miércoles, 11 de diciembre de 2024

Algunos eran buenos esquiladores, otros no sabían nada de esquila, pero se instalaban al lado del que sabía y arrancan a trabajar. La verdad, estropeaban algunos vellones, pero al tercer día ya esquilaban y al final de la temporada eran ya hábiles esquiladores. Donde realmente resultaron un fracaso fue en la matanza de lobos, se largaban desde tierra a los gritos y empezaban a los palos con los pobres bichos, algunos mataban, otros se les escapaban al mar malheridos, esto hacía que los mejores lobos siembre se les fueran y que se espantaran de tal forma que no regresaban más a las loberías, y de esta forma se fueron diezmando las manadas.

Al fin los contratistas o concesionarios de las loberías, comenzaron a trabajar con criollos quienes hacían las cosas de manera más prácticas. En lugar de atropellar a los lobos desde tierra, esperaban a la noche y se iban acercando desde la orilla del mar con tizones encendidos de manera que al lobo que pretendía atropellar por el lado del mar, le metían el tizón por la nariz y lo hacía regresar a tierra firme. De esta manera conseguían separar una partida de lobos tierra adentro, pues estos animales, una vez que pierden la noción de donde queda el agua, se los puede arriar fácilmente porque marchan desorientados y si por casualidad alguno se da vuelta, le aplican el fuego por el hocico para hacerlos retroceder. Así se los aleja del mar para matarlos, lo que logran aplicándoles en la cabeza un fuerte golpe con un caño de hierro y por las dudas de que no estén muertos, luego se les clava un pico de dos puntas justo en el medio de cráneo.  Los lobos que quedaron en la costa no saben absolutamente nada de los que faltan y por tal motivo siguen con su vida normal.

Luego de esto los loberos se toman un descanso, tiempo en que todos los animales terminan de morir, comenzando entonces la tarea de sacarle lo que ellos llaman la manta, que consiste en el cuero con toda la capa de grasa o tocino que el lobo tiene acumulada entre el cuero y músculos, por tal motivo quedan muy reducidos estos animales una vez cuereados. De allí, los cueros son conducidos al campamento que es el lugar donde está el resto del obraje. Allí separan la grasa del cuero y la tiran dentro de un inmenso caldero donde a presión por vapor de agua lo derriten y apartan el llamado aceite del lobo del chicharrón, el cual va a alimentar el fuego de la caldera. A los cueros se les agrega una capa de sal y se los doblan formando panes cuadrados que van a industrialización.

De las matanzas que hacían los italianos no quedó nada; porque como las hacían al borde del mar, este se llevaba todo, pero en el lugar donde los criollos llevaban a los lobos a matarlos, como las osamentas quedaban en tierra, hoy pasados 50 años desde entonces quedó una zona totalmente blanca de huesos de lobo que puede distinguirse a la distancia. Los turistas llaman a estos lugares cementerios de lobos, ignorando cómo se formaron y nadie sabe por qué todas las cabezas tienen un agujero.

La caza del elefante marino, es igual a la del lobo, con la diferencia que dado su tamaño, resulta más difícil. Al lobo se lo mata de un garrotazo al elefante hay que asegurarlo muy bien con un tiro de Mauser en la cabeza y si bien esto se hacía desde corta distancia, a lo sumo a 30 metros, debía hacerse de frente del animal y mientras estaba quieto de forma tal que el tiro que le penetrara entre los ojos sea mortal.

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