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Una vecina me contó que en una oportunidad, un grupo de damas católicas se reunió en el Armonía con el sacerdote para promover el cierre del lupanar, pero cuando llamaron al comandante del regimiento, éste dijo que no podía responsabilizarse por la conducta sexual de centenares de soldados en días de franco. Y allí terminó la reunión.
Otro profesional, también jubilado, tampoco deja de mencionar la concurrencia popular al burdel de Doña Rosa; pero no sólo apunta a la baratura del servicio sino a la cuestión organizativa: era tal la demanda que el burdel tenía varios turnos cada uno con su precio. En sus inicios, era barato, dice: “… cobraban $0,50 de tarde y $1,50 de noche; había entonces un turno barato para los más jóvenes; no obstante la entrada al cine era mucho más barata”. Con esta referencia, suma además otro elemento de comparación de precios.
Recuerda que las mujeres del local venían de afuera y algunas de ellas eran chilenas.
El oscuro y enigmático mundo de la prostitución no parece ser una mancha en los recuerdos de la gente mayor en Esquel; al contrario, la sola mención de Doña Rosa permite dibujar una sonrisa para nada siniestra en quienes aportan datos; sencillamente, como dijo “Orlo” en un programa de radio, recordando a Magdalena, una de las prostitutas más valoradas, “Esa cama, si existiera, debería estar en un museo, porque por ella pasó medio Esquel.”
Sin embargo, algunos recuerdos de Artemio Book, en un buen reportaje de Chele Díaz para la revista cultural “Espacio Abierto”, no concuerdan precisamente con algunos comentarios anteriores. Dice que “…como había trabajo y plata, se abrieron prostíbulos. Había cinco en el pueblo con mujeres traídas de afuera. Había uno, el ‘sietecolores’, donde ahora está la escuela 38 [hoy Nº 112), otro en la calle Chacabuco, cerca de donde está el Doña Rosa’, que lo cerraron hace poco tiempo. Y claro, ésos eran los suburbios del pueblo. A veces había problemas con los clientes que eran, en su mayoría, esquiladores… porque la ‘gente bien’ no iba a esos lugares, aunque en esos tiempos todo era legal: la prostitución, el uso de armas de fuego, los desalojos…”.
En una de sus ediciones, el “Eco del Futalaufquen” denunciaba complicaciones en un prostíbulo de la calle 25 de Mayo cerca de Chacabuco. El 20 de octubre de 1951 informaba que en ese negocio “…se ha llegado a un relajamiento moral tal que se hace imprescindible la intervención de las autoridades.” Grescas, insultos, peleas a cuchillo que aterrorizaban a las familias y …los beodos que a diario concurren a esa casa non santa (sic) se ubican en un galpón instalado en el patio y allí, en compañía de elementos repudiables, ofrecen a la vista de los buenos vecinos, espectáculos bochornosos…” que, según el redactor, era preferible no describir. Y convocaba a la Gendarmería Nacional a poner orden.
No he podido encontrar comentarios negativos hacia Doña Rosa. No he hallado menciones oficiosas, de la prensa, comunicados oficiales, criticas públicas de la Iglesia o de alguna asociación vecinal, benéfica o sectorial. Puede que las haya habido, pero no las vi. Como cuando se dice que “de eso no se habla”, la historia escrita con documentos no registra su existencia. Pero que existió, nadie lo puede poner en duda.
La historia se escribe con protagonistas anónimos: millones de labriegos, peones, esclavos, marineros, soldados, trabajadores industriales, carreros, mujeres artesanas, clérigos y monjas, amas de casa que han pasado por la vida cumpliendo los rituales del matrimonio y del hogar, sirvientes y caballerizos, mayordomos de palacio, deportistas que pocas veces han estado en medios de prensa. Y con prostitutas. Me quedo pensando: ¿Qué fue de Doña Rosa? ¿Por qué no tenerla enfrente y pedir que me cuente sus historias? ¿Existirá? Muchos dicen que murió hace tiempo ¿Estará enterrada en Esquel? Otros vecinos, que tan bien la conocieron, dicen que le han perdido el rastro. ¿O será una vieja vecina más y confabuladamente, en un cómplice silencio, la mayoría dice que no está, para que ningún historiador la encuentre y le pregunte?
Libro “Esquel… del telégrafo al pavimento”, de Jorge Oriola