miércoles, 4 de diciembre de 2024

Desde el Atlántico a la cordillera.

Noche previa la partida.

Una tropa de doce chatas se prepara para emprender viaje al amanecer. La noche los toma listos para atar temprano y acampada al costado del caserío para preparar los últimos detalles del viaje. Arden las hogueras al costado de los carros, rodeadas por pasajeros que viajan en la caravana. Hay familias de distintas nacionalidades, siempre europeas. Tienen en el rostro el reflejo del sentir del hogar lejano y la entrada en el desierto. Los carreros, comerán esa noche en hoteles, hay que hacer la última “jarana” y después hay tiempo para comer en campamento con el plato en las rodillas.

Se dispersan por los lugares de diversión nocturna que no volverán a ver hasta dentro de dos o tres meses, luego de haber recorrido cientos de kilómetros de viaje, en los lentos carros. Tanto para los que han llegado ese día como para los que se aprestan a partir, cualquier motivo es bueno para tramar “farra” y el pequeño pueblo se transformará en un corralón de romerías.

Bulliciosas entradas y salidas de los boliches, lupanares y garitos, entre discusiones, risas y cantares en diversos idiomas. Algunos grupos, con acordeón, guitarra, arpa o gaita, entran y salen al son de la música: a veces se allegan a las raras casas de familias amigas para despedirlas tocando una serenata. Comilonas rociadas con vinos españoles o italianos, que se consideran más sabrosas si son con gallinas robadas. Pitadas estridentes y tristes de los silbatos de las rodas policiales que recorren el pueblo a caballo, sin molestar a los que se divierten. Gritonas apuestas entre “mamados”, sobre la fuerza de los caballos, la habilidad de sus perros, maestría de domador, enlazador, calidad de lazos y recados, “pulseadas”, o éxitos amorosos casi siempre imaginarios.

Cuando la discusión se torna agria, no tarda en oírse el sonoro galopar de la ronda policial y pronto los rojos uniformes hacen su aparición. Y viene la intervención de personas serias: “déjelo es fulano que está en pedo”. Y la respuesta policial: “bueno, pero llévelo a dormir la mona porque si no va a dormir en el calabozo”.

A las cinco de la mañana ha cesado el bullicio de la farra  y el pueblo parece haberse convertido en una estancia. Se inician las tareas previas a la iniciación del largo viaje.

Ruidoso trotar de las caballadas, que el caballerizo ha traído desde La Mata, luego de 10 días de descanso. Tintineas las campanillas de las yeguas madrinas, relincho de un centenar de caballos, ladridos de los perros, silbidos y gritos de apaciguamiento, órdenes a gritos. Al resplandor rojizo de los fogones carreros y pasajeros van apareciendo soñolientos para tomar mate y churrasquear, antes de comenzar a “atar los carros”, y en el “buenos días”, se nota el mal humor de los mal dormidos. Ahogados resongos, risas contenidas y el llanto de algún niño molesto por el sueño interrumpido. Quien ha dormido bien hace bromas a la cara de tal o cual trasnochador. 

Los que han dormido bien y se hallan frescos, ayudan en el trabajo a los mal dormidos o pasados de copas. Pero a la vez les dicen medio en serio y medio en broma, que “se las dan de muy hombrecitos” en lo de Rosa La Zurda o María La Gorda, pero cuando a la mañana hay que trabajar se acaban los guapos.

El carrero patagónico nunca cobra pasajes, porque sabe que esos son los pobladores del mañana. Aunque extranjeros aprenden pronto las tareas y se adaptan a las costumbres. Se llaman a los gringos a los extranjeros que no hablan el castellano y “verdes” a los de habla castellana pero novicios en las tareas regionales, en este caso los españoles recién llegados.

Fotos: Celso Rey García
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