domingo, 3 de noviembre de 2024

El 9 de septiembre de 1834 significó un antes y un después en las relaciones de poder en el territorio dominado por el indígena. El cacique Calfucurá eliminó a los principales caciques boroganos, quedando como amo y señor de las pampas. Ese día pasó a la historia como la masacre del médano de Masallé.

El lugar parecía estar maldito. Allí Adolfo Alsina, por entonces ministro de Guerra y Marina del presidente Nicolás Avellaneda, en una recorrida que realizaba por la línea de fortines, contrajo una enfermedad que le afectó los riñones y que lo llevaría a la muerte el 29 de diciembre de 1877. Una semana más tarde hubiera cumplido 49 años. Más cerca en el tiempo, el 10 de noviembre de 1985 desbordaron las aguas de la laguna de la zona y transformó un poblado en ruinas. Y mucho más atrás, un 9 de septiembre de 1834 en la zona de Carhué y especialmente en el médano de Masallé, al oeste de la laguna de Epecuén, hubo una masacre de un número incierto de indígenas.

El lugar estaba poblado por indígenas boroganos o voroganos, que eran mapuches originarios de la Boroa, un territorio chileno situado entre los ríos Cautín y Toltén. Su nombre deriva de “vorohue”, lugar donde hay huesos.

Adolfo Alsina, como ministro de Guerra y Marina, fue el impulsor de la construcción de una zanja para defensa de los malones indígenas

Si había alguien en el país que conocía a los indígenas era Juan Manuel de Rosas. Tanto era así que había aprendido su lengua y hasta se arriesgaría a escribir una gramática y un diccionario de la lengua pampa.

Cuando a principios de 1830 los boroganos pretendieron apoderarse de las Salinas Grandes, una extensa región que abarca el sudoeste de la provincia de Buenos Aires y el sudeste de La Pampa, fue Rosas quien armó una gran conferencia entre caciques enfrentados, como Juan Catriel, Cachul, Coñoepan y los hizo llegar a un arreglo.

Juan Manuel de Rosas, en su campaña al desierto, desarrollada durante 1833. Allí negociaría con muchas tribus y sellaría alianzas (Cuadro Museo Saavedra)

Al parecer los boroganos habían aparecido en la región alentados por estancieros locales para usarlos como contención ante la hostilidad de los ranqueles. Tuvieron enfrentamientos con las huestes de Calfucurá y Namuncurá, quienes se oponían a los acuerdos coordinados por el gobernador de Buenos Aires.

Entre los boroganos sobresalía el cacique Mariano Rondeau. Nacido en Chile, había peleado junto a los españoles durante la guerra de la independencia. Cuando su país se declaró libre, cruzó la cordillera y se estableció en la zona de Guaminí.

En 1884 Estanislao Zeballos editó la vida de Calfucurá, que en años posteriores salió en entregas

Con el pretexto de hacerle la guerra a los unitarios, el 19 de agosto de 1831 los caciques Rondeau, Cañiuquir, Caniullán, Melín y Huircán, aliados al ranquel Yanquetruz, asolaron la ciudad de Río Cuarto. Pero eligieron justo una provincia gobernada por el federal José Vicente Reynafé. Este hecho resintió la relación con Rosas.

Cuando éste hizo su campaña al desierto, convenció a los boroganos a permanecer neutrales, antes de regresar a Buenos Aires les exigió devolver cautivos y el ganado que habían robado. Como en un principio se negaron, vinieron las amenazas y los indígenas cedieron.

Parece ser que Rosas los tenía entre ojos, recelaba de ellos y habría persuadido al cacique Calfucurá a enfrentarlos. Otras versiones difieren, que solo fueron las ambiciones de este cacique los que lo movieron a hacer lo que hizo.

Calfucurá se transformó en el señor de las pampas. En esta vieja ilustración, se lo ve con el Padre Francisco Bibolini parlamentando para evitar un saqueo, por 1859 (Museo Roca)

Las tolderías de los boroganos se esparcían al este y al norte de la región de Carhué. Rondeau, el jefe con más predicamento, tenía dos hermanos Melin y Alun, quienes vivían con sus lanceros en las márgenes del arroyo Cahuiñqué, “de las borracheras”, punto de reunión de los grandes festejos.

La historia de lo que aparentemente ocurrió en Masallé fue rescatada por Estanislao Zeballos en su obra “Callvucurá y la dinastía de los Piedra”, que se publicó en 1884. Este político, historiador, geógrafo y periodista usó como fuente manuscritos que formaban parte del archivo del cacicazgo de Salinas Grandes, que habría hallado de casualidad en 1879 en pleno desierto, cerca de donde hoy se levanta la ciudad de General Acha.

Contó que en septiembre de 1834 llegaron a la tribu emisarios anunciando la llegada, del otro lado de la cordillera, de unos 200 indígenas, dispuestos a comerciar. La oferta era atractiva porque además de lanzas de calidad, siempre venían tejidos y paños hechos en las zonas de Valdivia, Talcahuano y Concepción, entre otras localidades, además de adornos y pinturas para la cara.

La aparición previa del emisario era condición necesaria para que el cacique local diera el visto bueno para que la caravana pudiese entrar en los territorios de su dominio. Esos chasquis se entrevistaron con Rondeau, y le comunicaron que venían en son de paz y que la intención era la de comerciar.

Para la tribu era un acontecimiento excepcional, no solo por los productos sino por las noticias que los viajeros traían sobre alianzas, luchas y novedades del hogar lejano. Rondeau mandó a llamar a los demás caciques, capitanejos y a sus hermanos para recibir a la caravana que venía del “Mulú Mapú” o “País de la Humedad”, que así era conocida la zona de la araucania chilena, por la abundancia de lluvias.

Ese día estaban todos. En el centro Rondeau, rodeado de jinetes brillantemente ataviados, su familia, los ancianos y las adivinas. La expectativa creció cuando detrás de los médanos se adivinaba la nube de polvo que provocaba el galope de los caballos de los visitantes.

Cuando aparecieron en el médano, se dieron cuenta que no eran indígenas dispuestos a comerciar. Bajaron al galope con feroces alaridos, blandiendo sus lanzas. Enseguida cayeron sobre los que les preparaban la bienvenida y comenzó la matanza. Rondeau, Melin, Venancio, Alun, Callvuquirque, más otros capitanes, ancianos y adivinos fueron degollados.

El cacique Ignacio Colliqueo fue dado por muerto y logró establecerse en la zona de Los Toldos; Caniullán escapó y se refugió en el fuerte Cruz de Guerra, en la localidad de 25 de Mayo y Cañiuquir se escondió en el arroyo del Pescado. Terminaría muerto, su cuerpo colgado, desollado y decapitado el 26 de abril de 1836 en un combate con fuerzas del ejército.

Cuando el baño de sangre terminó, todos vivaron al cacique Juan Calfucurá (Piedra Azul), quien fue aclamado “cacique general de las pampas”.

Había nacido en Llaima, la araucanía chilena, se supone que entre 1763 y 1780. Decían que cabalgaba junto a Witranallve, el jinete fantasma, quien lo aconsejaba en las batallas contra el hombre blanco y contra tribus enemigas.

Inició el linaje de los Piedra (curá), manejaba una población cercana a las 12 mil personas. Era diplomático cuando había que serlo, belicoso cuando lo consideraba necesario y poseía la habilidad de reconocer los puntos débiles de sus enemigos.

Pero su dominio no sería tal si no se deshacía de posibles competidores. Así mataron, según la reseña de Zeballos, a los caciques Curú Agé (Cara Negra), Nahuel Quintun (Buscador de tigres), Callon Thuren (Canas azules), Curú Loncó (Cabeza Negra), Carú Agé (Cara Verde) y Millá Pulquí (Flecha de Oro). Todos ellos habían combatido al hombre blanco pero habían hecho las paces en la campaña de Rosas.

Luego del terror, Calfucurá evaluó que era tiempo de la clemencia para con las tribus que estaban aterradas por las represalias que parecían no terminar. El cacique dio un indulto general.

Era tiempo de armar alianzas con otros poderosos caciques. Cheuqueta y Chocori dominaban la zona del río Colorado; estaban además Yanquetruz y Painé, que había puesto en aprietos la columna de Pascual Ruiz Huidobro, integrante de la campaña de Rosas; y estaban además los caciques Catriel y Guadmane. A todos ellos Calfucurá les mandó el mismo mensaje: que por la voluntad de Dios había cambiado el gobierno de la Pampa, que él había sido el elegido, y que como todo había salido bien, era prueba suficiente de que había sido obra de Dios. Que quería la paz y buscaba unir a la gran familia araucana en una sola nación que fuera invencible, y que si algunos de ellos se viera amenazado por el hombre blanco, el resto iría en su auxilio.

Sello mayor hallado en el archivo del gobernador de Salinas Grandes. A su costado tenía escrita la leyenda «regalo de Santiago Caccia a don Juan Calfucurá – Rosario» (Museo Regional Adolfo Alsina)

Le mandó un mensaje al cacique Maguín, señor de la zona chilena de Arauco, ofreciéndole a armar una alianza en los dos lados de la cordillera. A cambio, le prometía allanarle los caminos para que pudiesen robar ganado y hacerse de cautivas.

Mandó a su hijo Namuncurá a negociar con Rosas. Este lo recibió en la estancia del Pino y se firmó la paz con Buenos Aires. En señal de buena voluntad, Rosas lo nombró coronel de la Confederación, debía usar el distintivo punzó en el pecho y le mandó 1500 yeguas, 500 vacas, además de yerba, azúcar, tabaco, bebidas y ropas para su tribu, envío que se replicaría con el correr de los años.

Por su parte, Calfucurá se comprometía a evitar los malones y debía dar el alerta en caso de que alguno de sus capitanejos hiciera de las suyas.

Las tribus de Catriel, Collinao, Cayú Pulqui, Huayquemil y Trenqué le hicieron saber que no se oponían a su poder, pero que preferían mantenerse en la frontera, más cerca del hombre blanco.

Calfucurá se transformó en el hombre del momento y no tardó en ganarse el apodo de Dios de las Pampas.

No existe ningún señalamiento donde ocurrieron los sucesos de Masallé. En esos tiempos se formaban médanos por los vientos que soplaban en épocas de la sequía de la laguna. Hoy hay campos cultivados y funciona la escuela rural N° 26 Paraje Masallé, y la historia de lo que allí pasó quedó en el boca en boca y en lo que contaban esos misteriosos manuscritos que alguien, vaya a saber quién, habría ocultado en el desierto.

Por Diario de Rivera

Fuentes: Infobae; Callvucurá y la dinastía de los Piedra, de Estanislao Zeballos; Museo Regional Adolfo Alsina; Museo Roca

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