
Virginia Méndez ha entrado en el nuevo siglo con 84 años. Nació el 22 de agosto de 1916, cerca del barrio Matadero, en chacras vecinas a las de la familia Moré. Su padre, José Méndez, español, era propietario de un cuarto de manzana en el ángulo de 25 de Mayo y 9 de Julio. Tenía panadería en su tierra natal, La Coruña, y en Esquel instaló otra similar, con horno a leña y un malacate tirado por un burro para hacer mover las máquinas. Recuerda que cuando hacían alguna travesura, su padre les ordenaba, como castigo, ir a empujar el malacate. Ella y su hermana solían ir a la noche para ser invitadas por los operarios cuando horneaban alguna carne o cabeza de cordero, antes de iniciar la faena del pan. Méndez compraba la harina en la zona.
Evoca al maestro de pala, otro español, Hermenegildo Alfaro, quien se fue de este trabajo cuando derribaron la panadería. “Él le dijo: Pepe, yo me quiero ir a morir a España: después tuvimos noticias desde allá que había muerto. Era mi padrino.”
Su padre era contador público: tenía una gran habilidad para calcular y una excelente caligrafía, y atendía varias estancias vecinas. Pero un día decidió invertir en el negocio del cine. La construcción demoró varios años. Méndez hizo numerosos trámites ante el Banco Hipotecario para conseguir más fondos y construir el cine Armonía, situado en el predio donde desde hace muchos años funciona el comercio Casa Neira. La panadería sobre 25 de Mayo entre 9 de Julio y Rivadavia fue derribada para instalar el primer cine de Esquel, a instancias del hermano mayor de Virginia, quien proyectaba las películas y siguió haciendo este trabajo en el posterior cine Coliseo, propiedad de Roque González. Virginia Méndez, “Nena”, para los amigos y familiares, no deja de sentir nostalgias cuando evoca a su hermano.
El Armonía, inaugurado a fines de la década del ’20, funcionaba todos los días; las películas llegaban en carros o en los “colectivos” de la línea de los hnos. Paredes. En sus instalaciones con capacidad para más de un centenar de butacas, se proyectaban numerosas películas argentinas: también películas de Chaplin y muchas norteamericanas, todas en blanco y negro. Virginia no duda en nombrar algunos de sus galanes preferidos, como Hugo del Carril; también Héctor Garzonio recuerda películas famosas, de ésas que dejaron huellas en el público, como “Casablanca” y las series de “Tom Mix”.
Cuando Virginia desenreda sus propios recuerdos del Esquel de aquellos años y del cine paterno, se pierde en la maraña de anécdotas y pide ayuda. Duda, trata de memorizar y dice que ella tendría unos once años cuando se inauguró el cine. Recuerda la anécdota de un poblador rural que sacó su entrada e iba hacia la sala, pero pronto se retiró, diciendo: “Ésta ya la vi.” Había visto la presentación de la Metro, el famoso león. Virginia ríe sin irrespetuosidad; con la misma ingenuidad que demostraba el cliente.
En la conversación, se le escapan algunas anécdotas interesantes, como la de la estridente sirena del Armonía. Muchos viejos vecinos, en cambio, la recuerdan con claridad. Una sirena anunciaba que las películas habían llegado; otra, un rato después, avisaba que estaba por comenzar la función. Se daba tiempo para que el público se alistara convenientemente. Es de imaginar la ansiedad de matrimonios y niños cuando estaba por escucharse la segunda y había que ir pronto al cine.
Con la mordacidad en dos oportunidades. “Eco del Futalauſquen” lanzó críticas a la empresa en dos oportunidades. En una de ellas acusaba al Armonía de buscar un lucro excesivo por proyectar la película “Orquídea”, decididamente no apta para menores, sostenía, en medio de un festival de cine infantil. En la segunda el 26 de julio de 1952 señalaba al administrador, señor Delgado, porque había cortado la función por la muerte de Eva Perón, pero, según el semanario, no se devolvió el valor de las entradas, como hicieron los cines de Buenos Aires. Y aunque el citado administrador habría dicho que el dinero seria destinado a Ayuda Social, lo ponía en duda y a la vez o criticaba porque Delgado era conocido peronista. Peor aun, lo acusaba de haber violado el Decreto oficial de Duelo de diez días por la citada muerte al haber proyectado cine en esos días. El título de la nota era: “¡Qué peronista!”
También había funciones teatrales. En la edición del 31 de mayo de 1956 se comentaba la velada teatral organizada por los ex alumnos de la entonces Escuela N° 20, en el local del Cine Armonía. Se presentaron dos obras, “El duraznito de la virgen” y “La falsa huella”, ambas dirigidas por Héctor Martín. Entre los artistas nombrados en el elenco, destacamos a Luis A. Arden, Eva Masaccesse, Simón Chebeir, Francisco Gilardoni, Julián Cazenave, Rubén Centeno y el apuntador Tiwi Williams.
Fragmento del libro “Esquel… del telégrafo al pavimento”, de Jorge Oriola