viernes, 13 de diciembre de 2024

Las actividades exploradoras argentinas se venían sucediendo aún antes de la fundación de la colonia Palena y de tener noticias de la segunda expedición de Serrano Montaner. En 1887 una nueva expedición se acercó a la zona, integrada por Carlos Burmeister, enviado por el Museo Nacional de Buenos Aires, el ingeniero Asahel P. Bell quien investigaba las condiciones del terreno en relación con el posible tendido posterior de líneas férreas, algunos galeses como Ap Iwan y Lewis, una división de caballería del ejército para “terminar” con los posibles restos de grupos indígenas que persistieran en la región y, al menos, diez baqueanos indios.

Como otros viajeros que los precedieron, remontan el valle del río Tecka, sobre el que escribe Burmeister:

“El pasto en este valle es muy alto y abundante, oculta casi por completo las huellas aquí profundas del camino. También se ven, de trecho en trecho, estacas, postes y corrales destruidos, que acusan poblaciones anteriores. Efectivamente, tenían su antigua residencia los indios del cacique Sac-mata y Pcha-alao, por lo cual este río llámase también Sac-mata (Charmarte o Charmate, como escribe el Sr. Fontana). Algunos de los indios que nos acompañan ahora, recordaban con sentimiento la magnificencia y lozanía de estos lugares, casi olvidados, que tuvieron que cambiar involuntariamente por los áridos campos de Valcheta”. […]

Continúan luego hacia el Oeste acercándose al Carrenleufú:

“El 16 de Abril por la mañana el Sr. Bell, acompañado del baqueano, del indio Saihuechén y tres soldados fue a visitar un río grande que este mismo indio había asegurado existía á unas siete leguas al Oeste.

Dábale el nombre de Carrenleufú y suponía que pasa a Chile; pero declaró también que no lo había seguido nunca, porque en sus correrías no buscaba datos geográficos, para nosotros tan interesantes, sino vacas alzadas, guanacos y avestruces.

A las seis y media de la tarde, lloviznando de nuevo, regresaron los cinco, habiendo llegado a orillas del río en cuestión, distante según el Sr. Bell seis leguas del campamento y navegable en el paraje visitado, pero correntoso y de aguas tan cristalinas como las del Tecka, que en cualquier punto permite ver su fondo. Había visto también rastros frescos de caballos, vacas y perros, que el baqueano y el indio Saihuechén interpretaban de acuerdo todo hasta los menores detalles. Aseguraban que los rastros pertenecían a unos treinta caballos y otras tantas vacas, siendo montados probablemente unos doce de aquellos. Cinco llevaban jinetes armados de lanza y provistos algunos de cabestro largo, porque en el suelo se veía el surco profundo de la lanza a la derecha y la línea superficial del cabestro, arrastrado a la izquierda de las impresiones que dejaban las pisadas del animal. Entre los perros había algunos cuscos (perros de pequeña talla), indicándoles la presencia de mujeres entre los viajeros.  Ambos estaban de acuerdo en que la caravana era compuesta de indios muy confiados en la ausencia de enemigos, por lo que no trataban de esconder sus huellas.

Las mujeres indias suelen tener perritos que permanecen con ellas en el toldo, mientras el hombre sale a cazar con los galgos grandes.

Al día siguiente todo el grupo se dirige hacia el Carrenleufú, unos con la intención de bajarlo en un bote, otros, al mando del teniente Silveira en busca de los indios, de cuyas huellas habían informado los que se habían adelantado, para tomarlos prisioneros. Los primeros solo pueden avanzar hasta que legua y media aguas abajo encontraron rápidos en el curso del río lo que los obligó a abandonar la idea de continuar en bote para continuar el reconocimiento a caballo por la margen derecha. Durante este trayecto siguen encontrando vestigios de campamentos indios:

“A la orilla del Carrenleufú, en un hermoso rincón de exuberante vegetación, vimos vestigios de un campamento pocos días antes abandonado, pudiendo reconocer las estacas que sirvieron para levantar cuatro toldos, también cuatro fogones, huesos quemados, plumas de avestruz y un cráneo de huemul (Cervus chilensis)”.

Antes y después de cruzar la confluencia del arroyo Huemul en el Corcovado encuentran árboles carbonizados, suponiendo la existencia de un incendio producido quizás en los meses del verano anterior.

Este grupo avanzó hasta la confluencia del Carrenleufú con el hielo, donde, ante la imposibilidad de vadearlo, decidieron regresar.

Libro “Corcovado, historias y recuerdos”

 

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