lunes, 17 de febrero de 2025

Por estos días es habitual ver a dirigentes políticos que dejan de lado sus ideologías para saltar de un partido a otra de la noche a la mañana, verdaderos oportunistas que ponen sus intereses por delante del colectivo y se acomodan como mejor les conviene. Sin embargo este fenómeno no es nuevo , la historia está repleta de panqueques que han traicionado a sus compañeros y a sus propios ideales con tal de seguir enganchados en los círculos del poder. A continuación compartimos la historia Joseph Fouché, uno de los grandes camaleones de la
historia política francesa.

Fouché, con su traje de gala como director de la Policía, pintado por Marie Claude Dubufe

El 15 de enero de 1793, Joseph Fouché era diputado por Nantes. Al día siguiente se iba a producir una de las votaciones más importantes de la historia de Francia, puesto que la Convención iba a decidir si el depuesto Luis XVI debía morir en la guillotina o salvar su pellejo, después de que la Revolución hubiera acabado con los privilegios del clero, la nobleza y la monarquía. Nuestro protagonista se reunió con sus correligionarios, los moderados girondinos, representantes del clero y la burguesía, para prometerles que iba a votar que no a la ejecución del Rey y su mujer, María Antonieta.

Desde que pisó por primera vez la Asamblea Nacional, en 1789, adherido a este partido político que constituía la mayoría, Fouché se había mostrado siempre discreto, llamando la atención lo menos posible, pero en aquella ocasión la votación no era secreta. Además, la posible ejecución del Rey de Francia copaba las portadas de los periódicos de toda Europa, que esperaba con nervios el resultado de la votación para saber hasta dónde eran capaces de llegar los republicanos franceses en el establecimiento de un nuevo orden.

En las calles, los radicales del partido de la ‘Montaña’, con Robespierre a la cabeza, movilizan a los parisienses para que pidan la cabeza del ahora ciudadano Luis Capeto, que se encuentra prisionero en la Torre de Temple. Sin embargo, cuando Fouché sube al estrado el 16 de enero para votar, no está claro todavía el triunfo del no. Ante la sorpresa de sus compañeros, los girondinos, nuestro protagonista les traiciona y vota a favor de que el monarca muera en la guillotina lo antes posible.

Era la primera de las muchas traiciones que el político protagonizará a lo largo de su vida. Stefan Zweig, autor de la magnífica biografía ‘Fouché. Retrato de un hombre político’, le calificó como «el genio tenebroso». En lo que respecta a su primer engaño, Fouché vio como nadie el derrotero que iban a tomar los acontecimientos y apostó por el caballo ganador, aunque aquello le costara la cabeza a los mismísimos Reyes de Francia que había prometido salvar. El político llegó a la conclusión de que los radicales se impondrán y, de repente, se convirtió en el más violento y exaltado de los radicales de Robespierre durante la dictadura de ‘El Terror’.

Robespierre, en 1785, según el óleo de Pierre Roch Vigneron.

Mil cambios de piel
Joseph Fouché es considerado hoy como uno de los mayores intrigantes políticos de la historia, capaz de cambiar de piel mil veces y traicionar a todos sus aliados sin el menor escrúpulo, para sobrevivir a todos los golpes de Estado, matanzas, purgas y cambios de gobierno que se sucedieron tras la Toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789. Justo desde el día que se convirtió en diputado por primera vez. Siempre con el objetivo de dirigir en la sombra los designios del país, con una capacidad incuestionable para moverse como una serpiente de un partido a otro y en todos los regímenes.

Cuentan sus biógrafos que de joven era desgarbado, de tez pálida, enfermizo, endeble y muy reservado. Solían verle caminar en silencio por los pasillos del monasterio de la Congregación del Oratorio, donde enseñó latín, matemáticas y física durante diez años. Parecía que siempre estaba maquinando algo, aunque nadie supiera el qué, mientras llevaba una vida monacal tremendamente austera. Así se refiere Zweig a esta primera etapa:

«En el primer escalón de su carrera, el más bajo, ya se pone de manifiesto un rasgo característico de su personalidad: su aversión a vincularse plenamente a alguien o a algo. Lleva ropa eclesiástica y tonsura, comparte la vida monacal de los otros clérigos. Durante esos diez años de oratoriano, en nada se distingue de un sacerdote, pero no toma las órdenes mayores, no toma ningún voto. Como siempre, en cualquier situación, deja abierta la retirada, la posibilidad de la transformación y de cambio».

Con Robespierre
Sin embargo, quien era un humilde maestro de seminario en 1790, se convirtió en un saqueador de iglesias en 1792, un comunista en 1793, un multimillonario cinco años después y en el duque de Otranto y ministro de la Policía de Napoleón una década más tarde. Por si no fuera poco, acabó poniéndose al servicio de Luis XVIII cuando Bonaparte fue derrocado, como si el revolucionario que puso los cuellos de Luis XVI y María Antonieta bajo la guillotina, hubiera sido un monárquico convencido toda su vida. Y todo el mundo le creía.

Zweig escribió también que, durante sus años de profesor, Fouché aprendió de la Iglesia «la técnica del saber callar, el arte magistral de la auto ocultación, el magisterio de la observación de las almas y la psicología humana». Eso le ayudó después a transformarse en el hombre de las mil caras, cuya técnica de supervivencia se basó en la hipocresía y en su sorprendente capacidad para ostentar cargos relevantes durante cinco gobiernos consecutivos de diferente signo político, en unos años en los que los traidores no faltaban. Pero él destacó.

Con el mismo frenesí con que se puso al servicio de ‘El Terror’, Fouché despliega todo su instinto de supervivencia cuando su amigo y cuñado Roberpierre es guillotinado en la plaza de la Revolución de París en 1794. Como colaborador de este, fue perseguido y encarcelado durante un tiempo. Luego vivió en la más absoluta miseria, viajando a Toulouse y Montmorency, donde creó una pequeña empresa de hilatura de lino y otra de suministro de víveres que le reportaron numerosos beneficios.

Paul Barras, retratado por Holarie Ledru

Con Paul Barras
Sin embargo, como lo que ansiaba era estar cerca del poder, echó mano una vez más de esa extraña habilidad para mutar y consiguió ganarse la confianza de Paul Barras, el principal líder político del Directorio. Lo hizo tan bien que no tuvo el más mínimo reparo en implorarle un empleo. Fue nombrado agente del nuevo gobierno en una de las circunscripciones militares francesas, donde ayudó a acabar con la ‘Conspiración de los Iguales’, que quería establecer un nuevo régimen dirigido por François Nöel Babeuf, cuya teoría política fue considerada como una de las precursoras del comunismo.

Después de este servicio, Fouché no solo fue amnistiado, sino que fue nombrado ministro de la Policía. Un cargo que consiguió conservar cuando Napoleón dio su golpe de Estado del 18 de brumario. Su capacidad era tal que convenció a Bonaparte de que transformara su consulado vitalicio en un imperio hereditario. De nuevo dirigiendo el poder en la sombra, en un atropello que se confirmó el 28 de mayo de 1800, cuando este se autoproclamó emperador y nombró príncipes a sus propios hermanos. La puñalada final fue su coronación con todo el boato propio de los reyes… y Fouché al lado.

Con algunas interrupciones, consiguió ocupar el cargo en el Directorio de Barras y a lo largo de todo el Consulado y el Imperio. ¿Qué podía pasarle? Nada. Fouché había conseguido ejercer el poder desde la cruenta revolución superando circunstancias históricas muy cambiantes. Cuando Luis XVI cayó, fue elegido diputado de la Convención; cuando Dantón, Robespierre y muchos otros compañeros murieron en la guillotina, fue nombrado ministro de la Policía; cuando el emperador Bonaparte fue desterrado, siguió manteniendo su puesto, y cuando Luis XVIII fue restaurado en el trono, fue elegido diputado por París.

Zweig retrató a un hombre gris sin escrúpulos, para el que todo era justificable porque pensaba que la política estaba sujeta a una «moral de las circunstancias». El 1 de agosto de 1815, con el rey ya repuesto, Fouché entró en la iglesia para casarse con la joven condesa de Castellane. Como por arte de magia, ya no era un furibundo diputado republicano que odiaba a los curas, a los ricos y a los reyes. Como primer testigo de la boda firmó nada menos que Luis XVIII, hermano de Luis XVI, que había sido guillotinado precisamente con su voto.

Fuente: ABC

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