En una época en donde China aparece como el nuevo líder económico mundial, que crece a un ritmo vertiginoso y todo lo que toca lo convierte en oro, es interesante revisar algunos convenios de inversiones y desarrollo realizados con otros países para entender que no siempre son beneficiosos para ambos sectores. El gigante asiático generalmente avanza sin contemplar el contexto y las posibilidades de sus aliados.
“La iniciativa del cinturón y la ruta de la seda” no ha convencido a todos por igual; mientras algunos cuestionan los objetivos declarados y los resultados propuestos, otros señalan que es importante distinguir entre el billón de dólares prometido y las cantidades realmente comprometidas y desembolsadas para apoyar esos proyectos (lo que no les impide reconocer que, en cualquier caso, esas cantidades se cuentan ya en cientos de miles de millones). Para empezar, esos grandes proyectos de construcción, de extracción de minerales y de intensificación de las redes de transporte generan inquietud desde el punto de vista ecológico; aunque los riesgos que todo ello plantea no se comprenden plenamente y han sido poco estudiados, es muy probable que sean considerables.
Además, ciertas compañías chinas han adquirido mala fama en materia de respeto al medio ambiente (y de la ley). A comienzo de 2019, por ejemplo, las inspecciones realizadas en 32 explotaciones mineras dedicadas a la extracción de oro en el norte del Congo revelaron que una sola empresa china, Ágil Congo, había destruido 150 arroyos con sus operaciones y eso a pesar de no tener permiso para explotar los yacimientos. A ello se añade el temor a que las élites locales estén aprovechando la ocasión para llenarse los bolsillos al tiempo que cargan sobre el resto de la población el peso de una deuda que difícilmente podrá pagar.
Joseph Nye, de la Universidad de Harvard, se preguntaba si la estrategia tenía “más humo de relaciones públicas que fuego inversor”, antes de sugerir que las motivaciones que animan la iniciativa tienen que ver menos con ayudar a elevar el nivel de vida en China y otros países vecinos y más con el deseo de encontrar inversiones que produzcan mejores rendimientos que los escasamente rentables bonos del gobierno estadounidense (en los que Pekín tiene más de un billón de dólares).
También hay quienes han criticado el hecho de que, antes de plantear un escenario mutuamente beneficioso para todos los participantes, la iniciativa permite que las empresas chinas se lucren, no junto a otras, sino a expensas de otras. Como algunos han señalado el 89% de los proyectos de la “iniciativa del cinturón y la ruta de la seda” financiado por China tienen contratistas chinos.
Los brillantes rayos de atención China pueden llegar acompañados de sombras, algo que a muchos no ha pasado desapercibido. Los beneficiarios de préstamos señalan por ejemplo que las oportunidades no son recíprocas. El Presidente de Kenia, Uhuru Kenyatta, subrayo la importancia de encontrar el modo de permitir que los “productos kenianos penetren en el mercado chino”. Ante la expectativa de pagar una línea férrea de 3600 millones de dólares, no es sorprendente que el Presidente presione para conseguir acceso a un mercado que podría contribuir a impulsar el crecimiento chino.
Tales inquietudes van de la mano con las preocupaciones que suscita la deuda contraída por los gobiernos de naciones cuya capacidad para cumplir con las obligaciones y gestionar los pagos es, en muchos casos, cuestionable. Un ejemplo de ello es precisamente Kenia, donde los costos de la nueva línea férrea y de un proyecto de autovía interurbana amenazan con elevar la deuda del país del 30 a casi el 60% del PIB. A nadie extrañara que casos como este –o el del acuerdo entre las minas de la región de Kolwezi entre el Gobierno del Congo y un consorcio chino, cuyo valor superaba la totalidad del presupuesto anual del país africano en el año en el que se firmó- hayan llamado la atención de los especialistas. Entre tanto, el nivel de la deuda de ocho países (incluidos Pakistán, Kirguistán, Tayikistán, Laos y Mongolia), ha aumentado tonto que algunos observadores advierten sobre las graves consecuencias si no pueden cumplir con los pagos.
En 2011 el Gobierno de Tayikistán cedió a China varios cientos de kilómetros cuadrados de territorio a cambio de la condonación de una deuda que no estaba en condiciones de pagar.
Los 7.000 millones de dólares que cuesta la línea ferroviaria que se está construyendo para conectar la ciudad China de Kunmíng con Vientian, la capital de Laos, representan más del 60% del PIB de éste país, lo que ha llevado a señalar que el nivel de la deuda es tan alto que resultaría impagable.
A fecha 31 de diciembre de 2017, decía el editorial aparecido en Expansao, si la deuda se promediaba entre toda la población, cada angolenio debía a China 754 dólares, una suma considerable en un país donde el ingreso per cápita anual es tan solo de 5.000 dólares. Todavía más severo es el caso de Kirguistán, donde la deuda nacional asciende a 703 dólares por ciudadano y el ingreso per capita anual no llega a los 1.000 dólares.
Ese mismo país nos ofrece un útil ejemplo de lo que sucede cuando las cosas salen mal como el caso de los trabajos de modernización de la central termina de Biskek, un proyecto por valor de 386 millones. En enero de 2018, tras una importante inversión, la central de descompuso lo que dejó sin calefacción a unos 200 mil hogares durante 5 días en que las temperaturas en Kirguistán habían descendido a casi -30ºC. El incidente causó en la República centroasiática un escándalo nacional acerca del modo en que se había adjudicado y sobre quien recaía la responsabilidad del fallo, y planteo la cuestión de si los prestamos chinos podían crear más problemas de los que solucionaban.
Otro ejemplo es el Puerto de aguas profundas de Hambantota, en Sri Lanka, que costó 1.300 millones de dólares, pero cuya utilización, muy por debajo de las previsiones, difícilmente permite justificar semejante inversión. En el verano de 2017, el puerto fue arrendado por 99 años a una compañía china a cambio de la deuda, una solución que generó una tormenta política en el país. También en la India, que ve con recelo la expansión estratégica, comercial y militar de China en el Océano Indico, causó preocupación, y fue una señal de advertencia obvia a otros países a cerca de lo que ocurre cuando un gran proyecto no satisface las expectativas. “Ningún país puede aceptar un proyecto que ignora sus principales preocupaciones en materia de soberanía e integridad territorial”, señaló el Ministerio de Asuntos Exteriores de la India.
En el caso de Sri Lanka los errores cometidos en Hambantota se replicaron en el nuevo aeropuerto internacional de Mattala, construido simultáneamente y donde las optimistas previsiones del número de pasajeros tampoco se cumplieron.
Solicitar un crédito a un prestamista que podría estar interesado en utilizar el activo que sirve de garantía al préstamo, conlleva a un riesgo inevitable que debe ser evaluado con sumo cuidado.
Fuente: “Las nuevas rutas de la seda”, de Peter Frankopan