Toda la noche se escuchan, dale que dale, los golpes de martillo sobre las maderas, sobre las chapas. Los vecinos que no pueden dormir por el ruido no dicen nada, saben lo que está pasando, imaginan quiénes son los que trabajan.
A la mañana, seguramente, saludarán a la familia que se acaba de instalar en el barrio. ¿Barrio? No, si apenas es una línea de casas. La Municipalidad sabe que esta gente viene y levanta sus casas de chapa, pero son más rápidos que las mensuras y, salvo pedir a la policía que controle, no pueden hacer nada. El crecimiento de la ciudad en la zona oeste es impresionante.
Así, sin prisa ni pausa, las casas se multiplican y las familias que allí se instalan no tienen luz ni agua… algunos se reúnen y se presentan ante el gobernador militar o la municipalidad pidiendo, por lo menos, una canilla pública.
Los que viven en la zona que todos conocen como Chile Chico, tienen a disposición “una canilla pública al frente de la plaza, por la calle 12 de Octubre, con un tacho en cada mano tenían que acarrear; después conseguimos que pusieran otra más arriba… gestionamos con el general Lagos, gobernador militar, para que YPF instale un tanque australiano en la calle Formosa que todavía no estaba trazada, era puro campo”.
Los que están más arriba, cerca de la cima del cerro, reclaman porque “no llegaba el agua, les dijimos, pero…” no los escucharon, menos mal que está monseñor Mariano Pérez, que sí tiene oídos para escuchar a la gente pobre, y en un viaje que hace a Buenos Aires gestiona, ante las autoridades de Obras Sanitarias de la Nación, la ocasión de un tanque australiano más arriba… a los veterinarios está instalado. Y así, los vecinos tienen agua oficial.
Por la calle pasan las cañerías que llevan el agua para el barrio Presidente Perón y Evita, pero este agua tiene dueño, es de YPF, lo que tiene sin cuidado a muchos que de noche se conectan clandestinamente.
Las camillas públicas
En 1957, don Manuel Astorga se lamenta por “el cuadro doloroso que representa a la vista de todos esa caravana de niños y ancianos recorrer tan larga distancia con tachos y baldes en mano para poder adquirir el preciado líquido”.
Las cañillas públicas que están frente al almacén de Saini y cerca de la Capilla Nuestra Señora del Carmen, en el barrio que todos llaman Chile Chico, no alcanzan. Los vecinos que están en la fila se pelean entre ellos, discuten para que se les respire el orden estricto de llegada. Nada de hacer trampas y alcanzar el tacho a alguna vecina que está antes.
La escasez de agua crea un conflicto tras otro. La policía controla que no haya líos y que nadie aproveche la situación, “que usar tal o cual agua estaba prohibido”… la policía controlaba y hasta llevó presos a algunos vecinos porque de noche se conectaban una manguera para almacenar agua que se utilizaba para la construcción”, recordarán los vecinos 40 años después.
“También estaban los aguantaderos, había dos, uno era Guillermo, le decían caballito, porque pedía cinco caballitos –monedas- para acarrear agua desde la cañilla pública a los tachos de las casas… los aguateros iban y venían hasta llenar los tachos de 200 litros”, esta es el agua oficial, pero es gratis, a menos que la “dueña” sea la encargada de trasladarla.
Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en 2001