El origen del rubí de 170 quilates, que pasó por las manos de Pedro I de Castilla y el Rey Bermejo de Granada, es todavía un enigma que se intenta resolver a través de diferentes estudios.
Este sábado 6 de mayo, el Rey Carlos III se convertirá en el cuadragésimo soberano en ser coronado en la Abadía de Westminster. El primero fue Guillermo el Conquistador el día de Navidad de 1066. Antes de la construcción del solemne e histórico edificio, la ceremonia se celebraba en localidades como Bath, Oxford y Canterbury. Se trata de un evento único que no se produce desde que, en 1953, la Reina Isabel II recibió su corona en un acto que fue seguido en persona por 8.000 invitados privilegiados de 129 países, 11 millones de británicos a través de la radio y 27 millones más por televisión, en un día especialmente lluvioso.
La metereología, sin embargo, no le hizo sombra a la joya más suntuosa y espectacular de cuantas han tocado las cabezas de los monarcas de todo el mundo, la misma que tocará mañana la de Carlos III: el enorme rubí color sangre de 170 quilates que preside la corona imperial británica (‘State Imperial Crown’, como se la conoce en inglés). Pesa 34 gramos y mide unos 5 centímetros de longitud, con la particularidad de que se trata de una gema de origen español que fue sacada del tesoro real de la Alhambra de Granada, en 1362 y llegó después a manos de los ingleses de forma un tanto rocambolesca. Su valor histórico es tan grande que, cuando se la intentó tasar hace cuatro años, resultó imposible. Algún experto se aventuró a dar la cifra de 300 millones de dólares, pero nunca se confirmó.
De los cinco rubíes, cuatro esmeraldas, 17 zafiros, 277 perlas y 2.783 diamantes que tiene engarzados la citada corona, con sus tres kilos de oro incluidos, esta piedra preciosa es la que siempre ha despertado más curiosidad. Más, incluso, que las otras dos gemas que la acompañan: el zafiro de los Estuardo y el diamante estrella de África, llamado Cullinan, de 317 quilates. Aunque la de origen español siempre se ha conocido como el rubí de Pedro I el Cruel, si escarbamos en su historia descubrimos que más justo sería decir el rubí del Rey Bermejo de Granada… o más exacto aún, la espinela del Rey Bermejo.
Así lo advertía el doctor Javier Igea, director del Instituto Gemológico Español, en 1974: «Discrepo en la consideración de la gema como rubí, pues aunque por tal se la tuvo a lo largo de la Historia, al examinarla con los modernos aparatos utilizados en gemología, se encontró con gran sorpresa que lo que siempre se había tomado como rubí, no era tal, sino una simple espinela, cuya composición y propiedades físicas difieren en mucho de las de este, aunque su aspecto aspecto exterior y color puedan ser fácilmente confundibles».
Origen incierto
Hasta ahora se sabía con certeza que, hasta 1362, perteneció al tesoro real nazarí, pero su origen ha sido un misterio a lo largo de los siglos. Se le ha llegado a emparentar con la mesa del Rey Salomón. Según la descripción que se incluye en la web del Tesoro británico: «Se pensaba tradicionalmente que el rubí había sido dado al Príncipe Eduardo de Gales (1330-76), hijo de Eduardo III, y conocido como el Príncipe Negro, por Pedro I de Castilla después de la Batalla de Nájera, cerca de Vitoria, en 1367. La piedra es de origen oriental y se ha perforado en el pasado para usarla como colgante. Según la leyenda, pasó a España alrededor de 1366, donde Don Pedro la tomó del rey moro de Granada».
Los últimos estudios estiman que su origen más probable se encuentra en las minas de Myanmar, aunque tampoco descartan que proceda de Tailandia o de la mina de Badajshán, en Tayikistán, aunque la forma y el año en que viajó hasta la Alhambra sigue siendo hoy un enigma. Una de las teorías que se barajan es que fue llevado a Granada por comerciantes genoveses a mediados del siglo XIV. En esa época, el Reino de Granada se encontraba sumido en una guerra civil entre Muhammad V, Ismail II y Muhammad VI. En el Reino de Castilla, por su parte, luchaban Pedro I y su hermano Enrique II Trastámara. Era una época sangrienta en la que Europa tampoco se salvaba, puesto que Inglaterra y Francia estaban en plena Guerra de los Cien Años.
En la primera de 1359, el depuesto Rey Muhammad V regresó de su exilio africano con la intención de recuperar el trono de Granada y, para conseguirlo, pidió ayuda a Pedro I, que a su vez se encontraba en Sevilla luchando contra su hermano Enrique de Trastámara. Muhammad VI también pidió ayuda al Rey castellano, de manera que ambos tuvieron que disputarse el favor del poderoso monarca de Castilla. Quien la consiguiese se consolidaría como Rey de Granada: si era Muhammad V, recuperaría la Alhambra, y si era Muhammad VI, seguiría gobernando tras el golpe de Estado que le había dado el poder.
La cabeza cortada
Muhammad VI, conocido como el Rey Bermejo, viajó hasta los Reales Alcázares de Sevilla con una parte importante del tesoro de la Alhambra para ofrecérselo a Pedro I como pago por la ayuda que esperaba obtener. No solo no le convenció, sino que fue encarcelado y asesinado por el monarca castellano, que organizó una matanza de 37 caballeros granadinos en los Campos de Tablada, a las afueras de la capital hispalense, y él mismo le cortó con sus manos la cabeza. Es decir, que su regalo no solo no le sirvió de nada, sino que le costó la vida.
Entre las joyas que traía estaba la gema hispana, que según cuenta Pedro Pérez de Ayala en su Crónica de Don Pedro de 1362, Pedro I se la regaló después al Príncipe de Gales, Eduardo de Plantagenet, más conocido como el Príncipe Negro, como muestra de afecto al haber venido hasta la Península para socorrerle del acoso al que estaba siendo sometido por Enrique de Trastámara. Cuando regresó a Londres, el Príncipe inglés se encariñó con la joya y empezó a llevársela a todas las batallas en las que participaba. En una de ellas, el Príncipe murió sin llegar a reinar, por lo que el rubí pasó a su hijo Ricardo II Plantagenet.
En 1415 aparece ya en la corona de Enrique V de Inglaterra y ahí continúa hoy, tras haber sobrevivido a numerosos combates debido a la arriesgada costumbre que tenían los reyes de entonces de luchar con la corona sobre el casco, así como a su posterior venta con el objetivo de recaudar fondos para la Monarquía inglesa. Sea como fuere, algunos de los soberanos posteriores debió adquirirla más tarde, puesto que en 1661 aparece de nuevo sobre la cabeza del Rey Carlos II.
El rubí del Rey Bermejo, por lo tanto, ha pertenecido a las sagas reales de los Nazaríes, Trastámara, Plantagenet, Lancaster, Tudor y Estuardo hasta la coronación este sábado de Carlos III. Antes de todos ellos se desconoce si estuvo en poder de alguna otra dinastía. Un misterio difícil de resolver del que han surgido varias leyendas. Una de ellas cuenta que, al llegar los musulmanes a la Península en 711, el caudillo Musa encontró la Mesa del Rey Salomón en la actual Medina Sidonia o en Toledo, adonde había ido a parar desde Roma, y mucho antes desde Jerusalén, por mediación de los cátaros. Se trataba de una mesa de oro, con 365 patas y miles de gemas adheridas. Una de ellas sería la de Bermejo.