martes, 3 de diciembre de 2024
Alejandro Graue, actor de doblaje argentino, en un estudio.

“Llegó el día: me reemplazaron en un trabajo con voz generada por inteligencia artificial”, escribió en Twitter Alejandro Graue, locutor y actor de doblaje argentino de 36 años. Llevaba un par de meses doblando al español un célebre canal de YouTube con millones de suscriptores en inglés, del que prefiere no dar el nombre: “El autor es un muchacho histriónico, con algunos modismos muy instalados, a veces tartamudeos, que se frena en mitad de una frase y comienza otra. Es algo que requiere de técnica de actuación, para poder representarlo lo mejor posible”, explica por videollamada a EL PAÍS.

En enero vio que el canal se seguía actualizando con vídeos que él no había doblado: “Cuando le di al play se escuchaba una voz totalmente falta de sentimiento que decía: ‘Hola, bienvenidos nuevamente a este programa, hoy estaremos…’. Algo horrible”, recuerda. En los comentarios la gente se quejaba del cambio, pero de momento los vídeos han seguido apareciendo con esa voz artificial, que es incapaz de reproducir el particular modo de hablar del youtuber.

Entonces puso el tuit, que ya han visto más de 740.000 personas. El problema para Graue no es ese trabajo que ha perdido. Él es un profesional independiente y tiene otros, de momento. El problema es la tendencia: “Es preocupante. Vamos camino de que el factor humano desaparezca de algo artístico”, dice.

En apenas unos meses el sector de la locución se ha visto trastocado por la inteligencia artificial. La explosión de ChatGPT y de las aplicaciones para crear fotos o ilustraciones desde el pasado verano también ha llegado a la voz. Como en otros oficios creativos también amenazados, aún queda margen para llegar al momento donde la máquina pueda hacerlo todo. Pero no se ve ninguna luz humana al final de ese camino: “Desde hace dos o tres meses la facturación nos ha bajado”, dice Noemí Gutiérrez, directora de la empresa de doblajes Voces en la Red. “Los locutores nos llaman, nos escriben porque han notado la bajada. Se han multiplicado las plataformas que dan voces sintéticas gratis. Hay gente a quien le vale una voz cutre y tiran con eso”, añade.

Aunque aún hay quien no ha notado las consecuencias del todo, sí pueden intuirse, según Begonya Ferrer, actriz de doblaje: “Como trabajo para mucha gente de muchos países, no puedo saber si me han sustituido por una IA en alguna empresa”, dice. Sí le han recortado su participación en un tipo de vídeos específico, que ahora “usan voces artificiales para hacer una primera prueba, o borrador de voz en off, y después se lo pasan al locutor, que dobla por encima con su voz. Así, quizá, evitan pagar dos locuciones”, explica.

La calidad y las entonaciones elaboradas aún se pagan, pero muchos en el sector advierten de que las máquinas seguirán perfeccionando su capacidad. “Entiendo que es parte de la evolución tecnológica y que hay un montón de cosas que se pueden resolver con inteligencia artificial, desde contestadores automáticos a mensajes que uno escucha en el metro, en los que no hace falta el sentimiento. Pero todo lo que es actoral, me parece que no debería hacerse; por una cuestión, incluso, de preservación del oficio”, dice Graue.

Solo serán necesarios programadores
El peligro que ve el actor es que, cada vez en más oficios, la humanidad quede en manos solo de quienes hablan con las máquinas: “No va a ser necesaria la persona que ejecuta la tarea. Las únicas personas necesarias serán programadores y ya”, añade. En los debates que ha tenido Graue desde su tuit viral, algunos le han dicho que se olvide de eso de “preservar el oficio”, que esto es como la electricidad: “Hay gente que me lo comparaba con la aparición de la electricidad y el trabajo de los faroleros. Yo decía que no, que la aparición de la electricidad era para un beneficio global. Esto de las voces sintéticas, ¿en qué beneficia al público? Solo beneficia a la empresa que paga”, dice Graue.

Tampoco tiene Alejandro Graue una edad para pensar que puede llegar a jubilarse en breve y olvidarlo todo: “Sí tuviera 70 años, diría que no me puedo preocupar tanto por el futuro porque no lo tengo. Pero a mí me va a afectar directamente. Puedo abrirme hacia otros terrenos, pero sin dejar de pensar: ‘Me tengo que dedicar algo en lo que sepa que no me pueden reemplazar’. Porque he hablado con colegas, periodistas y guionistas, y todo se está empezando a reemplazar con inteligencia artificial”.

Esa propagación rápida entre oficios provoca incertidumbre. Es difícil observar tranquilo la actualidad mientras las máquinas empiezan a hacer, en segundos, tareas que requerían una habilidad especial y años de estudio o aprendizaje.

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