
Litografía del artista francés Théodore Géricault – 1791-1824-
La acción se inició a media mañana del día 12 de febrero de 1817, cuando O’Higgins se empeñó en asaltar las magníficas posiciones defensivas españolas y fue rechazado.
San Martín trató de enmendar la situación, pero el general chileno en su apasionamiento y muestra de valor lanzó un nuevo ataque, al tiempo que la vanguardia de Soler golpeó el flanco izquierdo de Maroto y San Martín introdujo en batalla sus reservas de caballería poniéndose al frente de la misma.
Ese golpe conjunto, asestado alrededor de las 14:00 hrs., decidió la acción de Chacabuco a favor de los independentistas, pero San Martín no la consumó completamente al no emprender la persecución de los fugitivos. Por lo que es criticado por muchos historiadores.
La victoria en la Batalla de Chacabuco demostró que los insurgentes, bien entrenados y mandados podían derrotar a las mejores tropas de línea colonialistas y preocupó de tal forma al virrey del Perú, que este cesó sus intentos por reconquistar el virreinato del Río de La Plata.
El gobernador de Chile, Marcó del Pont, intentó huir hacia Valparaíso, pero fue tomado prisionero y confinado en San Luis.
El día 14 de febrero, San Martín y sus hombres hicieron la entrada triunfal en Santiago, ante el clamor popular. Francisco Ruiz Tagle fue designado gobernador político interino. El 15 de febrero se reunió un Cabildo Abierto. El cargo de Director Supremo le fue ofrecido a San Martín, pero éste rehusó ese nombramiento y solicitó que le fuera concedido a Bernardo O´Higgins, quien finalmente ocupó ese cargo. San Martín también rehusó a ser designado Brigadier General.
Con el dinero con que fuera recompensado por el Cabildo de Santiago, San Martín decidió que fuera destinado a fundar en esa ciudad, una Biblioteca Pública.
También fue inaugurada una filial de la Logia Lautaro, que reunió a los partidarios de O´Higgins, como instrumento de poder político a fin de respaldar al gobierno patrio, que actuaría en coordinación con la logia argentina.
Por Miguel Ángel Martínez