miércoles, 4 de diciembre de 2024
El grabado elegido para ilustrar la tapa de “Mundo Prostibulario”.

“Se da por lectura la solicitud de las dueñas de las casas de tolerancia (prostíbulos), las que piden que se les rebaje el impuesto a los bailes. El concejal Chaneton dice que considera precedente [sic] lo solicitado (…) siendo las casas de lenocinio las contribuyentes más eficaces para los ingresos del municipio”. El registro surge de una reunión de concejales en 1914, guardada en el Archivo Histórico Municipal de Neuquén.

La ciudad llevaba apenas 10 años desde su fundación y atravesaba lo que describieron como “una crisis muy espantosa”, pero aún así tanto Chaneton como su colega Pedro Linares, aceptaron el pedido de las regentas: cobrarles $50 hasta diciembre. El presidente del Concejo, Miguel Mango, no estuvo de acuerdo:

“bajar el impuesto causaría lamentables trastornos a las finanzas municipales, provocando un déficit que haría fracasar los servicios”,

reconocía.
La cita es breve pero gráfica, en torno a lo que sucedía. La historia de nuestro valle no sólo se escribió con pioneros abnegados en busca de desarrollo. Tuvo sus rincones oscuros y también hay que animarse a mirarlos, como hizo la licenciada Graciela Boschi, en un camino de hormiga que no sólo le permitió recibirse en la Universidad del Comahue, sino también reconstruir lo que se encontraba oculto en la misma ciudad donde ella vive: Neuquén capital.

Condenado “de la boca para afuera”
La tarea de escribir lo que después tituló como “Mundo Prostibulario” se extendió por más de 10 años, recorriendo archivos, museos y bibliotecas. A su vez, cruzó datos y conceptos presentes en más de 100 trabajos de distintos autores relacionados a la temática. Y lejos de toda evaluación ética, de lo que está bien o mal, lo que es delito o no, esta profesional pudo confirmar cómo el trabajo sexual a comienzos de siglo en el Territorio era condenado “de la boca para afuera” por autoridades y vecinos, pero puertas adentro, incluso del Municipio y la Comisaría, “era un mal necesario”.

La charla de Mango, Chaneton y Linares es muestra de eso: era útil para las gestiones comunales que necesitaban recaudar fondos, pero también útil para los concubinos que vivían mantenidos por estas mujeres, útil para quienes recibían los sobornos en los controles y sobretodo útil para la creciente población masculina, que buscaba tener dónde saciar el deseo, desde peones, troperos, ferroviarios, comerciantes, policías, soldados y hasta un procurador.

Útil para muchos alrededor, menos para las que ponían en cuerpo, que recibían migajas de su tarifa pero que no tenían dónde ir a buscar otro trabajo, porque ya cargaban con el estigma.

Encerradas en “el Bajo”
Este libro de doce capítulos, publicado por Ediciones “DobleZ”, rescató la ordenanza sancionada para regular la actividad, que esta semana cumplió exactamente 117 años. El 22 de junio de 1906 la norma recibió la firma del secretario municipal Mario Echegaray y desde entonces permanece en el Archivo Histórico Municipal de Neuquén.

Regular implicaba aceptar primero que un rubro existía y seguiría existiendo. Aunque fuera a un mínimo de dos cuadras de las escuelas o de los templos. Aunque fuera en el “bajo” de la ciudad, donde las trabajadoras sexuales debían encerrarse, excepto los lunes y viernes antes de las 12 del mediodía, lejos de las viviendas de buena familia.

Reglamentar este oficio no era nada nuevo, explicó Boschi, citando los ejemplos de otras ciudades como Rosario (1874), Buenos Aires (1875), Córdoba (1883) y Tucumán (1890). Pero sí lo era en los pueblos que nacían al sur del río Colorado, donde todo debía organizarse. Antes se camuflaba la labor con otros nombres y funciones, pero a partir de allí se la habilitó a pedido, tras la inspección municipal y abonando patentes, con multas incluidas en caso de incumplimiento. Debían registrar a sus pupilas, avisar cada movimiento y controlar su salud con el médico oficial, el doctor Julio Pelagatti, que sellaba sus libretas sanitarias en cada visita con la palabra “sana”, “enferma” o “menstruando”, según correspondiera.

La primera en instalar una ‘casa de negocio’ en el paraje Confluencia (Neuquén capital), indicó Boschi, fue una mujer llegada desde Chile, Petrona Manrique. A ella se sumaron otras oriundas de Paraguay, Uruguay, España y Rusia. También de otras provincias, como Santa Fe. Entre los motivos para su llegada, la licenciada consideró la oportunidad económica que representaba el movimiento de hombres que llegaban a la zona a trabajar, sobre todo con el ferrocarril.

Las regentas “debían tener un carácter firme para enfrentarse con hombres agresivos por estar alcoholizados, prepotentes con ellas y con las prostitutas”, describió en la reconstrucción. También debían tener el poder para desafiar a las otras propietarias que les hacían competencia y para defender a las chicas a su cargo “de los atropellos de las autoridades”, como policías que consumían sin pagar, y de otros clientes, que las golpeaban, les robaban o hasta les pagaban con plata falsa. De todos modos, ni las propias “patronas” quedaban exentas de la violencia, explotadas por sus concubinos que decían cuidarlas del entorno.

Por decisión propia u obligadas
“Vos rodaste por tu culpa/ y no fue inocentemente,/ berretines de bacana/ que tenías en la mente”, dice el tango “Margot”.

Y quizás tuviera razón, algunas ingresaron por voluntad propia a esa vida, pero empujadas por la pobreza o el deseo de mejores ingresos, aún a costa de la discriminación y el rechazo. También engañadas por su pareja.

De todos modos, la investigación de Boschi dejó a la vista cuán diferente era el rubro descrito en los tangos porteños, comparados con la realidad patagónica. Ni lujosos cabarets, ni “muñecas bravas bien cotizadas”… sólo “juguetes de ocasión”, que seguramente coincidían en una idea:

“Yo sé que hasta el alma dieras / por volver a ser lo que eras”, como dice el tango “Mano cruel” (1928).

Perverso era el caso de las que habían sido obligadas, como la menor que denunció en 1912 a la regenta Manrique y a la gerenta Ramirez, por forzarla a prostituirse. Para eso le habían cambiado el nombre, afirmando que tenía 22 años. Todo quedó escrito en el Archivo de la Justicia Letrada del Territorio Nacional de Neuquén, revisado por Boschi. En casos como estos se nota la otra cara de quienes coordinaban el negocio: eran violentadas y presionadas, pero frente a eso, en vez de cortar el ciclo de abuso, lo replicaban en las jovencitas que captaban con “enganchadoras” en otras provincias y que estaban tan desprotegidas como seguramente lo estuvieron ellas años atrás.

Como si esto fuera poco, la libreta sanitaria con los datos adulterados había sido firmada por el propio médico a cargo de las revisiones, el doctor Pelagatti, que había llegado al pueblo como médico de la Gobernación y luego asumió esas labores para el Concejo Municipal.

“María A. López se halla en estado normal”, declaró el galeno, tal como se ve en la foto del documento en cuestión, publicada como prueba en “Mundo Prostibulario”.

La Libreta Sanitaria que adulteraron para blanquear a una menor. Foto: Libro Mundo Prostibulario.

Legales y clandestinas
Una vez establecido lo permitido, tomó forma también lo prohibido que antes era parte de la misma propuesta. Así, se abrieron dos ramas: las casas de tolerancia “habilitadas”, controladas dos veces por semana y custodiadas por la policía, para resguardar la decencia del resto del pueblo, frente a los despachos de bebidas, donde se ejercía el trabajo sexual clandestino, con tarifas más baratas, sin pagar impuestos, pero también sin la intervención de la fuerza cuando había conflictos y donde recaían las mujeres expulsadas de los prostíbulos legales por padecer sífilis.

La problemática de salud terminaba siendo causal de una nueva forma de exclusión, porque en ese momento no había ni cómo prevenirla, ni cómo tratarla, por falta de hospitales y de medicamentos. Neuquén sólo contaba con la Asistencia Pública, desde 1913, pero no atendía estos casos. Por eso, a algunas trabajadoras sexuales enfermas se les pagaba el pasaje en tren para que sean asistidas en Buenos Aires o Bahía Blanca. El remedio hasta ese momento, sin embargo, era el suministro de mercurio, que terminaba trayendo otras complicaciones.

¿Cómo conseguir ingresos mientras tanto si ya no se les permitía prostituirse para evitar más contagios? ¿Quién les daría otro trabajo si conocían “la mala vida” que llevaban antes? El desconocimiento sobre la enfermedad acrecentaba el rechazo, entonces, muchas optaban por pasar al ámbito clandestino, hasta que morían, con daños al corazón y lesiones en el sistema nervioso, entre otras consecuencias. Por el tiempo que fuera posible, dice la historiadora, ocultaban los “chancros”, lesiones propias de la infección, con gasas engomadas, maquillaje y hasta chocolate, con tal de no perder el sustento.

Clientes encubiertos
¿Y qué pasaba con los clientes contagiados? Seguían en el anonimato, como todo lo relacionado con su rol en la cadena de la prostitución, descubrió Boschi. Sólo los de mejores ingresos viajaban a centros de salud porteños para hacerse atender, con el pretexto de tener que hacer trámites Tampoco eran contemplados por las autoridades como agentes de contagio, lo que dejaba a las mujeres como las únicas responsables de la propagación.

Lo mismo ocurría con los que figuraban en los expedientes con nombre y apellido, por conflictos en un día cualquiera, y los ciudadanos de renombre que se ocultaban en el “código de silencio” propio de los burdeles.

“Se lee que vecinos “decentes” caminaban por las calles de la tentación “al terminar la jornada laboral, después de las 12 de la noche”,

contó la licenciada.
Según los expedientes, clientes podían ser los vecinos del pueblo, estancieros y proveedores del interior del Territorio, soldados del Regimiento 3° de Caballería, viajeros llegados desde puntos diversos como Chos Malal, Choele Choel, Cuenca Vidal (Lago Pellegrini) y hasta Estación Limay (Cipolletti), cruzando en balsa, antes del puente carretero.

En 1936 se sancionó la Ley Nacional de Profilaxis Antivenérea para combatir la problemática sanitaria, pero en lo demás, siguió la condena social y aumentó la corrupción, asociada a la trata de personas. Desde que salió su investigación a la luz, Boschi notó interés por ser un tema tabú, pero preocupada de que las circunstancias perduren.

“La sensación que me quedó es que lo mismo que pasaba en esa época, pasa en este momento, nada más que con otras personas”,

reflexionó.
“La única diferencia es que a las mujeres de ese tiempo las pude investigar, quizás porque ya no vivían, pero las mujeres que hoy se dedican a eso, fueron reacias en recibirme para charlar… llegué a acercarme hasta sus “paradas” cerca de la ruta, pero me echaban, vigiladas por el proxeneta que las controla desde un auto”, se lamentó la autora.

Fuente: El diario de Río Negro

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