sábado, 18 de enero de 2025

Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había alojamiento para ellos en el mesón. Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas. De pronto se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor brilló alrededor de ellos; y tuvieron mucho miedo. Pero el ángel les dijo: “No tengáis miedo, porque os traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy os ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Esta señal os doy: encontraréis al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. En aquel momento aparecieron junto al ángel muchos otros ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a los hombres que gozan de su favor!”. […] Los pastores se apresuraron y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. […] Y [María y José], después de haber cumplido con todo lo que manda la ley del Señor [la circuncisión del niño, el acto de ponerle el nombre y la purificación de María] volvieron a Galilea, a su propio pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte.

El relato de Lucas, por supuesto, es la historia que se lee en Nochebuena en las iglesias de todo el mundo: un texto de deslumbrante belleza y conmovedora simplicidad. Sin embargo, cuán diferente es del pequeño y colorido drama de Mateo, con sus ricos astrólogos, el mortal decreto regio y la peligrosa excursión a Egipto. Pero Lucas no es menos rico en su proclamación complementaria de la significación de Jesús, expresada con acentos diferentes para otra comunidad cristiana.

El primogénito, se nos cuenta, es envuelto en pañales y colocado en un pesebre. ¿Cuánta gente se habrá preguntado por el significado exacto de estas prendas? ¿No parece extraño, además, que una madre ponga despreocupadamente a su hijo recién nacido en un comedero de animales? ¿Qué está pasando aquí?

En realidad, la meditación de san Francisco a propósito de un versículo de Isaías nos ilumina al respecto: “el asno conoce el pesebre de su dueño”. Para Lucas, los que son enviados a conocer al Señor, que es fuente de alegría para “todo el pueblo”, son los pastores, no hombres ricos o sabios. Al contrario de la queja del profeta Jeremías, que preguntaba a Dios por qué parecía que había abandonado a Su pueblo “como a un extraño, un viajero que se aloja en un mesón”, ahora el Señor y Salvador de Israel no pernocta en posadas, ni en un mesón, sino que llega como el que alimenta y el que es al mismo tiempo alimento de Su pueblo (en un pesebre) y reside por fin entre ellos. Los pañales no indican una pobreza abyecta; son, como dice Lucas, una “señal”, y evocan directamente a Salomón, el más rico de los reyes de Judá: “Y fui criado entre pañales e inquietudes; que ningún rey tuvo otro principio distinto al nacer”.

Así, a Jesús, nacido en la ciudad de David, no se lo encuentra en un mesón, como a un extraño que estuviera de paso, sino en un establo, como al verdadero sustento de su pueblo; y en ese lugar, se encuentra a Jesús envuelto en las vestiduras del verdadero rey.

El espléndido pasaje nos cuenta, por lo tanto, mucho más que lo que ocurrió: a Lucas no parecen interesarle para nada los detalles concretos del trabajo de parto y el nacimiento. Él nos cuenta más bien el sentido de este nacimiento: Dios tiene una nueva relación con Su pueblo. Encontrar al niño en estas circunstancias no mueve a los pastores a condolerse de una familia pobre que se ha visto obligada a hacer un alto en su viaje para terminar refugiándose en un establo, sino a proclamar la gloria de Dios, porque Él se revela a sí mismo como un Rey protector de la vida, la muerte y la Resurrección del Jesús así presentado en esta obertura del Evangelio.

¿Y quiénes son estas personas que reciben el primer anuncio del nacimiento? En el judaísmo no se consideraba a los pastores como figuras dulces, sentimentales y bucólicas que conducen delicadamente sus rebaños. Todo lo contrario: eran el ejemplo más común de los estafadores sin escrúpulos, pues por lo general solían llevar a sus rebaños a pastar en tierras ajenas, robaban a sus vecinos, y por la noche volvían con más animales que los que tenían por la mañana. Como los recaudadores de impuestos de aquellos tiempos, se enriquecían deshonestamente. “Para los pastores y los recaudadores de impuestos, el arrepentimiento es difícil”, afirmaba un dicho judío muy difundido en aquella época. Más importante aún, la palabra “pastor” se convirtió virtualmente en sinónimo de “pecador”, y a cualquiera que se ocupara de cuidar rebaños se le negaban los derechos civiles y podía ser condenado al ostracismo e incluso llevado a la fuerza a los tribunales. Sin embargo, son estos hombres los primeros en enterarse del nacimiento de un Salvador: los marginados y los pecadores son bienvenidos e incluso son los primeros en ser invitados a comparecer ante el Señor. Y -lo que tal vez escandalizara a los primeros que lo supieron-, ellos responden con piedad y adoración cargadas de simplicidad.

Finalmente, el relato que Lucas hace del nacimiento nos ha dado una de las líneas más famosas de la Escritura, el himno angélico, que lamentablemente ha sido mal traducido durante largo tiempo, ya sea como “paz en la tierra, buena voluntad a los hombres”, o como “paz en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Pero la versión correcta del versículo de Lucas, basado en una fuente literaria hebrea y copta preexistente, es “paz en la tierra a los hombres que obedecen la voluntad de Dios”. Siglos más tarde, ese mismo sentimiento fue expresado por Dante: E’n la sua volontade è nostra pace, “en su voluntad está nuestra paz”. La voluntad divina no es una restricción que nos es impuesta, un destino del que no podemos escapar: es una realidad de amor mucho más benévola, y mucho más beneficiosa para nosotros, que nuestra propia voluntad.

Fragmento del libro “El Jesús desconocido”, de Donald Spoto

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