sábado, 27 de julio de 2024
Celestino Rodrigo

El 1 de julio de 1975, como si el ambiente no estuviera caldeado, La Opinión de Jacobo Timerman se ocupó de elevar aún más en tapa una trifulca entre López Rega y el almirante Emilio Massera. En medio del reclamo sindical y el rechazo al plan económico, con el fin “de facilitar la tarea de la señora presidente” el gabinete en pleno presentó la renuncia. Como si no hubiera ocurrido nada, Celestino Rodrigo continuaba defendiendo su plan a través de una cruda radiografía de la situación, destacando que había desaparecido la inversión productiva y que no había inversión privada, resaltando que las empresas extranjeras estaban analizando abandonar la Argentina.

La polémica se trasladó al parlamento aquella primera semana de julio. La Cámara de Diputados interpeló al gabinete económico ante el silencio de la bancada oficialista. Fueron maratónicas sesiones de más de 12 horas.

A las 23.20 del 4 de julio, el presidente del bloque justicialista, Ferdinando Pedrini, dijo: “En estos momentos se ha decretado un paro general por 48 horas”. Mientras el ministro de Economía, Celestino Rodrigo, se levantaba de la sesión para atender la crisis que se avecinaba, Pedrini le recriminó a los diputados que querían seguir interpelándolo: “Déjenlo que se vaya, ¿para qué seguir pegándole?”. La huelga para exigir la homologación de los convenios paritarios se realizó a partir de las 00.00 horas del lunes 7 abarcando todas las actividades. Era la primera vez en 30 años que el sindicalismo peronista le hacía un paro a un gobierno de origen peronista. La respuesta del gobierno no se hizo esperar. Desandando el camino, en la madrugada del martes 8, el ministro de Trabajo, Cecilio Conditti, ratificó las paritarias sin topes y derogó el decreto que previamente las había anulado. Como gesto, la central sindical dispuso que “a efectos de contribuir al fortalecimiento de la economía nacional y particularmente brindar una solución al problema salarial de los trabajadores del sector estatal, procederá a donar al Estado el jornal de un día al mes”. Como era de esperar, el ofrecimiento nunca se llevó a cabo.

El diario La Opinión en su edición del domingo 13 proclamaba: “Sin un cambio de hombres, no hay más solución posible”. Pero este cambio de hombre parece un tanto complicado en momentos de crisis aguda, en que no surge un nombre capaz de unir a toda la Nación en torno de sí. A esta altura de los acontecimientos, el reflejo general lleva a dirigir los ojos hacia los mandos militares que se mantienen en estado de alerta permanente, mas “absolutamente silenciosos”. Sería aparentemente impensable que los sindicatos recorriesen los cuarteles para intentar hallar una solución. Más como decía un periodista extranjero, “no siempre en política lo impensable es absurdo”. Y concluía citando a la famosa frase de Perón: “El pueblo avanza con los dirigentes a la cabeza, o con la cabeza de los dirigentes”.

El semanario brasilero Manchete publicó un artículo bajo el título “La agonía”, que en su párrafo final sostenía: “El plan económico no fue otra cosa que un diagnóstico de laboratorio. No hubo plan. Solo un grupo de funcionarios confundidos, y todo el cuerpo económico de la nación a la deriva. Los argentinos, día a día, tienen conciencia de que el país al que estaban acostumbrados está muriendo. No saben qué país, qué vida, los espera. Ni cuánto durará su agonía”.

El 19 de julio Celestino Rodrigo renunció, poniendo fin a sus 49 días de gestión al frente del Ministerio de Economía. Previo interinato de Corbalán Nanclares, el 22 juró Pedro Bonanni, un exfuncionario de Perón en su primer y segundo período presidencial, vinculado al sector financiero, alejado de la política en los últimos 20 años. Solo duraría 21 días.

Los indicadores económicos que da a conocer Carta Política indican que el nivel de reserva a fines de mayo de 1975 estaba entre los 900 a 759 millones de dólares, marcando una tendencia negativa, comparadas con los 1.500 millones de diciembre de 1974 y los 1.903, 9 de mayo del mismo año y la inflación descontrolada.

Fragmento del libro “Nadie fue”, de Juan B. Yofre

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