miércoles, 11 de diciembre de 2024

Compartimos un fragmento del libro “Alfonsín, de Oscar Muiño, en donde el autor relata una simpática anécdota sobre Alfonsín y su relación, un tanto desprolija, con el dinero. #LeccturasParaElFinde

 

“En el Estudio, el horario era cualquiera –se resigna Nimo, que trabajaba desde 1957 en el Estudio Alfonsín-Quiroga-. El martes después del almuerzo se iba a La Plata. Volvía a la noche. El miércoles volvía a irse a La Plata y se quedaba a dormir, porque los jueves había sesión en  la Legislatura. El jueves a la noche volvía a cualquier hora. Funcionaba en la casa paterna de Raúl, calle Belgrano 191. Estaba el escritorio de Raúl y el del Dr. Quiroga, una habitación donde trabajaba yo y la sala de espera. Era un Estudio floreciente. No había muchos abogados en ese tiempo. En un pueblo radical como Chascomus, la gente iba hasta por compromiso político”. Los clientes iban a la tarde.

Pero, claro así el Estudio no funciona. “El Dr. Pablo Quiroga viene un día a verme –afirma Tocci-. Me dice: “Así no puede ser. El único que labura acá soy yo… me voy a trabajar a Avellaneda”. Nimo, el hombre orquesta del Estudio, confirma: “En 1962 Quiroga se va del Estudio. Entonces Raúl me llamo y me dijo: ‘Yo te habilito con una participación en el Estudio’. A mí me venía fenómeno, porque me estaba por casar y necesitaba plata. Ya Raúl dependía de mí. Cuando se fue Quiroga, el Estudio dejo de hacer juicios contradictorios, que obligaban a ir a tribunales, había que agarrar el código….

Pasamos a hacer exclusivamente sucesiones, que por lo general dejan plata. Otras eran gratis: Raúl tenía compromisos a patadas y parientes a patadas. El único que iba a tribunales era yo, me iba a los juzgados de Dolores. Alfonsín trabajaba de político no de abogado. Un día me confesó ‘me hubiera gustado estudiar filosofía o sociología…. Pero había que vivir’.

El periodista Jorge Cacho Marchetti conoce en esos años a Alfonsín: “Raúl ya tenia bigote, era más flaquito, me dio muy buena impresión. Tenía esa mezcla de intelectual y caudillo. Me lo presentó Balbín en 1958, en su casa. Yo era compañero de Enrique Balbín en el Colegio Nacional de La Plata, iba mucho a la casa. Balbín nos decía que Alfonsín era un gran dirigente, que tenía todo el futuro. Balbín vivía con la mujer, los tres hijos y una hermana soltera de la mujer. Cuando estaba en la casa dedicaba todo el tiempo a la familia. Cocinaba él. Hacia un arroz de puta madre. Cuando había lío venia el papa de Osvaldo Papaleo calzado con dos pistolas y se quedaba cuidando la familia. Un anarquista raro, que cuando hacía falta juntaba gente y la llevaba en un camión. Nadie lo llamaba, venia solo. Era un anarquista de la FORA que tenía una panadería en siete y cuarenta y uno. El estaba enamorado de Balbín y de las armas: El nos enseñó a tirar en la cuadra de la panadería”.

“Raúl dormía mucho. Se levantaba tarde y caía a eso de las diez. A partir de ese momento, ¡el infierno que era la mañana!. No era un Estudio, era un comité. Uno venia a debatir un tema, otro a pedir empleo, aquel que quería unos pesos”.

Los amigos lo retan. “Nunca me propuse hacer plata”, contesta. “El era un animal político –precisa Nimo-. Dicen que los maestros de ajedrez calculan la movida veinte jugadas antes. Bueno, él era así”. Nimo cuenta que por el año 61 se trasladaron a la calle Lavalle 227.

La casa la manejaba María Lorenza y Nimo compartía la vida de familia: “muchas veces a María Lorenza le faltaba plata y venia a pedirme. Yo era el que pagaba todas las cuentas; me tenía que ocupar por fuerza. Todo funcionaba sin control: tipo que iba a buscar algo nunca se iba con las manos vacías. Había dos teléfonos: uno en el Estudio y otro en la casa. Todo el mundo hablaba todo el tiempo. La familia pedía lo que necesitaba a Casa Rodríguez. A fin de mes venían y Raúl les daba un cheque. Con el farmacéutico (era más peronista que Perón pero intimo amigo de Raúl) era igual. Se iban sacando los medicamentos que iban haciendo falta y una vez por mes Raúl le mandaba el cheque. A las dos de la tarde yo recorría los bancos a ver las cuentas corrientes. Todos los bancos tenían una cuenta corriente por cliente, con un debe y un haber. En esa época no había computadora, se llevaban a mano las cuentas. Raúl vivía a cheques. El vasco Goñi decía: ‘Raúl cierra los ojos y larga un cheque’. Tenía cuenta en el Banco Provincia. Teníamos que estar atentos por los horarios del banco. En esa época los amigos le cambiaban los cheques”. El propósito era ganar tiempo, el sistema vigente lo permitía. Cubrir un cheque en Chascomus con otro cobradero en Ranchos permitía respirar 48 horas. Otras 48 horas podían bicicletearse por otro cheque, esta vez en Lezama. Se gambeteaban dos días, cuatro, una semana. Y al final aparecía algún ingreso que permitía saldar. O la generosidad de los amigos.

“Raúl viajaba a todas partes –sigue Nimo-. A La Plata, a Buenos Aires, al Comité Provincia. Menos a los tribunales iba a todos lados. Una sola vez salimos de gira laboral.

 

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