miércoles, 11 de diciembre de 2024

Las elecciones presidenciales que se celebrarán dentro de unas semanas en Brasil y en las que tienen puestos los ojos el resto de los países democráticos presentan ya dos certezas: la primera es que serán disputadas entre el presidente Jair Bolsonaro, de extrema derecha, y el expresidente Lula da Silva, que ha recogido desde la izquierda a la derecha democrática. Juntos acaparan cerca del 90% de los votos, según todos los sondeos de los últimos días. La segunda es que las elecciones las decidirá la religión.

De ahí el que ambos candidatos estén poniendo todos sus esfuerzos en ganarse los votos de los católicos y evangélicos, que juntos suponen el 90% de los 150 millones de brasileños con derecho a voto. Bolsonaro que Lula están enzarzados en demostrar que es dios quienes les guía, mientras intentan diferenciar a sus respectivos dioses. El de Bolsonaro es el Dios de la ira y la venganza, o como ha escrito mi amigo el teólogo, Juan José Tamayo, es el del “cristoneofascismo y de la necropolítica”. Mientras que Lula, que es católico, se esfuerza por demostrar que su Dios es el de los desvalidos y el de la paz.

En ninguna otra elección, como en esta, la búsqueda del voto de los creyentes ha aparecido con tanta fuerza. Bolsonaro y los suyos lo aclaman como mesías y “escogido por Dios” para, como dice él mismo, “vencer al mal con el bien”, en el que el mal sería la izquierda y el bien la derecha neofascista y el Dios del odio y la venganza.

Lo que menos cuenta en estas elecciones son los programas de los candidatos. Ni los han presentado. El tema de la religión. Bolsonaro se empeña en presentarse como el elegido por Dios para salvar a Brasil de las garras de un comunismo que sería el mal y para poner los ojos en el Dios vengativo del Antiguo Testamento, leído en los miles de templos evangélicos, mientras que Lula se esfuerza por presentarse como creyente seguidor del Dios del perdón y de la fraternidad. Bolsonaro se inspira más bien en el Viejo Testamento, en el que en el libro de Nahum, 1, 2 se lee: “Dios celoso y vengador es el Señor. Vengador e irascible, el que se venga de sus adversarios y guarda rencor a sus enemigos”, o en el libro del Levítico: “Y traeré sobre vosotros una espada que ejecutará venganza, y ejecutará venganza y enviaré pestilencia para que seáis entregados en manos del enemigo”.

En rechazo, solo una pequeña minoría de los millones de evangélicos han huido a los brazos de Lula, con la esperaza de entablar un diálogo para presentar lo que se ha llamado “la otra cara de Dios”. Sería el Dios del perdón, el compasivo, el que rechaza la doctrina del ojo por ojo y está siempre dispuesto a perdonar.

Ha sido así como Lula se ha presentado el viernes pasado en un encuentro histórico en Río de Janeiro con un grupo de pastores y fieles evangélicos que intentan distinguirse de la política violenta de Bolsonaro. El candidato progresista se ha presentado como la otra cara del Dios de Bolsonaro, el del Nuevo Testamento. Acusado por los bolsonaristas de que si ganara las elecciones cerraría todas las iglesias evangélicas, les dijo muy emocionado: “Dudo mucho que ningún otro haya garantizado la libertad de abrir una iglesia y de practicar la propia fe como yo lo he hecho siempre. ¿Qué por qué lo he hecho? Porque he entendido que el Estado no tiene que tener una religión, el Estado tiene que garantizar el derecho de crear todas las iglesias que se deseen”.

Para hacer frente a la crítica de que los candidatos asisten a las ceremonias de todos los credos en busca de consensos, Lula les confesó: “Jamás he ido a una iglesia en busca de votos, si no a manifestar mi fe”. Y añadió: “Cuando el ciudadano va a la Iglesia, va a manifestar su fe y su espiritualidad, es el momento en que se habla con Dios y no se juega con la política”.

Lula y los otros candidatos progresistas que lo acompañaban se esforzaron en halagar a los evangélicos diciéndoles: “Vosotros tenéis lo que Brasil más necesita: el creer en el ser humano sin importaros el color, la religión, el sexo”. Lula les confió que su madre, abandonada por su marido, tuvo que luchar para poder alimentarle a él y a sus ocho hermanos y que lo que siempre la confortó fue su fe en Dios.

Lula, que sueña con poder ganar las elecciones el próximo 2 de octubre en la primera vuelta, cuenta con la mayoría de los votos católicos y busca tentar a los evangélicos que le dan la espalda. La famosa tercera vía, la de un candidato del centro para evitar el duelo entre Bolsonaro y Lula, se ha esfumado. La única incógnita es la de aquellos que habían votado en Bolsonaro descontentos con los gobiernos de la izquierda debido a las acusaciones por corrupción, y de unos políticos preocupados sobre todo en enriquecerse. Ahora, por una curiosa ironía, se ven arrastrados a votar de nuevo en Lula. Y muchos lo harán no por convicción, sino para evitar la permanencia en el poder de un presidente que traicionó todas sus promesas y deja al país no solo empobrecido y dividido por el odio político, sino con la peor imagen en el exterior desde la dictadura a hoy.

Y el Brasil que se jactaba de que Dios era brasileño hoy se ve envuelto en una política de desgarro social en el que los dioses de todos los colores están siendo movilizados por los unos y los otros en aras de sus intereses políticos. Mientras Bolsonaro cuenta con los votos de la mayoría de los ricos y grita su eslogan de “Dios sobre todas las cosas”, Lula proclama arrodillándose ante los evangélicos que su Dios es el del perdón y el de los hambrientos y desempleados. Y hay hasta quien satiriza cuál de los dos dioses ganará las lecciones. ¿Y los programas y las promesas de recrear un nuevo Brasil después de la tormenta de estos cuatro años de políticas destructivas? Ah, eso puede esperar.

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