martes, 15 de octubre de 2024
Messi, al frente de Argentina en el entrenamiento previo a su estreno contra Arabia Saudí.

Durante muchos años, Lionel Messi sintió la necesidad de demostrar su pertenencia a Argentina. Se había marchado de Rosario a Barcelona con apenas 13 años y, en realidad, en su país lo conocían con un océano por medio. El atacante necesitaba exhibir (a su manera introvertida) que él también era uno de ellos. El resultado, sin embargo, fue un largo serial de desencuentros durante demasiado tiempo. Parecieron dos cuerpos extraños condenados a la corrosión y el zurdo llegó a levantar bandera blanca tras su enésima frustración, en el Mundial de 2018.

Así era todo. Pero las cosas han cambiado tanto al calor de la buena racha de otro Lionel (Scaloni) en el banquillo, confirmada con el título de la Copa América de 2021 tras 28 años de secarral, que en la previa del estreno de Argentina en Qatar contra Arabia Saudí (11.00, Movistar) alrededor de la Albiceleste ha ido germinando la conjura de que hay que levantar la Copa del Mundo, en gran medida, por Messi. Por Argentina, claro, que lleva desde México 86 sin catarla, pero mucho también por Lio, que a los 35 años encara su última gran cita, según confesó este lunes. Prácticamente, un país para un futbolista, al que después de tantos sinsabores le une un sentimiento de deuda. Todo un giro de los acontecimientos, muy difícil de anticipar cuando recogió los bártulos hace cuatro años en Rusia.

“Seguramente, es mi último Mundial, mi última oportunidad de conseguir ese gran sueño”, admitió este lunes un Messi que después de comer apareció con pachorra en el campo de entrenamiento y que tres horas más tarde, en una sala de prensa donde solo faltó vender entradas, se mostró relajado, hablando incluso de la vida y el paso del tiempo. “Hoy soy más maduro, disfruto más de todo, de los pequeños detalles. Antes jugábamos cada tres días y solo pensaba en ganar. A veces no nos damos cuenta de las cosas importantes”, soltó el diez en la víspera de su quinto Mundial.

Con Argentina todo es excesivo, más todavía antes del estreno. El gesto distendido de la estrella -aunque reconoció su último tren- le sentó bien al empedrado albiceleste mientras Scaloni se sacudía como podía la tensión. “No estamos obligados a ganar la Copa del Mundo, para nada. Venimos a competir. Esto no deja de ser un juego, de dramatismo no tiene nada. Luego la vida real sigue”, comentó el técnico, el más joven del torneo (44 años).

El primer Mundial sin Maradona
Existe una sensación extendida, al menos en Europa, de que esta cita en medio de desierto y bajo un sol diurno que intimida (como el de este lunes en el entrenamiento vespertino) devolverá la gloria perdida a Sudamérica, en barbecho desde la Brasil de 2002. Un pronóstico que eleva las acciones de Argentina y la Canarinha, aunque sobre ambas se impone una cautela: apenas se han enfrentado a europeos desde Rusia. La nueva Liga de las Naciones en el viejo continente ha restringido la posibilidad de que los sudamericanos se midan con sus iguales del otro lado del Atlántico. En este periodo, Argentina solo se las ha visto contra Italia en La Finalissima (campeón de Europa contra América), a la que derrotó 0-3 en junio. Estonia y Emiratos Árabes han sido sus otros rivales no americanos. En todo caso, los números sitúan este martes a los muchachos de Scaloni ante la posibilidad de igualar la mejor racha de imbatibilidad (37 partidos), ahora en poder de la Azzurra. No pierde desde la semifinal de la Copa América 2019 contra Brasil (2-0), curiosamente, una de las mejores actuaciones de esta nueva etapa, según creen desde dentro.

“Los grandes favoritos no ganan los Mundiales. Hay no menos de ocho o diez equipos que pueden hacerlo, y la mayoría son europeos. Los pequeños detalles harán campeón a una selección, y no tiene por qué ser la que mejor juega”, puntualizó Scaloni, que sí aceptó que los suyos se quitaron la presión tras la conquista de hace un año y medio. “Venimos de ganar y eso hace que la gente no esté tan ansiosa”, anticipó Messi.

Desde el derrape de 2018, en la Albiceleste apenas quedan, además de La Pulga, Otamendi, Di María, Acuña, Dybala y, casualmente, Scaloni, entonces ayudante de Jorge Sampaoli. En este viaje, la vuelta al calcetín ha sido grande en nombres (ya se fueron los Agüero, Mascherano o Higuaín) y, sobre todo, en sensaciones. Pero este martes el equipo abandona el terreno líquido de las atmósferas y entra en la realidad. “Me siento muy bien físicamente y llego en un gran momento en lo personal. Siempre hay que intentarlo y no quedarse con las ganas”, avisó Messi. Un nuevo horizonte para Argentina que se abre, por cierto, en el primer Mundial sin su Dios Maradona, fallecido hace ahora dos años menos tres días.

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