El Doctor Atilio Viglione recuerda: “En la época que conocí a Errasti, había ido a trabajar a Cholila el Doctor Juajatti, un médico oriundo de Santa Fe que recibía un sueldo del Estado Nacional. Un día en que pregunté por él, alguien me dijo que vivía a dos kilómetros del pueblo. Me dirigí al lugar señalado y en sus inmediaciones hallé a un hombre a caballo, cubierto con un poncho. Recuerdo que era una tarde de invierno muy fría y comenzaba a lloviznar. Lo paré y le pregunté si sabía donde vivía el médico “forastero”. Él montado me dijo: el médico soy yo y a continuación me invitó a que lo acompañara a su casa. Para llegar a la vivienda debimos andar unos 500 metros. El hombre desensilló, entramos a una modesta salita donde había instalado su improvisado consultorio, depositó el recado sobre una camilla y, en ese mismo momento, dos perros de apreciable tamaño salieron a su encuentro causando gran alboroto. Me comentó que los “amigos del hombre” dormían allí, y que ellos y el equino eran su compañía en horas en que no atendía pacientes. Seguidamente nos trasladamos a la cocina, donde saboreamos unos reconfortantes amargos. Entre mate y mate me enteré que había venido buscando nuevos horizontes desde Santa Fe, que el paisaje de Cholila le encantaba y que en poco tiempo se había granjeado la confianza y amistad de la gente del lugar.
Años más tarde, cuando terminé de organizar el área de salud pública de la Provincia y debí registrar a todos los médicos que ejercían su profesión en el Chubut, le asigné la Matricula Nro. UNO a este hombre, entregándole el carnet correspondiente. Consideré que merecía ser el primero de la lista por su vocación, por el sacrificio que implicaba cumplir con el juramento Hipocrático en una zona rural tan apartada, acudiendo a atender a sus pacientes “a caballo”. Desafortunadamente, la adicción al alcohol, que acaso le sirvió para mitigar las horas de soledad, frio y desarraigo, acabó llevándolo a la tumba.
En 1.963, siendo Vice Gobernador, lo visité comprobando con amargura que el alcoholismo de forma implacable le había corroído sus ganas de vivir. Con el Dr. Ventura, Director de Salud Pública de la Provincia, resolvimos internarlo primero en Esquel y luego en Trelew. Pero el médico Numero UNO no deseaba curarse y la medicina no puede luchar contra la voluntad de quien prefiere la muerte a la vida. Poco tiempo después fue a Santa Fe, falleciendo a los pocos días. Solo contaba con 40 años de edad.
Todo el mundo en Cholila lo trataba como a un hermano. Este médico humanitario no establecía diferencia entre un pobre y un rico; para él todos los pacientes eran iguales. La gente no le abonaba un solo peso porque él le hacía ver tanto a quienes podían pagarle como a los pobres de solemnidad, que recibía un sueldo del Estado y que con ese sueldo, él, subsistía. En los primeros años lo recibió de la Nación; en los últimos de la Provincia. ¡Se podrán imaginar que sueldo podría ganar un médico estatal en un perdido pueblo patagónico!.
Los vecinos sabían que cuando necesitaban de sus servicios en los horarios nocturnos o días feriados, debían despertarlo primero, pues generalmente, estaba borracho. Para recobrar su sobriedad tomaba “atenin”, una droga que en aquella época se recetaba a los pacientes para que se mantuvieran despiertos. Si se trataba de una emergencia en medio de la noche, los familiares del enfermo o accidentado sabían de antemano que debían entrar a su casa a oscuras, puesto que no se disponía de luz eléctrica en Cholila a esas horas, buscar con la luz de una vela el frasco de pastillas atenin en una alacena, alcanzarle un vaso de agua y tratar de que tragara la píldora. Luego, con paciencia, esperar que el remedio le hiciera efecto. A penas el médico salía del sopor etílico, ya estaba en condiciones de auxiliar al paciente, cualquiera fuera el mal que le aquejara, alumbrado por un “sol de noche”.
El pueblo de Cholila lloró a su médico el día que se enteró que ya no estaba entre los mortales.
Texto del libro “Dr. Atilio Oscar Viglione – Memorias”. Eduardo Hualpa