sábado, 27 de julio de 2024

Nuestro  valle inferior del Rio Chubut  se convirtió en un hermoso lugar para habitar gracias al esfuerzo de muchas personas que a lo largo de los años forjaron una región prospera y productiva en base al esfuerzo y el sacrificio.  En esta sección repasaremos distintas historias de personajes que, desde su lugar, fueron importantes para la comunidad y se ganaron un lugar en el recuerdo de los vecinos.  

 

 

Hasta el día de hoy, los que hablan gales en el valle recuerdan el Almacén de Bob Williams como el negocio del pueblo, que fuera tan popular en los días de mi infancia. A la mañana y a la tarde este negocio estaba lleno de gente, tanto del pueblo como de las chacras, ya que había que conseguir las mercaderías en la Cooperativa o en el Almacén de Bob Williams.

Yo conocía originalmente a Bob William de la zona de Bryn Crwn, y casi todos lo habían visto y odió cantar como un espléndido vocalista. Un hombre rubio, bastante calvo, de corta estatura, carnoso, rubicundo, que se vestía cuidadosamente. Era un personaje por naturaleza impaciente, pero siempre hospitalario y saludaba a todos por su nombre. Empezó con el almacén él solo, pero al poco tiempo trasladó a su familia –su mujer y sus seis hijos- a vivir al pueblo, y recuerdo a su hijo mayor, Prysor, ayudando en el negocio.

Yo vivía en la chacra y solía venir al pueblo en coche los sábados para ver a mi abuela, que vivía a una cuadra del Almacén. Mi hermano y yo recibíamos 5 centavos cada uno para ir a comprar chocolate o “colibrí”, un redondelito de algo con sabor a menta cubierto de chocolate. Bob vendía todas las cosas comunes que uno puede pensar, empezando por libros, papel de escribir, sobres, tinta, lapiceras, lápices, colores, cuadernos y todo tipo de golosinas. Me acuerdo de verlo ponerse un papel blanco, cuadrado, en una mano y con una cuchara larga sacar caramelos de un frasco y ponerlos en el papel en  la palma de su mano, enroscándolo, cerrado para su venta.

Allí también se compraba el programa del Eisteddford y de los encuentros literarios, y se conseguía Drafod. Era posible dejar o recibir cartas en el negocio. Allí todos se reunían y le preguntaban a Bob por las novedades del pueblo.

Él era amable con todos y estaba siempre dispuesto a ayudar. Al principio fue un negocio pequeño, reducido, pero Bob vio que era necesario un poco de cada cosa para complacer a toda la gente y entonces amplió su tamaño e hizo una buena exhibición de todas las cosas.

Las mujeres recordaban ir allí a recibir el Weldon`s Ladies Journal con moldes y figurines para confeccionar ropa y del cual hacían buen uso. Mi abuela pensaba que no había nada como el jabón colorado, así que “anda a lo de Bob a comprar jabón colorado”, era su pedido. Nosotros, los niños, estábamos encantados de poder ir para encontrarnos con otros chicos que permanentemente estaban comprando golosinas con algún relato en su interior o una revista que contenía cuentos para niños.

Estoy segura de que el negocio merece un verdadero homenaje porque Bob lo transfirió a sus hijos y hasta el día de hoy, Onen y su hermano Rhirld, mantienen el Almacén funcionando.

Hoy no estoy cerca de él como para poder decir que sucede, pero me imagino ver alguna botella de los viejos tiempos, diferentes latas o una balanza pasada de moda que no se gasta con el tiempo, y que quedan de adorno en algún estante en señal de respeto a su primer propietario.

Ha habido un gran cambio en este mundo en los tres cuartos de siglo que pasaron desde que Bob abrió su negocio. Pero lo que menos olvidaré es el Almacén de Bob Williams y le deseo una larga vida.-

Recuerdos de Gweneira Davis de González de Quevedo, quien hoy tendría 100 años y recordaba su niñez y las visitas al almacén de Bob con mucha lucidez y gran cariño.  

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