martes, 3 de diciembre de 2024

Otro rasgo diferente de la insurrección fue la violencia con que explotó la lucha. El 16 de junio, en el frustrado intento de la marina contra Perón, las bombas causaron centenares de víctimas civiles.

El 16 de setiembre, en cambio, la marina tuvo las primeras víctimas en el bombardeo de la aviación leal a la base de Río Santiago, donde en la hora cero se habían sublevado el Almirante Isaac Francisco Rojas, Jefe de la Base y Director del Colegio Naval. Ese día se presentaron a Rojas el General Juan José Uranga y 60 Oficiales del Ejército que no habían logrado sublevar a las guarniciones de la Capital y Campo de Mayo pero no querían quedarse afuera de la lucha. Ésta se desencadenó cuando los aviones de la Base de Morón y tropas leales del Regimiento 7 de Infantería, bombardearon la Base y los buques durante todo ese día.

Al atardecer los rebeldes evacuaron el lugar y se embarcaron en la flota. Buques de guerra argentinos llegarían esa tare a Montevideo con su carga de muertos y de heridos, entre los que había cadetes de la Escuela Naval, Oficiales y Suboficiales.

Merece destacarse asimismo la fuerza con que reaccionó el cuerpo de suboficiales en el foco rebelde de Curuzú Cuatia, cuya guarnición tenía considerable peso en el sistema defensivo de la Mesopotamia. Allí el Mayor Juan José Montiel Forzano se reveló auxiliado por pocos Oficiales y numerosos civiles; más tarde llegó el General Pedro Eugenio Aramburo para encabezar la rebelión. Hubo indecisión y desconcierto entre los rebeldes ante la certeza en que fuerzas poderosas venían a reprimir; eso dio lugar a que el cuerpo de Suboficiales, que permanecía leal, retomara ese mismo día la guarnición.

“En realidad el contraataque de los Suboficiales constituía una campaña digna de admiración, cuando se piensa que habían sido tomados completamente por sorpresa y que carecían de organización y de jefes”, escribe Hume al relatar los pormenores de esa jornada. Explica además los motivos de esta reacción: “Perón dio a los Suboficiales una conciencia de clase y de poder e independencia que tuvo efectos profundos sobre el ambiente del ejército. Adquirieron, por un lado un desprecio olímpico por la tropa y por otro una velada y casi universal hostilidad hacia la oficialidad”.

La situación que se vivía en las Fuerzas Armadas con grave riesgo de guerra civil provenía de la fractura ideológica en el cuerpo de Oficiales. Ciertamente este no fue un golpe “burocrático” decidido en las respectivas jefaturas de las armas; participar o no de la conspiración constituía un problema de conciencia individual.

Los Imponderables

En la armada, los que conspiraban querían salir cuanto antes con el fin de evitar nuevas depuraciones que le quitarían a la Marina de Guerra su poder de fuego, como ya había ocurrido con la aviación naval.

La iniciativa del Ejército partió de un grupo de Oficiales de la Escuela de Artillería de Córdoba que se contactaron con el Coronel Arturo Ossorio Arana, y que al enterarse de que el General Aramburu, jefe de la conspiración militar, había postergado la salida, invitaron al General retirado Eduardo Lonardi a encabezar el lanzamiento.

Así, con una mezcla de improvisación y coraje, comenzó esta revolución que en Córdoba utilizó el santo y seña “Dios es justo”, palabras simbólicas que aludían a una respuesta contundente y dramática a la ruptura entre Perón y la Iglesia; y que logro unir tras los mismos objetivos a estudiantes universitarios laicistas y juventudes católicas, los viejos antagonistas de la querella escolar de la década de 1880.

“En realidad, Marta, solo cuento con imponderables”, le había confesado Lonardi a su hija poco antes de tomar el ómnibus de línea que lo llevaría a Córdoba. Estaba convencido de que en la capital mediterránea había recursos humanos suficientes para resistir hasta que el régimen se derrumbara. Pero en cuanto al conjunto de la conspiración, solo contaba con compromisos de palabra y vagos informes. Supo antes de partir que en las guarniciones de Buenos Aires y del Litoral nadie se movería.

Lonardi salió a pesar de estos inconvenientes. Suponía como la mayoría de los opositores de esa época, que esta sería la última intervención de las Fuerzas Armadas en la política argentina, porque al derrocar a Perón se solucionarían los demás problemas pendientes.

Casi de inmediato empezaron a darse los primeros “imponderables” en los que confiaba Lonardi. Por lo pronto, el 2do Ejército se negó a cumplir la orden de avanzar, impartida por el comando leal. La apertura del segundo frente, encabezada por el General Lagos, y secundado por el General Arandia, éste último con mando de tropa, aliviaba la situación de Córdoba, sin que por esto solo se asegurara la victoria.

Entre tanto, en Puerto Belgrano se ponía el máximo esfuerzo para alistar las naves de la flota de mar, que debían asegurar el bloqueo del Río de la Plata decretado por Rojas como jefe de la marina rebelde. Tocados en su amor propio, los Oficiales Navales querían responderle con hechos a Perón, quien había dicho despectivamente: “a esos yo los corro con los bomberos”.

Lonardi, acorralado por las tropas leales que avanzaban sobre su comando desde el Litoral y desde el Norte y que ya estaba luchando en el sector de Alta Córdoba, le mando un telegrama a Rojas: “mi situación en Córdoba es muy comprometida. Le pido que haga una demostración para aliviarla”.

Rojas explica que como la Marina no puede, salvo por excepción, realizar operaciones de desembarco, se entendió que la colaboración podía darse en el incendio de los tanques de combustible de Mar del Plata para evitar que la columna leal que avanzaba sobre Bahía Blanca pudiera abastecerse. La operación que se concretó en la mañana del 19 con éxito y sin víctimas le daba la señal a Perón de que si no renunciaba la destrucción seguiría. Los próximos puntos eran la refinería de La Plata –con las nuevas instalaciones correspondientes a la destilería Presidente Perón- y los depósitos de Dock Sud.

Esa mañana las tropas leales ocuparon el aeródromo de Pajas Blancas, Córdoba. Entonces sí pareció que los “imponderables” se habían vuelto en contra de los rebeldes. Precisamente en esos momentos de incertidumbre, a mediodía, se leyó por radio un comunicado de la Presidencia de la Nación que cambió el curso de las cosas en forma verdaderamente inesperadas.

El Presidente renunciaba; ponía al Gobierno en manos del Ejército, la institución que ha sido, es y será una garantía de honradez y patriotismo; recordaba que días antes había procurado alejarse del gobierno y que insistía ahora, guiado por su amor al pueblo, para su paz, su tranquilidad y felicidad. Se trataba, aclaró, de una decisión personal ante la amenaza de bombardeos de los bienes inestimables de la Nación y sus poblaciones inocentes, “Yo, que amo profundamente a mi pueblo, me horrorizo al pensar que por culpa mía los argentinos puedan sufrir las consecuencias de una despiadada guerra civil”.

El Ministro de Defensa General Franklin Lucero se sorprendió porque esa madrugada el cuadro de situación favorecía a los leales. Los rebeldes solo tenían Córdoba y Bahía Blanca y en Cuyo se esperaba una reacción de las tropas. A pesar de esta reserva, Lucero obedeció; entendió que en la decisión de Perón había primado su patriotismo y su amor al pueblo. Dio a conocer el texto de la renuncia al Ministro del Interior y al Secretario General de la CGT e invitó al Cardenal Santiago Luis Copello para que transmitiera un mensaje pacificador por la radio oficial. El ofrecimiento fue aceptado por el Prelado esa misma tarde.

Tales novedades causaron un verdadero estupor en los jefes leales, que estaban dispuestos a combatir. En Córdoba, donde todo estaba preparado para el asalto final, el General José Epifanio Sosa Molina le contó luego a Hugo Gambini: “No lo podía creer. Teníamos todo en nuestras manos y había que detener las posiciones ganadas….”.

Para los sublevados todo cambio con rapidez. El Comandante de la Quinta División, que tenía orden de avanzar sobre Córdoba, aceptó la invitación de Lonardi, que había sido profesor suyo en la Escuela Superior de Guerra, y se comprometió a no moverse hasta que se constituyera el nuevo gobierno. El Jefe del Tercer Cuerpo, General Morello, tomo una decisión similar.

Qué hacer con Perón y Evita

Entre tanto, se fue desarrollando un proceso acelerado de desperonización. Pero la principal cuestión a resolver era que hacer con Perón. Matarlo? Dejarlo ir?. Pero eso es para otra historia….

Párrafos extraidos del libro “La Libertadora” – María Sáenz Quesada

 

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