sábado, 27 de julio de 2024

Cuenta Vicente Millanir:

“Tenía que quedarme en el 117 bombeando agua al tanque; estar ahí era bastante aburrido, en invierno era mucho peor.

Como a veces se atrasaban, hacía fuego para que mis compañeros que venían en el coche motor me vieran y no me dejaran.

Lo más impresionante eran los zorros, que veían en fuego y se ponían a aullar en los cerros; uno se asustaba era un espectáculo estremecedor. Un día me dejaron a las 11.00 de la mañana, estaba helando y nevaba, el frío era verdaderamente impresionante; no sabía qué hacer del frío, si gritar o llorar. Agarre kerosene y prendí fuego unas matas para calentarme siempre con el coro de aullidos sobre los cerros”.

Derrame de petróleo

Dice José Gordillo:

“Cuando teníamos mucho peso teníamos que parar en el 117, donde comenzaba una gran pendiente- y separar la mitad de los vagones. Después seguíamos hasta Cañadón Lagarto y dejábamos la otra parte en un desvío, para luego volver a engancharlos.

Después regresábamos al 117 a buscar el resto; esto tomaba casi tres horas.

En una ocasión en que conducía Pedro Maldonado, al llegar al 117 tuvo que separar vagones con petróleo pero desenganchó mal, de menos, así que cuando siguió y vio que no podía subir tuvo que volver a desenganchar, dejó otro vagón frenado y siguió.

En Lagarto dejó los vagones  y regresó a buscar al resto, pero nos olvidamos del tanque que habíamos dejado en la subida, cuando lo chocó iba a toda máquina; fue un desastre, destrozó el vagón y enchastró todo de petróleo.

Siguió, engancho al resto, pero al intentar subir, no se pudo porque las vías estaban impregnadas de petróleo. Luego de horas de limpiar las vías, logramos subir echándoles arena para que nos resbalaran las ruedas. Al otro día tuvieron que ir las cuadrillas a limpiar todo”.

Texto del libro “Aventuras sobre rieles patagónicos”, de Alejandro Aguado

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