sábado, 27 de julio de 2024

A fines de la década del ´40, la Gobernación militar avanza con la realización de obras, pero también en el control del pensamiento de la gente del pueblo. Responde a las premisas del gobierno nacional peronista, en un modelo de país que se propone como una tercera vía frente a la controversia “yanquis o marxistas”.

Los diarios de la época lo reflejan con claridad: las editoriales hablan de la gran obra del presidente Perón, los comunicados del partido no dejan opción: “Se es peronista o no, pero el que no lo es, es antiperonista”.

En el año ´49, un “censo” de la población local apunta a conocer la filiación política de los habitantes del lugar. Casi todos dicen ser del partido, por temor a delegaciones y consiguientes problemas laborales: “Incluso en el ´55, después de la caída de Perón, en el partido radical no pudimos juntar más de 400 afiliados, porque todavía la gente tenía mucho miedo”, recuerda hoy un afiliado de la UCR, quien cuenta que fue uno de los pocos que aceptó ser radical en aquel censo, pero aún hoy pide reserva de su identidad.

Otros debieron renunciar a sus ideas y trocar la filiación partidaria por un trámite tan común como solicitar un crédito o buscar empleo.

Stanko Vanobaz, militante comunista que fue perseguido y encerrado por el gobierno peronista, dice sin rencores, un día de septiembre del año 2000: “El peronismo hizo muchas cosas buenas por los trabajadores. Acá mismo, en YPF, antes de Perón no teníamos vacaciones: yo entre en el año ´37 y para pedir licencia teníamos que renunciar para que me volvieran a tomar después. La ley de jubilación también se aprobó en esa época. Tuvimos muchos beneficios que antes hubieran sido imposibles. Su error fue manejar los sindicatos con fines políticos”.

El avión negro

Es la madrugada del domingo 21 de septiembre de 1950, los golpes en la puerta hacen temer a la madre de Stanko, 29 años, delegado gremial de Taller Central de Y.P.F., quien a los 7 años ha llegado a la Argentina desde una remota región de Italia. Casi desde la misma edad abrazó ideas comunistas.

Los golpes se repiten hasta que la puerta se abre: un oficial del Ejército y un agente de la Policía preguntaban por Stanko Vanobaz, a quien le informaron que debe acompañarlos:

-Tenes plata? Llévate unos pesos. Y trae un sobretodo-, le dicen como de favor, sin informarle a donde lo llevan.

-No se preocupe, señora –se dirigen a la madre-. Al mediodía se lo traemos. Usted prepare los ravioles, que a la hora de comer va a estar de vuelta.

Stanko no volverá ese mediodía, ni a muchos otros domingos, porque durante más de 4 años permanecerá encerrado en la cárcel de Devoto.

Al salir de su casa, en barrio Moreno, en Km 3, lo llevan directamente hacia el aeropuerto, donde lo suben a un avión de la Fuerza Aérea, junto a otros 20 dirigentes locales, de conocida filiación de izquierda, comunistas sobre todo.

Los asientos de chapa están fríos, Stanko agradece, con su pensamiento, que el policía le haya recomendado traer un abrigo. Está a bordo y entonces recuerda que ha escuchado los comentarios: es un pasajero del “avión negro”, o “fantasma”, bautizado así porque sale de noche o de madrugada. Es el segundo vuelo que parte con una nueva tanda de dirigentes catalogados como opositores al gobierno.

El primero partió desde Comodoro Rivadavia un mes antes, en agosto, también unas 20 personas a bordo.

En la Sección Especial

Ya en Buenos Aires, los detenidos son llevados a la Sección Especial (creada durante la década del ´30 para interrogar y torturar a dirigentes políticos), donde “trabajan” dos conocidos torturadores, cuyos nombres la memoria ha hecho el favor de borrar.

Los detenidos son presos políticos, por lo que no serán picaneados, pero sufrirán golpes de puño y patadas, otros tormentos que serán igualmente dolorosos:

-Hablá, comunista y la puta madre que te parió, da nombres-, le grita a Stanko uno de los agentes, con una gran cicatriz en forma de cruz en la cara.

-Mira, yo a vos te mato, juro que el día que salga de acá, te busco por todo Buenos Aires y te mato-, le contesta a su interrogador, jugado por jugado, sin muchos más que perder, salvo la defensa del honor de su madre.

-Vos de acá no salís más-, dice el otro, pero uno de los oficiales se apiada:

-Tiene razón el comunista, no le digas hijo de puta, la madre no tiene nada que ver.

-Ni mi madre ni la madre de ustedes –dice Stanko.

A mí me tienen, hagan lo que quieran, pero tampoco voy a delatar a nadie. Yo no mate a San Martín.

Junto a otros 6 detenidos, Stanko es conducido a una pequeña celda, donde permanecerán una semana.

Una tarima de madera como única cama, los demás en el piso: le dan algo de comer con gusto a nada, salvo por el aderezo que resulta reconocible: “Desgraciados nos daban salsa inglesa, para descomponernos el estómago y no nos dejaban salir al baño: había que ‘hacerse en ese encierro’”, rememora el hombre décadas después, ahora que ha decidido contar lo que vivió, porque es el último de los pasajeros con vida del “avión negro”, antes de que su voz se apague y su historia quede injustamente guardada para siempre. A los 79 años, Stanko Vanobaz habla tratando de despojarse del rencor, por lo que cuida las palabras y hasta pide correcciones cuando expresa algún exabrupto. La elegancia y la defensa de principios suelen ir de la mano.

Después de esa primera semana en la cárcel de Devoto, hay una opción para recuperar la libertad: si son argentinos, pueden quedarse en Buenos Aires, pero no regresar a Comodoro Rivadavia. Sin son extranjeros, como en la mayoría de los casos (muchos ciudadanos soviéticos), la opción es ser deportado, a través de la ley 4.144. Algunos aceptan y los deportan a sus países de origen. Grecia, Portugal, España.

Stanko no quiere irse. Ama a este país, la Argentina, tanto como a sus ideas comunistas. No se siente un antiperonista, como obligatoriamente mandan los tiempos a quien no está a favor del gobierno.

Así, junto a 8 compañeros de celda, pasara largo tiempo en Devoto.

“Cuatro años estuvimos adentro. A mí me arruinaron la vida. Falleció mi viejo, me llego un telegrama, el jefe de la cárcel me dijo que él me iba a mandar a Comodoro con custodia, que él me pagaba el pasaje de avión, para venir al entierro. Y me dice: ‘lo único que tenés que hacer es mandarle carta al ministro de interior’. Fue como decirme que me fuera al carajo”.

No solo pierde a su padre. El encierro de Satnko es demasiado peso para su hermano más chico, nacido en la Argentina, amante de los deportes.

No soporta las bromas de quienes se burlan del encarcelado:

“Él no pudo soportarlo, pero yo no estaba preso por robar bronce. Se dedicó al cigarrillo y al alcohol”, recuerda Stanko, mientras repite: “Me arruinaron la vida, pero no quiero acordarme de eso”.

En el medio algunos recuerdos gratos: una tía que todos los jueves y domingos lo visita a la cárcel, desde Avellaneda, llevando alimentos o lo que necesitaran los muchachos de la celda, a quienes lava toda la ropa. Una vez no pudo ir, pero envió a una vecina como representante. Si hay un dios, dice Stanko casi medio siglo después, ella debe estar a su lado, mientras sonríe ante la contradicción en la que se permite incurrir, con el paso de los años, entre su ideología y esa imagen de lo sagrado.

Vuelta a casa tras 4 años de encierro

Un mes antes de “la libertadora”, porque “el golpe de Estado del ´55 no fue una revolución, porque ahí no participo el pueblo”, Stanko y los presos políticos del avión negro son liberados para regresar a Comodoro Rivadavia.

Al volver, todo se precipita y algunos tratan de salvar su imagen ante el nuevo régimen, incluso algunos que ascendieron como dirigentes al amparo del peronismo.

El pueblo está en ebullición y los diarios hablan de “las autoridades del régimen depuesto” o de las investigaciones “sobre el enriquecimiento del ex presidente”.

Vanobaz será reintegrado tiempo después a Y.P.F, luego de algunos trámites para recuperar sus documentos y tras negarse a delatar, ante el nuevo gobierno, a dirigentes de extracción peronista.

Don Stanko contempla el pasado con serenidad:

“Nunca delate a nadie, no quise hacer a otros lo que me hicieron a mí, no iba a ponerme a su altura. La vida es jodida y la gente va a pensar que me quiero hacer el mártir. Hoy estoy jubilado, no gano mucho, unos 600 pesos por mes. Y llegue tarde a los reclamos para indemnizar a los presos políticos. No importa, dice y sonríe, mientras repite que de aquello, del avión negro y esos 4 años de su vida perdidos en una cárcel, ya no quiere acordarse.

Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en 2001

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