La Escuela de Comercio comenzó con un primer y segundo año solamente y en su primera promoción ya terminaron sus estudios 7 alumnos, en la segunda tanda fueron solamente 4 alumnos, 3 varones y una niña pero a partir de entonces, creció y creció hasta la realidad de hoy con su moderno edificio y sus tres turnos de alumnos.
Es lindo recordar los principios con la rectora Sra. Aubía, con su presidente de cooperadora como era Don Eduardo Bordenave, activo, activísimo, que viajó y viajó hasta consolidar la insipiente escuela con los profesores como Carrera, Ísola o Fennen, que además de sus horas de cátedra, parchaban el edificio, hacían muebles, reformaban aulas, en fin luchaban con la cooperación del alumnado para hacer una casa de estudios de la carpintería de Martinelli, que al principio funcionaba entre las aulas, pues la escuela comenzó su actividad sin que Don Victorio tenga completado su nuevo local, así que de un lado del tabique se dictaban clases y del otro lado se hacía un ruido infernal además de la continua lluvia de aserrín.
A los alumnos de 5º año por ser solamente 4 se los había instalado en una piecita en el altillo, eso no constituía un aula, ni siquiera un aulita pero los 4 se recibieron.
Es más o menos la misma fecha en la que comenzó a funcionar la escuela nocturna para adultos, luego la Politécnica, más tarde la de la zona de Loma Blanca, la de Aluar, la de la costa y desde hace mucho tiempo la Escuela con internado y varias especialidades nocturnas que hacen que a toda hora las calles de Madryn estén transitadas por alumnos.
Hoy los niños juegan con modernos juguetes de plástico de vivos colores o réplicas exactas del original que nosotros no conocimos o se visten con equipos adecuados para determinados deportes, de nylon o de sintético que hacen la ropa liviana y colorida; eso es nuevo, nosotros vestíamos en su gran mayoría, con ropa que las propias madres nos confeccionaban de partes de ropa de los mayores en desuso.
Un niño común en Madryn un 1927 con 10 años de edad vestiría así: gorra de visera gris bastante deformada, buzo gris oscuro, muy flojo en el cuello, pantalón corto azul con tiradores y una gomera atada a cada lado del tirador, con los bolsillos lleno de bolitas, medias negras largas aguantadas con ligas por lo común hechas con un trozo de cámara y zapatillas o alpargatas. Soliamos juntarnos en barritas de 5 o 56 chicos y salir a mariscar o cazar martinetas, en tal caso cambiábamos las bolitas por piedras muy seleccionas en los bolsillos; así preparados solíamos recorrer las lomadas de los campos de alrededor de Madryn y cuando uno divisaba una martineta a la distancia nos abríamos corriendo en dos bandos, quedando alguien atrás para distinguir dónde la martineta se agachaba. Cuando las martinetas sienten ruidos de pasos a las distancia a su alrededor, lo primero que hacen es agacharse, lo hacen tan bien que resulta imposible distinguirlas en el suelo confundidas con los montecitos. El mimetismo es tal que de no tener la vista muy acostumbrada, se pasa al lado de ellas sin distinguirlas, pero en eso estábamos muy prácticos y siembre girando en redondo íbamos achicando el radio hasta quedar cerca de ellas que se mantenían quietecitas. Este era el momento donde tensar nuestras gomera y con seguridad que les rompíamos el espinazo de la primera pedrada.
Todos llevábamos en la cintura una soguita de unos 4 metros de largo y el regreso a la casa al anochecer se hacía portando la caza y con una atado de leña asegurado por la soguita. Cansados pero felices llegábamos a casa con las primeras sombras de la noche, igual como regresan los jovencitos de practicar fútbol, básquet, vóley o cualquier otro deporte.
Fragmentos extraídos del libro “El Madryn Olvidado”, de Juan Meisen