martes, 1 de julio de 2025

Un obeso cómico de 22 años proveniente de los Estados Unidos arribó en el primer semestre de 1914 a Buenos Aires. Su vocación artística no le estaba dando los resultados esperados. Había trabajado en los barcos que recorrían el río Mississippi y también probó suerte en Australia. Sud América era su nuevo destino, a pesar de no hablar más que tres o cuatro palabras en español. Apostaba a que su gordura le permitiera salvar el problema del idioma y entretener con sus monerías a los excéntricos porteños que pagaban, mejor que nadie a los artistas. El gordo al cual nos referimos se llamaba Oliver Hardy.

Había sido contratado para actuar en el Pabellón de las Rosas, en Libertador y Tagle (Barrio de Palermo), un lugar al que acudían familias por la tarde, no por la noche. Era justamente en este último horario en que actuaba, vestido de gaucho, frente a hombres de diversas clases sociales y mujeres bien dispuestas a divertirse. Aunque, según parece, no lo hacían con las morisquetas del gordo Hardy. Porque no lograba que entendieran sus chistes básicos o sus gestos frente a determinadas situaciones. Para colmo, Oliver vivía por la zona de Plaza Italia y el único transporte que lo acercaba a su trabajo era un tranvía que lo dejaba en Las Heras y Coronel Díaz. Desde allí, debía desplazar 8 cuadras sus ciento cuarenta kilos, esfuerzo que al gordo no le causaba ninguna gracia.

Fracasó en el Pabellón de las Rosas, pero pronto consiguió que lo tomaran en el Parque Japonés ubicado en Retiro, donde hoy se encuentra el Hotel Sheraton. Oliver Hardy era uno de los tantos artistas contratado para amenizar la estadía de grandes y chicos. Cuando le tocó actuar en el Parque, la principal atracción era una montaña rusa muy básica para nuestra idea de montaña rusa, aunque en aquella época era toda una aventura vertiginosa montarse en el “ferrocarril escénico que viajaba por las montañas” (así lo llamaban). Otro de los atractivos del Parque Japonés eran los autitos chocadores, la ola giratoria y la rueda gigante. Además, uno podía disfrutar de la banda musical que recorría el Parque o de las actuaciones en el teatro Romano, un espacio dedicado a los payasos, los cómicos y los ilusionistas. Ese era el lugar en donde actuaba Oliver Hardy en 1914. Hasta que resolvió que Buenos Aires no era el paraíso que esperaba encontrar. El obeso joven regresó a su país.

Hardy estuvo a punto de cruzarse en Argentina con muchos otros cómicos y artistas de su patria que arribarían en 1915. El aluvión de estadounidenses contratados para actuar en Buenos Aires, Santa Fe, Rosario, Córdoba y Mendoza se debió a la Primera Guerra Mundial. El conflicto bélico hizo que se cortara la importación de talentos europeos y, en su reemplazo, los espectáculos de variedades echaron mano a los disponibles en Estados Unidos. Y más aún se buscaba tentar a italianos, ingleses o franceses que se hallaran viviendo en el país Norteamericano. Fue el caso del británico Stan Laurel.

Era un flaco con una mandíbula caricaturesca que había incursionado en los escenarios estadounidenses, cuando integraba la troupe de Fred Karno. Un día, él y un connacional que actuaban en la misma compañía resolvieron independizarse. El circo se quedó sin Stan Laurel y sin Charles Chaplin.

En Buenos Aires, el flaco Laurel actuará disfrazado de payaso en el popular teatro casino, de Maipú y Corrientes. Compartirá cartel con la cantante Luella Montes, el ventrílocuo Richardi y el entretenido pintos instantáneo apodado Rembrandt (capaz de resolver un retrato en segundos).

Oliver Hardy y Stan Laurel estuvieron en la Argentina, con diferencia de meses. Fue 14 años antes de que se convirtieran en el Gordo y el Flaco.

 

Textos extraídos del libro “Historias Inesperadas de la Historia Argentina” – Daniel Balmaceda

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