Dos décadas de flujos y reflujos entre las comunidades indígenas y los sucesivos gobiernos de Buenos Aires y las provincias, tornaron a la frontera en un ámbito inestable en el cual las pugnas de ambos bandos no producían decisiones claras.
Sin embargo, el creciente poderío de las culturas de la Pampa, empujadas por el constante aporte araucano y la demanda cada vez más exigente de tierras por parte de los latifundistas de Buenos Aires y sus alrededores, hicieron que, desde 1821, se percibieran con mayor nitidez políticas y acciones dirigidas a someter a los indígenas.
El año 1833 marca un hito en la lucha de las comunidades de la llanura. Es entonces cuando, por primera vez, los territorios indios son profundamente penetrados y muchos de los principales asentamientos desbaratados. Más aún, por primera vez la violencia de las acciones llega a un punto tal que las pérdidas de vidas entre los indígenas se cuentan por miles en el término de unos pocos meses.
Desde la época de los virreyes se había pensado en una “entrada general” contra las comunidades de la llanura. Después de 1810 existieron algunos intentos (Martín Rodríguez), pero el territorio indígena, como un enorme pantano, ahogaba los proyectos de dominación.
Sin embargo, el “ablandamiento” ejercido por las ofensivas provinciales y de Buenos Aires desde 1820 en adelante sirvieron de sustento a la ofensiva de 1833, planificada desde mucho tiempo antes y ejecutada en un frente que, desde Cuyo y Buenos Aires, “barrió” todo el ancho del país, comprometiendo a cerca de 3.800 soldados en una acción militar sin precedentes.
El plan, al parecer, tenía sus raíces en una vieja idea de Rosas, a la sazón comandante general de la campaña, quien a su vez persuadió a Facundo Quiroga, que finalmente se hizo cargo de las operaciones como comandante en jefe. La fuerza se en tres organizó divisiones:
La división derecha se puso en movimiento a principios de marzo de 1833 rumbo al sur de Mendoza. Después de soportar deserciones, las inclemencias del tiempo y las dificultades del terreno, la columna llegó luego de casi un mes de marcha hasta Ranquilcó, en donde estaban asentadas las bandas de Yaypilau, de las cuales tomó gran cantidad de prisioneros, aunque el cacique y sus hombres de pelea lograron huir.
Aldao se enteró allí que Yanquetruz, el temible cacique ranquel, se encontraba en las proximidades de Río Cuarto. A partir de entonces, Aldao inicia una infructuosa persecución hallando a su paso numerosas comunidades que lo enfrentan y que al mismo tiempo protegen la retirada del cacique.
El 7 de abril en la confluencia del Salado y el Atuel, perdieron la vida los caciques Levián y Quellef junto con veintiocho de sus hombres.
Ciertas indecisiones de la columna permitieron que una avanzada de Yanquetruz cayera el 14 de mayo sobre una compañía de la división de Aldao, matando a treinta soldados.
Este hecho, sumado a las dificultades permanentes de abastecimientos, la imposibilidad de unirse a las otras divisiones y los obstáculos del terreno hicieron que Aldao, a instancias de Quiroga, ordenara el repliegue definitivo de la fuerza.
Yanquetruz había logrado eludir la ofensiva de Aldao, pero no así la de Ruiz Huidobro, quien al mando de la división Centro lo enfrentó en el combate de Las Acollaradas (San Luis) el 16 de marzo. Tras varias horas de intensa lucha murieron 160 ranqueles, incluido el cacique Pichún, hijo de Yanquetruz. Este logró huir poniéndose lejos del alcance del enemigo.
El 27 de junio en Huinca Renancó (Córdoba) fue desmantelado el asentamiento del cacique Coronado.
De todas maneras, un conjunto de factores similares a los sufridos por la división derecha hizo que esta columna también se replegara (julio) sin consolidar sus victorias parciales y permitiendo el alivio transitorio de los indígenas que buscaban reagruparse.
La división izquierda, comandada por Rosas, provocaría los mayores desbandes entre las comunidades que habían resistido heroicamente los embates de las otras dos divisiones. Rosas, al mando de más de 2000 hombres, no les daría respiro. La expedición contaba además con el aporte de los caciques tehuelches Catriel y Cachul y los voroganos Cañuquir, Rondeau, Mellín y Cayupán entre otros. Algo más de 1000 hombres se agregaban así a la fuerza que se puso en marcha el 22 de marzo desde Monte.
Las informaciones acerca de las defecciones de las otras dos divisiones hicieron que Rosas redoblara sus esfuerzos, lanzando una ofensiva con todos los medios a su alcance, especialmente sobre los grupos araucanos, fuente principal de sus preocupaciones, persiguiendo además la toma del reducto indígena de Choele Choel, utilizado como posta de invernada para el ganado robado, que era enviado a Chile.
Rosas buscaba más: “barrer” los territorios comprendidos entre los ríos Colorado y Negro y cruzar este último adentrándose más al sur, hasta el Neuquén, adonde muy pocos habían llegado.
Fragmento del libro “Nuestros paisanos los indios”, de Carlos Martínez Sarasola