‘Hindenburg’. Su nombre resuena en la historia. El dirigible que se convertiría en el orgullo del régimen nazi fue construído en 1935 por la empresa ‘Luftschiffbau Zeppelín’, que había decidido ya integrar los dirigibles en la aviación comercial. La LZ llevó a cabo la fabricación de dos aparatos similares, ambos de unas dimensiones extraordinarias. «Fue el artefacto volador más grande de la historia junto a su dirigible gemelo, el Graf Zeppelín II», explica Jesús Hernández, periodista, historiador y autor de ‘El desastre del Hindenburg’. En sus palabras, medía 245 metros de largo, más que tres Boeing 747 juntos, y 41 metros de diámetro. Era el ‘Titanic’, pero sobre el cielo.
Pero no todo en el camino de los alemanes fue sencillo a la hora de dar forma a este gigante volador.
Un claro ejemplo fue la dificultad para encontrar el gas que se utilizaría para elevar el aparato. «Los alemanes diseñaron el ‘Hindenburg’ para contener helio, pero los norteamericanos, que disponían de la casi totalidad de las reservas mundiales, no quisieron vendérselo porque no se fiaban de las intenciones de Adolf Hitler» determina Hernández. Al final recurrieron al hidrógeno, un material más inflamable que, algunos piensan, pudo sentenciar al dirigible.
Nada les detuvo. El zepelín fue bautizado en honor de Paul Von Hindenburg, el que fuera el último presidente de la República de Weimar pocos años antes de que Hitler tomara el poder en Alemania. Así, y habiendo nacido a expensas del régimen nazi, pasó a convertirse en el orgullo del ‘Führer’. Con razón, ya que, con su velocidad de 130 kilómetros por hora, era sin duda la forma más rápida de cruzar el Atlántico: tan solo dos jornadas. La alternativa para los deseosos de sobrevolar este territorio eran los barcos de pasajeros, que tardaban una semana.
Pero lo suyo no era solo la velocidad. El ‘Hindenburg’ fue, como el ‘Titanic’, un palacio flotante para la época. De hecho, su comodidad sería mucho mayor que la de un avión de pasajeros actual. Podía albergar a unas 100 personas, contaba con varias cabinas de pasajeros –las que incluían una cama, un pequeño armario y un lavabo–, baños, salones desde los que se podía admirar el paisaje e incluso una sala de fumadores. «Es el más moderno, el más grande, el más veloz y el más confortable para el pasaje», desvelaba el diario ABC en una noticia publicada el 6 de enero de 1935 en la revista ‘Blanco y Negro’.
El ‘Hindenburg’, gracias a sus grandes dimensiones y a la expectación que levantaba, pronto fue utilizado por Hitler como elemento propagandístico . «Se valió de él para sus exhibiciones de poder, incluso lo hizo aparecer en los multitudinarios congresos del partido en Núremberg. Para el resto de países suponía un objeto de admiración, al igual que el Graf Zeppelín, que despertaba entusiasmo allí donde llegaba», explica Hernández.
Y es que no hay que olvidarse de que, en aquellos años en los que el ‘Hindenburg’ inició sus primeros vuelos, la Segunda Guerra Mundial aún no había estallado y las relaciones entre los países, aunque tensas, no era todavía de beligerancia. «El ‘Hindenburg’ era la cara amable del régimen nazi, servía para ganar adeptos en el extranjero, sobre todo en el continente americano», sentencia.
Pero nada de eso le sirvió para evitar la debacle. Con más de 300.000 km de vuelo a sus anchas espaldas, el 6 de mayo de 1937, el ‘Hindenburg’, con 97 personas a bordo, quiso atracar en la Estación Aeronaval de Lakehurst, en Nueva Jersey. El dirigible había realizado un vuelo de casi tres días desde Alemania y, en una noche tormentosa, se dispuso a tomar tierra para dar por finalizado su viaje, el cual, fue el último.
La maniobra de atraque de los zepelines no era sencilla, desde el globo, se arrojaban maromas a tierra desde el morro, las cuales eran cogidas por los trabajadores, que, tirando de ellas, las fijaban al mástil de amarre. Este proceso, además de tedioso, era muy peligroso, ya que en ocasiones los cabos se elevaban junto con los operarios que los sujetaban y éstos morían tras caer varios metros.
El proceso comenzó a las 19:25, y contaba con unos 248 obreros de tierra. Ahí ocurrió el desastre. Cuando el zeppelin había lanzado los amarres, los trabajadores observaron una chispa en la popa. En cuestión de segundos, y para asombro de todos los presentes, el aparato se incendió y el fuego se extendió por todo el globo. Cayó a tierra en cuarenta segundos.
Desde tierra se pudo ver a los pasajeros y a la tripulación saltar al suelo desde una altura de 15 metros. De las 97 personas que viajaban abordo, 36 pasajeros y 61 tripulantes, murieron 35 personas (13 y 22), todo un milagro para la magnitud del desastre. Aquello acabó con los viajes en dirigible, lo que significó el fin de una era para la aviación. Tan sólo el Graf Zeppelín II llegó a hacer algunos vuelos de prueba con personal de la compañía a bordo. «Fue un golpe muy duro para Hitler. El ‘Hindenburg’ era un símbolo del poderío de la Alemania nazi y su destrucción puso en entredicho ante todo el mundo la avanzada tecnología germana, de la que el Tercer Reich hacía ostentación» sentencia el historiador.