miércoles, 5 de febrero de 2025
Cabaret “Gloria”, parte de su personal (Magdalena, la primera a la izquierda)

Las mujeres se hacían revisaciones periódicas en el hospital; no había casos de enfermedades salvo algunas sencillas. Dice que se usaban preservativos pero muchos clientes lo tomaban como un caso de poca hombría y lo desechaban, de allí los contagios; además, dice el Negro, el término “condón” era casi una mala palabra, no como ahora. “Soldados iban en gran cantidad; decían que en el Regimiento les daban un profiláctico pero algunos no pasaban por allá; en cambio, muchos personajes del pueblo y del campo, algunos de apellidos muy conocidos, eran ‘habitués’ y les hacían todo tipo de regalos a las minas; yo me salvaba porque me daban propinas de chico para llevarles los presentes.” También me cuenta que “…muchas mujeres del pueblo solían tener problemas contra el firulo; en más de una ocasión recibían anónimos debajo de las puertas comentándoles que sus maridos andaban por el local y estaban con fulana o mengana. En algunos casos, vecinos de Esquel sacaron mujeres y se casaron con algunas de ellas”.

Le pregunto por ellas, las recuerda a todas y a alguna en especial, porque la madre lo mandaba a buscar siempre a la pieza correspondiente, cuando era joven. Me describe con cierta minuciosidad la ubicación de sus piezas y me remite al croquis: la Paca, Gladys, la Juana, la Piba, Nury, la chilena, ésta en tiempos más cercanos, y la más famosa: Magdalena. Coincidiendo con “Orlo”, señala que era una mujer alta, robusta y hermosa; dice que extrañaba siempre a su hija, a la cual no volvió a ver y ése era el verdadero drama de su vida; era de origen francés y además, cantante. “Tuvo la más triste de las muertes, sola, vieja, casi ochenta años, en el hospital.”

Casi todas eran mayores de treinta años. Y según el Negro, “…eran de la provincia de Buenos Aires y alguna de Córdoba o de La Pampa; laburaban muchísimo, a veces cuatro o cinco clientes por noche; solía haber hasta setenta tipos en el local; trabajaba todos los días y supo ser el único local nocturno de Esquel, así permanente, además de firulo”.

El Negro sigue desanudando recuerdos y casi no me da tiempo a registrar textualmente sus palabras. “Yo de pibe solía escapar y mirar por las cerraduras, pero una vez las minas me agarraron y me tiraron adentro de una pieza para darme algún escarmiento.”

Me relata muchas anécdotas; me quedo con algunas. Un hombre de campo, después de una esquila, llegó al salón temprano y se hizo rodear de casi todas; con algunas iba a las piezas de tanto en tanto. De repente, se le fueron yendo y se quedó solo; se hizo un silencio y el hombre, mayor, dijo: “Se terminó la plata, se terminó el amor.” Todos se rieron, pero luego cada uno siguió en lo suyo, en medio de los murmullos y la música. Un vecino, que de viejo tenía un quiosco, conocido por ciertas particularidades anatómicas, era rechazado por las mujeres. “Pero finalmente una de ellas, muy linda, era medio renguita, parece que le agarró la vuelta y lo empezó a atender.” Y los cuentos mueven a risa y traen nuevos recuerdos.

Libro “Esquel… del telégrafo al pavimento”, de Jorge Oriola

 

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