sábado, 27 de julio de 2024

Seguramente usted tiene algún amigo o conocido al que le dicen el turco. Probablemente el padre o el abuelo de “el turco” haya venido de Siria, Irak, El Líbano o algún territorio que pertenecía al Imperio Otomano o a los mandatos británico-franceses que le siguieron. Quizás en el mismo grupo de amigos, hay algunos cuyo apellido termina con ian y sea de Valentín Alsina o de Palermo. Ese, probablemente, sea descendiente de las familias que vinieron de Armenia escapando de la persecución de la familia del otro al que le decían el turco.

Son famosas las historias de los bares de Avenida de Mayo donde republicanos y nacionalistas españoles se tiraban con cosas discutiendo por la guerra civil. Muchos de ellos, de bandos opuestos, terminaron siendo socios o compartiendo las mesas familiares. Seguramente, usted tiene algún otro amigo moishe que también comparte equipo de futbol con el turco, el armenio y el gallego. Llegado de Europa Central o del Medio Oriente, rusos y turcos judíos, comparten vereda y colegio con musulmanes y cristianos ortodoxos. Como lo hacen paraguayos y bolivianos, milaneses y napolitanos, alemanes y franceses, británicos y todo el resto. Cada uno dejó sus huellas en las fachadas, las cocinas y en el idioma.

Acá facha no significa fascista, sino pinta porque lo trajeron los italianos que le dicen así al rostro. Trabajar se dice laburo, del tano laboro; lo mismo que pibe, morfar, mina y birra. Los gallegos nos heredaron el chabón, que en realidad es una deformación de chambón, malandra o changa. Los africanos el kilombo; los judíos el tujes, que en Iddish significa cola; los turcos comerciantes el berreta, queriendo decir barato.

Pero si la inmigración nos ha influido en el lenguaje, ni hablar en la comida. La provoleta no es otra cosa que el afán de un italiano, Natalio Alba, de meter un queso en la parrilla. Esa maldita rejilla de hierro, que habían creado los gauchos de estas pampas para aprovechar mejor las tripas que sobraban de la faena, y que luego se convirtió en uno de esos lujitos a los que aspirar como sociedad. Volviendo al tano parece que encontró en el provolone el único queso que no se derretía del todo y guardaba cierta consistencia, después de un vuelta y vuelta por la parrilla. La tarta (que aca no es un pastel) que forma parte necesaria de la dieta semanal de las familias argentinas por su innegable practicidad, son en realidad originarias de Liguria, donde se comía generalmente en Pascuas. La infaltable picada previa a las comidas especiales, es una mezcla del tapeo español y del antipasto italiano, con una fuerte presencia de fiambre. Pero antes de seguir ¿Cómo olvidarnos de una buena milanga? Importada de la cocina de la Lombardía donde se la conocí como cotoletta alla milanese, de ahí milanesa, a la que para seguir con nuestra tradición de amigar a los enfrentados o generar disputas innecesarias, le metimos queso, salsa de tomate y jamón, y osamos nombrarla “a la napolitana”. Norte y Sur de Italia unidos en un manjar; se dice que esto último tiene que ver con que se la inventó en el restaurante Napoli en el cercanía del Luna Park.

Personas que en sus tierras de origen no se podían ni ver, terminaron contribuyendo conjuntamente a la conformación de una patria a miles de kilómetros de su tierra natal.

El aluvión migratorio de principio de siglo XX, como hemos visto, no solamente fue deseado sino que también provocó grandes transformaciones en las costumbres cotidianas y el paisaje de las ciudades argentinas. De pronto, las calles comenzaron a poblarse de clubes, hospitales, bares, restaurantes y salones con nombres de ciudades extranjeras; con otros acentos, otras comidas y otras costumbres.

Fragmento extraído del libro “País de Mierda” de Mateo y Augusto Salvatto

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