miércoles, 11 de septiembre de 2024

Una década después del famoso grito “¡No nos representan!” seguimos repensando el concepto de democracia, heredado de los griegos. Fue un lugar común del movimiento del 15-M y de los “indignados” que poblaron las plazas europeas, en la época de la crisis de la deuda y de la irrupción de las nuevas fuerzas políticas: había que recuperar las esencias democráticas, el legado del ágora griega y las asambleas populares, poniendo en tela de juicio los sistemas representativos en favor de una utópica o idealizada democracia directa.

En la política, sólo hay que recordar lo que representó el origen de Podemos o Syriza, desde la Puerta del Sol y la plaza Syntagma: pero las raíces de esta enésima recuperación de la democracia antigua para la modernidad se encuentran mucho más atrás en la filosofía política del siglo XX, sin duda en relación con el Mayo francés, los partidos de la izquierda postmarxista y la relectura de los griegos antiguos por parte de filósofos como Foucault o Castoriadis. Y es que la democracia ateniense es todo un mundo, parafraseando un libro de Luciano Canfora, estudioso de las ideologías en relación con el clasicismo. Es un mito que no acaba nunca, reivindicado desde la República romana a las renacentistas, y de ellas a las revoluciones francesa y americana, hasta llegar al cuestionamiento de la democracia liberal en nuestro siglo XXI.

La democracia ateniense en la época de Demóstenes

Más allá de la larga serie de (re)utilizaciones ideológicas de la edad moderna y contemporánea -muchas tan dudosas como la reivindicación de la Cuba castrista de ser una “democracia a la griega”-, es un error idealizar la democracia ateniense, que cometió grandes errores: a las conocidas carencias políticas desde el punto de vista actual, como el esclavismo o la situación de la mujer, se suman crueles luchas fratricidas, tendencias belicistas, explotación económica de aliados y espirales demagógicas en pos del liderazgo unipersonal. La historia de la democracia antigua es la de sus éxitos y sus fracasos, evidenciados estos últimos al término de la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), que agotó a Atenas; pero también es la historia de sus mitos: desde el tiranicidio fundacional hasta la sofística, de los mecanismos de excepción al ostracismo, de la ciudadanía restringida a ciertas condiciones a la propaganda en el arte y las letras, en los monumentos y el teatro. Es imposible subestimar el gran logro que supone en la historia de la humanidad la democracia ateniense en los más o menos doscientos años que median entre sus comienzos con las reformas de Clístenes (siglo VI a.C.), su auge en la etapa de Pericles y su declive con la derrota ateniense, hasta el final de su autonomía ante el reino de Macedonia en el siglo IV a.C.

En los últimos diez años, en efecto, a raíz de la “nueva política” y del citado cuestionamiento de la democracia occidental, ha regresado con fuerza la reinterpretación de las posibles lecciones de la democracia griega antigua. A vueltas con la idea de representación y participación directa, el sistema asambleario ateniense regresa a la plaza pública casi como una ensoñación o un paradigma utópico, que podría conjurar la crisis actual de la democracia. Pero ese sistema, obviamente concebido para comunidades de pequeñas dimensiones, nació en crisis ya en la antigüedad.

VISIONES UTÓPICAS

El eterno retorno a Atenas y el mito de los orígenes de la democracia directa vive hoy en muchos libros recientes sobre la democracia antigua que pueblan las librerías y que presentan visiones utópicas o relativistas. Hay trabajos que leen la experiencia clásica a la luz del presente, conectándola con la búsqueda de la esencia de un sistema de gobierno equitativo. Es el caso de Josiah Ober en libros como Demópolis: La democracia antes del liberalismo (Casus Belli, 2019), que cuestiona el binomio democracia-liberalismo y analiza las bases epistémicas y morales del sistema de gobierno participativo: Ober sugiere el trasfondo filosófico y matemático del “descubrimiento” de la democracia en la Grecia clásica, y ahora postula una nueva ciudad casi de laboratorio que pudiera ser feliz y realmente justa, una “Demópolis” donde se proteja de verdad a los humildes de los poderosos.

En una línea paralela, pero tendiendo puentes con la modernidad, destaca el ensayo de José Luis Moreno Pestaña titulado Retorno a Atenas. La democracia como principio antioligárquico (Siglo XXI, 2020). Este libro engarza de forma magnífica lo antiguo con lo moderno, pues analiza el espejo griego en las relecturas de la filosofía política de finales del siglo XX y comienzos del XXI: presta especial atención a los pensadores franceses entre el 68 y los años 80, sobre todo a Foucault, con la recuperación (a su manera) de conceptos clave de la democracia antigua, como la isegoría (igualdad de derecho de palabra) y la parresía (libertad de expresión). Pero, además, de forma especialmente sugerente, explora al final la citada relación entre los movimientos del 15-M y la reivindicación del modelo griego antiguo, que no deja de ser una de tantas reapropiaciones interesadas, en el fondo, en la estela idealizadora del ágora clásica.

Otras aproximaciones son menos aceptables, no tanto por manipular o reelaborar el modelo griego -nada nuevo; se ha hecho en los últimos dos milenios-, sino por relativizar su importancia como precedente. Tal es el caso de Caída y ascenso de la democracia, de David Stasavage (Turner, 2021), que establece un interesante esquema cíclico sobre las experiencias de gobierno participativo en la historia global de la humanidad tratando de mirar también a otras latitudes, desde Asia Menor a América. Pero yerra al subestimar el modelo griego, verdadera clave de bóveda para la reinvención que se produce en las revoluciones burguesas del siglo XVIII en pos de la actual democracia representativa.

Frente a unas y otras visiones, idealistas, utópicas o relativistas, representadas por estos libros, cabe recomendar acercamientos históricos más ponderados como el de Laura Sancho en El nacimiento de la democracia (Ático de los Libros, 2021), que muestra a las claras que la “deuda griega” hay que entenderla mirando hacia atrás. Sancho nos ofrece una síntesis de la democracia antigua para todo público, desde el mito y la literatura hasta la historia política, escrita de forma amena, pero con todo el rigor necesario. Una buena muestra de que nuestros académicos no tienen nada que envidiar a la mejor divulgación histórica anglosajona, pese a que demasiadas veces las editoriales prefieren traducir esta que apostar por investigadores españoles que son mejores.

EL FIN DE LA DEMOCRACIA

En suma, relecturas como estas de la democracia ática permiten al lector justipreciar su crucial repercusión y constatar la vigencia, entre mito y realidad, del “peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás”, según la manida cita de Churchill. Pero si hablamos de los ciclos de gobiernos participativos o autocráticos -un tópico político desde Heródoto a Carl Schmitt o Leo Strauss-, quizás lo más apasionante de la historia de la democracia antigua sea su final, es decir, no tanto la época de Pericles como la de Demóstenes.

El ocaso de los sistemas participativos griego y romano, tan paralelo que ya lo glosó Plutarco, nos hace pensar en ese fin de ciclo encarnado, como tantas veces, por personajes simbólicos. Lo que Cicerón, asesinado por los sicarios de Marco Antonio, representa para el final de la República romana es el equivalente del suicidio forzado de Demóstenes para la democracia griega. Nos interesa aprender del funcionamiento de esta etapa final del sistema asambleario ateniense para constatar las luces y sombras que hemos heredado hoy: nos interesa también para nuestra “nueva política”, ya no tan nueva. Y, muy a propósito, acaba de publicarse en castellano el libro fundamental sobre este momento, La democracia ateniense en la época de Demóstenes, de Mogens H. Hansen (Capitán Swing, 2022), en una edición a cargo de Andrés de Francisco, estudioso de Podemos y la nueva izquierda.

Libertad y totalitarismo, en un péndulo de ida y vuelta, preocuparon siempre a los clásicos de la teoría política. No dieron las libertades por sentadas: primero hubo que ganarlas y, luego, defenderlas. Pero al final esas libertades cayeron en un ocaso que simboliza bien Demóstenes.

Lecciones y lecturas de demóstenes

El genio de la oratoria griega vio derrumbar-se el mundo de la Atenas democrática ante el empuje de Macedonia. Hay una polémica desde antiguo entre los que lo consideran el defensor de las libertades y quienes lo describen como un nostálgico que no supo ver los nuevos tiempos. Pero su palabra movilizó a los atenienses por última vez en defensa de su sistema.

Ahora pueden leerse sus obras emblemáticas en las más precisas ediciones en castellano, como las ‘Filípicas’ a cargo de Felipe Hernández Muñoz, quizás el mejor conocedor del texto, en excelente traducción de Fernando García Romero (Dykinson, 2016). Y las ‘Cartas atribuidas a Demóstenes y Esquines’ en edición de Hernández Muñoz y de José Miguel García Ruiz (Dykinson, 2022).

La muerte de Demóstenes, al ingerir veneno para no ser capturado por sus enemigos, es el colofón al esplendor de la democracia ática y anuncia el cambio de paradigma político e histórico

 

MITOS Y MALENTENDIDOS

De cualquier forma, las lecciones de la democracia griega, en su esplendor y su ocaso, hay que tomarlas siempre con precaución, entendiendo bien las diferencias y sin idealizaciones: al final acabó por desembocar en populismo y personalismo, en un ciclo muy estudiado en la teoría política, desde Polibio a Toynbee, y no menos temido en la filosofía contemporánea.

La filiación de nuestra democracia representativa es clara: venimos de la clásica, de su adaptación para sociedades modernas, con una ponderación de sus fallas. El hundimiento de los sistemas participativos antiguos se produjo, muy verosímilmente, por su incapacidad de gestionar Estados complejos y extensos en contextos de crisis. Hoy se evoca la democracia directa “a la ateniense” entre nosotros sin reparar en que ya no somos ciudades-Estado.

Una lectura moderada nos lleva a reconocer el mérito de nuestros fundadores sin idealizarlos. Más allá de malentenderlos como utopía áurea de los orígenes, podemos aprender útiles lecciones de su peripecia de ascenso y caída, si tomamos nota de sus aciertos y, sobre todo, de sus errores. Y claro que hay analogías. Fiarlo todo a líderes providenciales, no integrar a la disidencia o las minorías y abusar del poder de la mayoría, entre muchas otras cosas, minan los sistemas participativos ayer y hoy.

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