viernes, 25 de abril de 2025

Archivos que estuvieron un siglo perdidos para reconstruir el etnocidio de la fiebre del caucho. 

El documental ‘La memoria de las mariposas’ revela los detalles de la tortura y explotación perpetrada a comienzos del siglo XX por la empresa peruana Casa Arana a indígenas amazónicos

El periodista peruano Benjamín Saldaña Rocca llegó a la región amazónica del Putumayo en 1907 para investigar las denuncias de abuso contra nativos en la empresa Casa Arana. Días después, en el periódico La Sanción, escribió: “Delitos de estafa, robo, incendio, violación, estupro, envenenamiento y homicidio (…) se cortaban dedos, brazos, piernas, orejas, había castraciones. Indias que les sirven de concubinas y cuya edad fluctúa entre los 8 y 15 años”. El horror perpetrado por el comerciante cauchero Julio César Arana y sus empleados causó conmoción internacional, pero nunca pisó la cárcel y apenas recibió una sanción menor por maltrato laboral. Es más, ocupó cargos públicos y alguna calle se levantó en su nombre. La impunidad mantiene sangrante la herida en las comunidades ancestrales con una ausente memoria histórica. Son los ejes sobre los que gira el nuevo documental peruano La memoria de las mariposas.

“Para muchos pueblos indígenas, pasar de la Colonia a la República no significó nada. Los blancos hijos de españoles que protagonizaron la independencia continuaron con las formas coloniales de control, poder y opresión”, dice por videollamada desde Lima la directora de la película, Tatiana Fuentes. Junto a la productora Lali Madueño, la han presentado recientemente en Latinoamérica en el Festival de Cine de Cartagena. Al igual que en la premier mundial, en la pasada edición de la Berlinale, tuvieron que viajar con kilos de cinta, porque La memoria de las mariposas está rodada en formato analógico y se construye principalmente sobre material de archivo.

Las creadoras exploran, entre otros archivos, el del cineasta y fotógrafo portugués Silvino Santos, tal vez el mayor retratador del Amazonas durante los albores del siglo XX. A Santos lo contrataban expedicionarios y explotadores de caucho para que registrase sus plantaciones, cuando el mundo se volcó a la gran selva americana en la fiebre de la goma. Entre 1879 y 1912, el caucho despertó una alta demanda mundial debido a la invención del neumático y la creciente industria automotriz. La mano de obra esclavizada para su recolección fueron los habitantes de la selva. Las cifras históricas hablan de entre 40.000 y 50.000 nativos muertos en la época.

El cauchero Julio César Arana, uno de los responsables del etnocidio cometido en la Amazonía durante la fiebre del caucho.

El monopolio de la goma en Perú lo tenía Arana, a la cabeza de la Peruvian Amazon Company. Para limpiar su imagen frente a las acusaciones de tortura y explotación contra los nativos —que llegaron hasta Londres, a través de la Sociedad Antiesclavista y Protectora de Aborígenes—, el comerciante contrató a Santos. Las imágenes de ese proyecto, perdidas durante casi 100 años, fueron recuperadas en 2014 y son el origen de La memoria de las mariposas. El material rescatado fue expuesto gracias a la organización del Centro Amazónico de Antropología y Aplicación Práctica. La directora Fuentes fue una de las visitantes y una de las fotografías se quedó con ella: el retrato de un niño y un joven indígenas agarrados de la mano en un estudio de Londres. Están vestidos de traje y miran al espectador con miedo, pero con dignidad.

“Era muy distinta al resto de fotografías, que solían ser de los campamentos de caucho. Fotografías muy coloniales, que presentaban a los nativos como ‘civilizados’. En esta, los niños miran a la cámara con una potencia en sus miradas que, para mí, rompía esa puesta en escena que reinaba en las otras piezas de la exposición y me decían algo más”, asegura Fuentes. El pie de foto le dio dos nombres, dos identidades salvadas del anonimato del genocidio con el que empezó su investigación-película: Omarino y Aredomi. Accedió a archivos de Inglaterra, Brasil, Irlanda, Estados Unidos y Francia para descubrir que eran dos indígenas naimene y andoque, respectivamente, que fueron llevados a Europa como prueba viva de los atropellos cometidos en la Amazonia.

Azotados si no llegan al peso
La cineasta descubrió que Roger Casement fue enviado como cónsul británico para indagar qué sucedía en la Casa Arana. Los escritos del diplomático acompañan las imágenes mudas de la película y describen con frialdad lo que vio: “Llegan [los indígenas] de lugares a 8 o 10 horas de distancia, habiendo recorrido de 25 a 30 millas (entre 40 y 63 kilómetros). Después de pesar su carga, corren al bosque de vuelta para, casi de inmediato, empezar a recolectar de nuevo. Si no llegan a su peso, los azotan o meten al cepo [instrumento donde se aseguraba la garganta o la pierna del reo]”. Cuando conoció a Omarino, escribió: “Pesa 25 kilos y trae un peso de 29. Sus padres, ambos muertos por la maldición del caucho”.

Los documentos visuales y literarios de Casement son el segundo gran grupo sobre el que se construye La memoria de las mariposas, después del material del realizador Santos. La realidad que atestiguó el diplomático, quien también denunció los abusos de explotación de marfil y caucho en el Congo a finales del siglo XIX, lo conmovió profundamente. Según la directora, allí el diplomático tomó conciencia de la importancia de tener autonomía sobre la tierra en la que uno nace y, cuando regresó a Irlanda, se unió al movimiento independentista, complotó contra Inglaterra y fue ahorcado por ello.

Dos indígenas amazónicos en la primera década del siglo XX en una toma incluida en el documental ‘La memoria de las mariposas’.

A pesar de la empatía que Casement desarrolló, sus textos no escapan del paternalismo y exotismo con los indígenas. Sobre Omarino y Aredomi relata: “Sus cuerpos morenos son finos y sus rostros brillantes e inteligentes. Pueden ser salvajes, pero sin duda son caballeros”. Además, menciona varias veces que serían buenos modelos para el escultor Herbert Ward, famoso por esculpir rostros de congoleños.

La película invita a “desmantelar las imágenes, ver más de lo que se quiso mostrar”. Y es que los nativos fueron forzados, en muchos casos, a aparecer en los videos y fotografías. La incomodidad que les provoca estar frente a la cámara es evidente en varias escenas. En una de ellas, aparecen un hombre y una mujer, ambos de brazos cruzados y evitando el contacto directo con el lente. Ella, cubriéndose más, parece estar avergonzada. Mientras, un tercero, vestido de explorador, sonríe, les da la palmaditas con la mano y les pide que miren a quien los graba.

Ciudadanos de segunda clase
La percepción del indígena como “otro”, como un ser exótico, distante y manipulable, se ha perpetuado hasta nuestros días, según Fuentes. Por eso, La memoria de las mariposas se presenta como un umbral entre los archivos y el presente, entre los vivos y los muertos. “Sentimos que no es un problema exclusivo del pasado. En el Perú, en Brasil, el trato hacia el indígena es muy cruel hasta hoy, deshumanizante. Tal vez no pasa por el nivel de violencia física de antes, pero los paradigmas que sustentaron la masacre no han desaparecido”, asegura la cineasta, y menciona como ejemplo la infame cita del expresidente del Perú, Alan García, cuando dijo en 2015, durante su segundo mandato, que “no son ciudadanos de primera clase”.

Un fotograma del archivo de Silvino Santos intervenida por habitantes de los pueblos indígenas que todavía habitan el Amazonas..

Fuentes visitó con su equipo los lugares por los que Omarino y Aredomi pasaron en su camino a Inglaterra. Estuvo en Putumayo (hoy territorio colombiano), Iquitos (gran puerto de exportación de caucho, solo comparado con el de Manaus de Brasil en la época), La Chorrera y Puerto Arica para constatar que no existe un memorial o referencia que recuerde los crímenes cometidos. Para llenar esa ausencia y cumpliendo una tarea encomendada al Estado, las cineastas llevaron las fotografías de archivo a los pueblos sobrevivientes del etnocidio, como los muinas, muinanes, boras u ocainas. Ellos intervinieron las imágenes con mensajes y símbolos de protección, honraron la muerte de sus antepasados y levantaron oraciones en su nombre.

“En La Chorrera [puerto de donde zarpó Casement junto con los dos niños al viejo continente] entró con fuerza el cartel de Sinaloa que se aprovecha de la economía precaria de la zona para manipularlos. También la expropiación de tierras por el petróleo y la tala ilegal de madera está a flor de piel”, asegura la productora Dueño. La tierra del Putumayo recién fue entregada por el Estado colombiano a los indígenas en 1988. Mientras que en abril de 2024, Colombia reconoció oficialmente el genocidio en la zona, en Perú todavía no ha existido un pronunciamiento oficial al respecto.

 

 

Fuente: El País

 

Compartir.

Dejar un comentario