero. A él lo habían dejado atado mientras buscaban el dinero, para torturarlo en caso de que les hubiese mentido. Como ellos sabían que los había reconocido, tenía la seguridad de que lo matarían lo mismo, para evitar que los denuncie. En ese interín, logró desatarse con gran esfuerzo, saltó sobre su caballo, que estaba cerca y así salvó la vida; era el destino, se había salvado tan milagrosamente para un mes más tarde perecer en las aguas del Senguerr, al que tantas veces había vencido.
Al amanecer siguiente tres hombres llevaron el cadáver en carrito, se dirigieron al Ensanche Sarmiento (hoy Facundo), y el comisario les recriminó airadamente el procedimiento. “No debieron haber movido el cadáver del lugar donde presuntamente había muerto por inmersión, hasta tanto lo hubiese verificado la autoridad pertinente”. Le dijeron que aun después de muerto, la correntada lo había arrastrado más de dos mil metros, y les respondió: “Eso es más grave aún, tendrían que haber dejado en el canal. Como ahora se podría justificar que el hombre murió ahogado en accidente y no criminalmente por intención de terceros!”.
El comisario quería saber si el finado tenía plata, y donde estaba esta. Que quien había abierto el compartimento del tirador, que como podían ahora justificar que los documentos que le presentaban eran realmente los del “occiso”. Que si tenía revolver, que si tenía documentos de los caballos, etc, etc.
Tuvieron que venir otros a declarar porque el comisario alegaba que él no disponía de tiempo como para galoparse 20 leguas entre ida y vuelta.
Todos debían venir a declarar, y eran más de veinte personas. Cinco día después la tropa continuaba detenida en Paso Moreno por los trámites del leguleyo comisario que los tenía en un continuo ir y venir de Paso Moreno a Ensanche Sarmiento, preguntando y diciendo las mismas cosas, que los carreros ni siquiera entendían. Finalmente, un poblador de El Ensanche, don Camilo Cayelli, de puro patriota, tomó la defensa de ellos y les aconsejó que le dijeran al comisario, que ellos irían hasta la oficina telegráfica de Nueva Lubeka desde donde telegrafiarían sus quejas al Juez Letrado de Rawson. El Doctor Ramón Vázquez, era un juez dinámico y “de pocas pulgas por lo cual el comisario resolvió hacer sepultar el cadáver del carrero ‘muerto por inmersión’ en el Río Senguerr, Paso Moreno, en presencia de testigos oculares”. Y así se cerró el sumario.