miércoles, 15 de enero de 2025

En 1973, el reconocido artista  Alejandro Lañoel pinto dos grandes murales a la entrada de la vieja Casa de Gobierno para evocar los primeros 25 años de la historia institucional de la Provincia del Chubut, iniciada en 1958.

La fundación de Rawson y el juramento del cacique Casimiro Biguá fueron los temas elegidos por el pintor para sintetizar dos momentos significativos de la etapa fundacional. Desde que aplico las últimas pinceladas, numerosos escolares y docentes visitaron el lugar para contemplarlos.

LA FUNDACION DE RAWSON

Este fresco inicial integra una espectacular pareja que enjoya los viejos muros del Palacio del Gobierno de la ciudad de Rawson, la pulcra capital del Chubut a la que el artista sorprende en el mismo momento de su fundación oficial, que constituye la manifestación del mas tenaz intento –duro más de 3 siglos- de colonizar pacíficamente la Patagonia.

Fue el 15 de septiembre de 1865.

El comandante de Patagones, coronel Julián Murga, en representación del gobierno nacional, enarbola nuestro pabellón afirmando la soberanía Argentina desde el pequeño caserío que en ese momento construían los primeros colonos galeses y da lectura al acta de Fundación de la colonia de Rawson establecida en las proximidades de la desembocadura del rio epónimo, descubierto por Hernando de Magallanes en 1950. En la misma ceremonia distribuye Murga las primeras tierras mensuradas por su secretario, el pulido agrimensor Julián Díaz. Rodean al comandante: Fernández, su ayudante Richard Jones Berwyn, el primer maestro patagónico y fundador de su primer periódico, que en forma manuscrita circulo tres meses después que “La Capital” de Rosario; Lewis Jones, el líder nacionalista de la colonia Thomas Davies, uno de los tres agricultores del contingente; el reverendo Abraham Mathews, el cronista de la epopeya y otros pioneros.

La pequeña aldea, que con el transcurso del tiempo se transformaría en capital histórica, fue bautizada por los colonizadores en homenaje al Dr. Guillermo Colosbery Rawson, entonces ministro del interior, que era su más jerarquizado protector.

La transcendencia de la fundación de Rawson adquiere su verdadera dimensión en el marco histórico que la rodea: el entonces presidente Mitre generalísimo de los ejércitos de la triple alianza, esta, a la sazón, en el frente de la batalla, los caudillos del interior, empacados pues simpatizan con la causa paraguaya y se resisten a apoyar guerra tan impopular. Urquiza que apoya a Mitre, se está quedando solo en su imponente palacio de San José. Mientras tanto tres cuartas partes del territorio de la nación están dominadas por los <salvajes>, envalentonados por la ausencia del ejercito  comprometido. Sueldos y jerarquías militares para los caciques; yeguadas, vacunos y otras raciones para capitanejos, guerreros, lanzas y <chusma> eran el precio de la paz con el indio.

El fortín del azul de San Serapio Martir era la última posta cristiana del sur. Sobre el cinturón atlántico sobrevivían Bahía Blanca, el Carmen y la mitológica isla Pavon, del capitán Luis Piedrabuena, como tres lunares geográficos segregados de la civilización, que se mantenían de pie en defensa de nuestros derechos territoriales sobre la Patagonia. A ellos en esas duras circunstancias, se sumó el esforzado contingente gales, fundando Rawson, que dio al país singular prueba y ejemplo de lo que pueden la fe, la voluntad y el coraje civil de un puñado de hombres y mujeres dispuestos a someter una adversidad solo confundible con el odio de los dioses.

EL CASAMIENTO DE CASIMIRO BIGUÁ

La piel del mural del juramento es de poros abiertos. Esta sudando la pasión viril de la guerra que agita centauros y lanzas. Enhorquetado en su tordillo de espuma, el Cacique Casimiro Biguá enarbola la <Bandera de Buenos Aires>en el paradero de Henno, un valle de verde pana encerrado entre herrumbrosas colinas en el que lloran los manantiales y donde hoy se yergue el pueblo de José de San Martin. En difíciles momentos de definición nacional, Aquiles Ygobone, siempre atado a los encantos patagónicos, reclamo que el paradero de Henno fuera declarado lugar histórico. La deuda se mantiene impaga.

Esa bandera a la que juran fidelidad los caciques de todas las razas de la Patagonia, es la misma que el capitán Luis Piedra buena regalara a Casimiro en su Isla de Pavón y que el jefe Tehuelche hizo flamear desde las calles de Punta Arenas –por donde la paseo orgulloso y desafiante- hasta le fuerte de Carmen de Patagones, donde según la leyenda, su madre lo había cambiado, a un francés, por un barril de agua ardiente.

Aquella tocante y erizada ceremonia del juramento, celebrada el 3 de noviembre de 1869, inviste –en tierra virgen la ocupación cristiana- una afirmación transcendente de la soberanía argentina sobre la Patagonia baldía. El gran Calfucura, el más astuto y poderoso representante de la dinastía de los Piedra, había movilizado sus lanzas mejor montadas para arrasar Bahía Blanca y colonia Galesa instalada en el Valle Inferior del Rio Chubut. Casimiro, resueltos a defender sus pobladores, convoca a parlamento a los jefes indios de este lado de la cordillera Andina, para resistir Limay abajo. Respondieron los más y los mejores, relucientes de plata: el apolíneo Hincel; Orkeke del Rio Chico, aguileño y reflexivo; Jeckeman; Geimoque; el pampa Chiquichano del este del Chubut y amigo de los galeses: Guenalto, el más antiguo y algunos otros. Todos resuelven resistir entoldados bajo el mando de Casimiro. El araucano Cheoeque del País de las manzanas, se incorporara después de la alianza.

Del otro lado, el chileno calfucura –prudente y sagaz como siempre- modifica sus planes y matonea Bahía Blanca por el norte, respetando los límites fijados por la resistencia que se trenza en un frente consolidado de tehuelches, pampas y araucanos, logrado por encima de toda diferencia George Chaworth Musters, el intrépido viajero ingles que acompaño a Casimiro desde Santa Cruz, fue testigo y prolijo cronista de la gesta que el genio de Alejandro Lanoel rescata del olvido.

¿Quién es este carismático cacique tehuelche que acaudilla los jefes indios del sur,  que firma tratados de amistad y de comercio con el presidente chileno Manuel Bulnes; que irrita al gobernador Juan Manuel de Rosas por haber vendido a los ingleses el Estrecho de Magallanes que había sido colonizados por Chile, a increíbles instancias de Sarmiento; que recibe graduación de jefe del presidente Mitre; que comparte el pan y el vino de una calidad amistad con el capitán Piadrabuena , con Musters y con los líderes de la colonia galesa de Rawson; que provoca el envió de una misión evangelista desde Londres a Santa Cruz a la que entrega sus hijos  para su educación; que domina el castellano, y todas las lenguas indígenas de la Patagonia y dialoga, sin dificultades notorias, con ingleses y franceses…?

Para dar respuesta a estos y otros muchos interrogantes que abre la personalidad poliédrica y seductora de este conductor nativo de abolengo origen que advirtió el desmoronamiento del imperio de sus antepasados: que comprendió al fatalismo del destino de su raza; que acepto las leyes de juego labradas por cristianos que no las  respetaban y que se resignaba a morir pobre y olvidado por sus compatriotas argentinos, de cuya causa mejor fue abanderado, debe aparecer un biógrafo de jacarandosa imaginación que capte en tiempo y lugar el sentido y la grandeza de Casimiro Biguá, cuya alma todavía vagabundea en pena a lo largo de su tremenda heredad, a la espera de la oración de la historia que devuelve paz a los héroes.

Nota de archivo de “El informador Capitalino”

 

 

 

 

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