Ilustración de la declaración de Oscar Nava durante el juicio contra Genaro García, el 30 de enero en Nueva York.
Las luces de la Corte del Distrito Este de Nueva York se apagaron a petición de los fiscales. Harold Poveda, alias El Conejo, estaba rodeado por decenas de personas: el juez, el jurado, los abogados y los periodistas. Pero en ese momento se quedó solo. “¿Puede explicarnos lo que estamos viendo, por favor?”, le preguntaron cuando empezaron a proyectarse las imágenes. “Sí, cómo no”, dijo el capo con un marcado acento colombiano. “Es mi casa”. El narcotraficante empezó a describir “la mansión de la fantasía”, un palacete al sur de Ciudad de México que tardó cuatro o cinco años construir. Le costó casi siete millones de dólares. La cámara enfocaba una puerta tallada a mano que trajo de la India, la imitación de una armadura medieval, puentes colgantes que surcaban amplios jardines y una piscina que se conectaba con su discoteca personal. Lo que nadie esperaba era un relato tan detallado de El Conejo sobre sus animales. Solo en esa residencia tenía leones, otros grandes felinos, un chimpancé, aves exóticas y un gato persa “espectacular” y blanco “como la cocaína”. De pronto, Poveda se puso a llorar. Recordó con la voz entrecortada el reino que construyó en medio de una guerra total de carteles hace 15 años y las traiciones que finalmente lo llevaron a perderlo todo. Poco antes se había mostrado orgulloso porque esa noche no lo atraparon. Alcanzó a escalar la jaula de los tigres blancos y pudo fugarse.
Casi todo lo que se conocía de “la mansión de la fantasía” era por trabajos periodísticos. De hecho, fueron los medios de comunicación los que grabaron el vídeo que se presentó en el tribunal y a los que se les ocurrió ponerle ese nombre. Esta vez, sin embargo, era El Conejo quien lo revivía todo, como si fuera un relato autobiográfico. Poveda, antiguo miembro del Cartel de Sinaloa, fue llamado a declarar esta semana en el juicio contra Genaro García Luna, el que fuera el máximo responsable de la seguridad de México durante el Gobierno de Felipe Calderón (2006-2012), un periodo en el que el expresidente emprendió lo que se conoció como guerra contra el narco, que aún tiene sus consecuencias. García Luna, otrora modelo policial, enfrenta cargos por narcotráfico y delincuencia organizada en Estados Unidos después de su detención en Dallas en diciembre de 2019. Los testimonios de El Conejo y de otros capos que se han convertido en cooperantes de las autoridades tienen pasajes extravagantes y a veces, francamente, increíbles. Pero no han sido cándidos ni coloridos. Son también un mea culpa: yo maté, yo secuestré y yo torturé. Ya no se trata de series de televisión ni de historias de ficción. Dos décadas después de sembrar el terror, son ahora los narcos quienes lo cuentan todo.
El juicio más relevante para México desde la caída de Joaquín El Chapo Guzmán ―sentenciado en la misma corte y por el mismo juez que lleva este caso― se ha convertido en el telón de fondo del mayor ejercicio de memoria colectiva sobre la guerra contra el narcotráfico, que ha dejado cientos de muertos en el país. El Conejo habló de cómo mandó a matar al amante de su esposa, un policía colombiano. Detalló cómo sus jefes pensaron hacer lo mismo con García Luna, que en ese entonces llevaba las riendas de la Seguridad en el país, y “mandarle su cabeza al Gobierno para que todos vieran que con ellos no se jugaba”. Confesó que había ganado entre 300 y 400 millones de dólares durante su carrera criminal. Y contó que se declaró culpable en Estados Unidos de traficar más de un millón de kilos de cocaína. Su historial le auguraba pasar el resto de su vida tras las rejas, pero desde 2019 está en libertad condicional. Parte de los testigos a los que ha recurrido la Fiscalía ya han cumplido sus penas, mientras que otros permanecen aún en las cárceles de Estados Unidos, caso de los más esperados por todos, que aún no han…