martes, 15 de octubre de 2024
Griezmann, con Francia en el Mundial

El fútbol exige, más que nunca en este tiempo de inmediato hedonismo, liderazgos individuales muy claros que sirvan como modelos de identificación. Todo sea por reforzar el relato de héroes y villanos, por mucho que el éxito en este deporte dependa, en buena medida, de la concepción de un equipo. La industria futbolística y la monarquía qatarí se frotan las manos ante el duelo este domingo entre Leo Messi y Kylian Mbappé en la final de la Copa del Mundo en Lusail. Mientras tanto, Rodrigo de Paul (Sarandí, Argentina, 1994) y Antoine Griezmann (Macon, Francia, 1991) seguirán a lo suyo, poniendo pegamento a las obras de arte. Sin la necesidad de que el foco se pose sobre ellos.

De Paul y Griezmann, compañeros de penurias en el Atlético, poco tienen que ver en cuanto a aspectos técnicos. Sí les unen, en cambio, muchas otras cosas. La afición por el mate como elemento de integración siempre está ahí. Pero también su dedicación en beneficio del grupo. Algo que ya traía de serie De Paul antes de que Diego Pablo Simeone insistiera en traerse al centrocampista desde Udine en el verano de 2021; no así Griezmann, a quien el Cholo instruyó e hizo madurar hasta convencerle de que sus cualidades ofensivas innatas no le eximían de presionar igual, o incluso más, que el resto.

Pero aún hay algo más. Tanto a De Paul como a Griezmann la selección les salvó.

Vayamos al comienzo. Al pasado 22 de noviembre en la vasija de oro de Lusail. De Paul había sido uno de los grandes líderes de la Argentina renovada de Lionel Scaloni que conquistó la última Copa América frente a Brasil en Maracaná. Pero frente a Arabia Saudí, la albiceleste, que llegaba a Qatar con la etiqueta de favorita pegada en la frente, aún no en el corazón, sufrió una derrota (1-2) de aquellas que, por duras, acaban provocando el efecto contrario. De Paul, en un doble pivote con Paredes de escasa creatividad, perdió la pelota 23 veces. Fue entonces masacrado por la crítica ante un partido deficiente. Por si fuera poco, venía de una tumultuosa separación matrimonial y su relación con la artista argentina Tini Stoessel alimentaba el clickbait. «Todo lo que digo se viraliza», ha llegado a decir el centrocampista en Doha. Además, su rendimiento en el Atlético en este primer tramo de temporada estaba bajo sospecha. Tanto que los 35 millones de euros pagados por cinco años de contrato comenzaron a parecer demasiados por un futbolista que pasó de titular a episódico.

Pero Scaloni, que remendó cuanto pudo a su equipo tras el mal estreno, que no dudó en ir relegando al banquillo a jugadores como Lautaro Martínez, Di María o el Papu Gómez, nunca perdió su confianza en De Paul. Porque quizá no haya otro futbolista como El Motorcito -así le llaman- que entienda mejor las necesidades deportivas y emocionales de Messi. Toman mate juntos. No se separan en los entrenamientos. Se buscan tanto en el túnel de vestuarios como en el éxtasis de las celebraciones. El rosarino no olvida que De Paul fue una pieza determinante para que él pudiera sentirse integrado en el camerino después de que, bajo el mando de Jorge Sampaoli en Rusia 2018, el grupo quedara roto.

De Paul, en un entrenamiento con Argentina

«Dejaremos en el campo hasta lo que no tenemos». Es esa una de las frases de cabecera de De Paul, metáfora de esa banda de muchachos con la que Messi pretende alcanzar la divinidad.

Mucho menos sorprendente es la incidencia de Griezmann. Tal y como ocurriera en el Mundial de Rusia, está volviendo a ser el mejor futbolista de Francia en el torneo. Desaprovechado y repudiado en el Barcelona hasta que Laporta se lo sacó de encima a cambio de 20 millones para no tener que seguir pagando el contrato confeccionado por Bartomeu a espaldas de Messi, y condenado durante semanas a ejercer de futbolista sólo durante media hora (una medida de presión con la que el Atlético pretendía desactivar una cláusula de compra de 40 millones), Griezmann nunca rechistó. Y con Francia, en Qatar, está demostrando lo que ya venía insinuando este curso. Que se encuentra en el mejor momento de su carrera. Y que, el fútbol, es para los que lo entienden.

Griezmann, que comienza los encuentros como mediapunta a la espalda de Giroud, no ha necesitado marcar en este Mundial para ser el jugador más relevante de Francia tanto en la construcción ofensiva como en la presión en la salida. Sus mapas de calor demuestran su escaso apego al área en el torneo, desarrollando toda su actividad en la zona de tres cuartos. Ha ofrecido ya tres asistencias, ha creado siete ocasiones claras y su registro de pases clave en los partidos se eleva hasta los 3,5 de media.

De Paul y Griezmann, a su manera, siempre serán futbolistas incomprendidos. Excepto para quienes quieren ser eternos. Porque ellos les llevarán de la mano.

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