sábado, 27 de julio de 2024

El 29 de junio de 1808, la “Gaceta de Sevilla” publica el parte del marqués de Coupigny sobre la acción de Arjonilla, (23/6/1808)en el que realiza comentarios elogiando la valentía con que había luchado nuestro futuro Padre de la Patria.

“En aquella madrugada de Arjonilla, parecía como si nadie respirara, y el choque contra el metal y la carne llegaba como un estrépito y como un desahogo irracional y salvaje.

San Martín sin embargo, tenía la obligación de mantenerse lúcido en la tormenta, un verdadero estratega nunca pierde la cabeza en una arremetida. Los veinte jinetes de su pelotón galoparon con los ojos bien abiertos y se llevaron por delante a los franceses vitoreando a España y Fernando Vll, y riéndose a viva voz de los antepasados de Bonaparte.

La colisión fue eléctrica y estuvo llena de ruidos escalofriantes: tajos, golpes, quejidos, alaridos y relinchos de espantos. Un cazador español le partió el cráneo al medio a un cabo francés y dos soldados forcejearon para acuchillarse y rodaron al piso, enredados y sangrientos. Hombre contra hombre, espada contra espada, se escuchaban los tañidos de metal y los insultos. Hasta que una punta acertaba entre costilla y costilla o atravesaba el pecho de alguien o se enterraban en los riñones de un infeliz. O hasta que el filo de un revés bien dado degollaba a un soldado francés o le abría un callejón en la barriga.

También había pistoletazos a quemarropa que destrozaban un corazón o borroneaban una cara. Disparos cortos, alaridos largos.

El parte de batalla describía luego las maniobras de San Martín como una acción de “inusitada intrepidez”. Su pelotón surgió como un relámpago mortal y los soldados franceses caían como moscas. En la desesperación, y viendo quien mandaba en aquella mañana, un oficial francés señaló a San Martín y les gritó a sus guerreros que le dieran muerte. Pronto lo rodearon seis tipos peligrosos, el capitán atravesó a uno con su sable corvo y bajó a otro de un mandoble, pero alguien pechó a su caballo negro y lo hizo tambalear. Hombre y bestia rodaron y el capitán quedó por un momento aplastado y a la merced de las espadas. San Martín no tuvo tiempo siquiera de pensar que estaba perdido. Juan de Dios, soldado valeroso, apareció de la nada, derribó a un francés de un sablazo, mantuvo esgrima con otro dos y sirvió de escudo humano. Cuatro años después, dos granaderos Juan Bautista Baigorria y Juan Bautista Cabral, lo salvaría al gran Capitán de idéntica manera en el combate de san Lorenzo.

San Martín vio como el oficial francés y varios de sus soldados huían hacia los bosques de Olivo , “a ellos a ellos” , gritaban los españoles, cuando de pronto sonó el clarín dando la retirada. “Nos quitan la gloria” dijo Juan de Dios, sigamos capitán, unos minutos más y los tenemos a todos ensartados. San Martín calmado, y con una mirada de reproche ante la insubordinación manifiesta dijo: ¿No escucha la orden de nuestro comando? A retirada, grito para ser bien oído.”

 

Por Miguel Ángel Martínez

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