Finalizada la primera huelga petrolera del año 1917, el capital de navío Fliess, que interviniera en la solución satisfactoria del conflicto, fue designado administrador de la Explotación Nacional de Petróleo, continuando no obstante en actividad como marinaría, un destacamento de unas 20 o 25 plazas, cuya misión era el mantenimiento del orden y control preventivo en caso de nuevos movimientos que la escasa e inadecuada policía de la época no podía controlar.
Se sucedieron nuevas huelgas con resultados exitosos, hasta que en 1919, estalla la más apasionada de ellas que se prolonga por casi 3 meses, y en la cual la Administración de Yacimientos a cargo de Fliess, no cede por considerar que el pliego de condiciones ya rebasaba los límites de lo razonable y además en el movimiento de huelga, se infiltraban motivos ideológicos, producto de la primera guerra mundial recientemente finalizada y ya no estaban los anteriores dirigentes. En uno de los varios incidentes ocurridos durante el desarrollo del acalorado movimiento, en que sin embargo no se derramó una sola gota de sangre, aconteció el que relato y puso de manifiesto cuánto importa en estos casos conocer el terreno y los factores que actúan, y cuánto también en los momentos críticos, el coraje, el dominio de sí mismo para reprimir en un instante los impulsos violentos, dando lugar al sentimiento democrático y de serenidad que siempre evita grandes males; tal como lo hizo el comandante Fliess, evitando tal vez con ello que las represiones sangrientas ocurridas pocos meses después en las regiones de Santa Cruz hubieran tenido en sus comienzos enrojecidos de sangre en las calles de Comodoro Rivadavia y puesto un crespón de luto en la producción petrolera.
En la Explotación Nacional de Petróleo de Comodoro Rivadavia se llegaba casi a los días finales de la gran huelga, fines de 1919 y comienzos de 1920, en medio de un ambiente agitado y muy nervioso, mientras que el administrador de mina fiscal comandante F. Fliess realizaba febriles tratativas para convencer al personal de la necesidad de reanudar el trabajo, porque indefectiblemente el Gobierno no estaba dispuesto a dar concesiones y los obreros perderían la huelga. Frente a la administración, el personal huelguista realizaba una concentración acalorada. Los oradores fustigaban al gobierno, y personalmente al administrador Fliess con términos duros, que algunos asistentes a la concurrencia, compuesta por más de 300 personas, aumentaban con epítetos ofensivos de carácter personal.
El comandante Fliess, que en otras oportunidades había concurrido a las asambleas discutiendo de igual a igual con los obreros, casi siempre con resultados positivos, también en esa ocasión quiso hacerse por lo cual se allegó a la concentración que era al aire libre, solicitando permiso a los dirigentes, para ocupar la tribuna y cuando terminaran de hablar con oradores huelguistas, buscaría rebatir conceptos.
Una parte de los dirigentes estaban dispuestos a conceder autorización, por la otra se oponía y se azuzaba a una parte de la concurrencia para que silbaran al marino. Al fin los dirigentes los autorizaron a subir a la tribuna, pero cuando Fliess, nervioso por la silbatina y los insultos, tropezó al intentar subir a ellos cayendo de bruces sobre la misma, hubo risas de burla, mayor rechifla, gritos tratándolo de ebrio y hasta llovieron algunas piedras sobre él. Se incorporó extremadamente nervioso y encaró a los agresores más audaces que eran los extranjeros ideólogos que no querían arreglo alguno. En ese preciso instante sintió que alguien lo tomaba del brazo y vio al comisario de policía que gritaba: “¡Ya cargamos contra los manifestantes! Verdad mi capitán!”. Al propio tiempo pudo ver que el destacamento de marinería y la policía avanzaban a paso vivo con las armas listas para actuar.
Los retuvo con un enérgico movimiento de ambos brazos al tiempo que le gritaba al comisario: “Retírense de aquí, carajo. Nadie los llamó para meter la pata”. La tropa se detuvo, se retiró el comisario y algunas armas que ya salían a relucir en el grupo de los huelguistas desaparecieron de inmediato. Por unos segundos, se había evitado la explosión de un polvorín, merced al temperamento del capital Fliess.
Es indudable que en ese instante de ofuscación colectiva se hubiera producido un choque sangriento de proporciones de no haber mediado el temperamento excepcional del comandante Fliess. La tropa presente, entre marinería y policía, eran aproximadamente 30 personas y se hallaban armado de Mauser y las pistolas reglamentarias, mientras que los huelguistas, que sobrepasaban los 300, en virtud del decreto que permitían la libre portación de armas de cualquier calibre en la Patagonia y del bajo precio de las mismas, también estaban armados ya que ni siquiera la ostentación de armas estaba prohibida.
1 comentario
Alcance a vivir resabios de esa época más que nada en el campo y pueblos chicos donde la gente andaba calzada . Pero la gente era observadora, huraña y Lo justo y lo preciso.
Ojalá vuelva la portación de armas y se permitan los duelos como hasta el 68.
Hay mucha gente atrevida, lengua larga. Y la TV fomenta el chusmerio tenemos que volver a los tiempos de San Martín para ser una patria mejor sds