Lo que ha quedado para la historia económica como la etapa clásica del peronismo abarcó un lapso de apenas 3 años, entre 1946 y 1948 y entró en crisis ya en 1949. La intensa expansión del producto y del gasto durante ese trieño había sido fomentada desde el gobierno, aprovechando circunstancias excepcionales que no se prolongarían por mucho más.
La particular situación mundial de la inmediata post guerra, caracterizada por una demanda insatisfecha de alimentos, había colocado a los términos del intercambio externo de la Argentina en lo que sería el punto más alto del siglo. El Estado había podido apropiarse de esa bonanza gracias a la nacionalización del comercio exterior, y había alimentado con gasto público la expansión económica. Al mismo tiempo, la natural restricción de importaciones fruto de la segunda guerra mundial había sido prolongada y extendida, básicamente a través de una protección arancelaria y de una mayor rigidez en los controles cambiarios. Los límites a las importaciones y la expansión monetaria y crediticia especialmente dirigidas habían estimulado un veloz crecimiento de la industria, que en su rama liviana ya abastecía casi completamente el consumo nacional. El gasto interno había crecido no solo por el impulso del Estado sino también por el rápido ascenso de los salarios.
En 1949, el debilitamiento del esquema distributivo de los primeros años de peronismo empezó a resquebrajarse por lo más frágil: la balanza comercial y la inflación. En ese año, los términos del intercambio estuvieron un 12% por debajo del año anterior. A ello debe sumarse las consecuencias de una política exterior algo orgullosa, que impidió la participación Argentina en el Plan Marshall. Fue un hecho inesperado: en 1948 un informe de la Cámara de Representantes de Estados Unidos de América aseguraba que:
“Entre los 20 países latinoamericanos la Argentina mantiene una posición única como exportador de productos alimenticios. En los años de la pre guerra (1936-1940) la Argentina ha provisto una parte principal de las exportaciones mundiales de productos alimenticios y materias primas… una exitosa movilización de la producción argentina de alimentos y materias primas sería una gran contribución a la reconstrucción de Europa. Con cerca de 7 millones de toneladas de cereales disponibles para la exportación en la cosecha de 1947/48, con enormes existencias de grasas y aceites, carnes, cueros, etc., la Argentina es un punto focal del problema de hacer participar la capacidad productiva de Latino América en la recuperación europea”.
Pero la causa determinante de la crisis del sector externo fue de origen interno. La campaña agropecuaria de 1949-50 estuvo asignada por una fuerte sequía que fue un anuncio de la que con mayor rigor azotaría al campo argentino en 1951/52.
La Argentina exportó en 1949 por un valor de 933 millones de dólares, contra 1.600 del año anterior. Esa drástica reducción en las divisas disponibles, combinada con el aumento de los precios de los artículos que el país obtenía del exterior, obligó a comprimir aún más las importaciones ya bastante restringidas. El país estaba llegando a un punto que era imposible contraer las importaciones sin alterar la producción industrial local, que obtenía del exterior mucho de sus insumos. El gobierno debió ser más selectivo en la asignación de divisas y gradualmente fue reforzando el sistema de permisos de cambio que regulaba la obtención de bienes extranjeros. Además, algunas importaciones pasaron a ser directamente prohibidas.
En realidad, ya a fines de 1948, se había llevado a cabo un intento por apaciguar la inflación, que incluyó ciertas restricciones para la concesión de créditos y la elevación de la tasa de interés a la que el Banco Central prestaba dinero a los bancos privados (para que estos a su vez dieran créditos, de acuerdo con la directiva del Banco Central). Esa corrección fue insuficiente para Perón, quien consideró que un cambio de hombres podría contribuir a superar con éxito los problemas que se avecinaban. A principios de 1949 asumió el nuevo equipo económico, encabezado por Alfredo Gómez Morales.
El gobierno parecía por fin reaccionar ante las presiones inflacionarias, que de todos modos llegarían al récord del 31% de aumento anual de precios al consumidor en 1949, el mayor desde la crisis de 1890. El aumento de la inflación fue acompañado por un ajuste en los tipos de cambio, de alrededor del 33% en promedio.
Pero más allá del recambio en la conducción económica y de la tímida desaceleración en la creación del dinero, no hubo otros signos de una firme voluntad estabilizadora. Los nuevos conductores de la política económica aún no veían en la inflación un peligro incontrolable. En 1949 se derribó el último obstáculo para el desarrollo de una política monetaria absolutamente independiente, y eventualmente expansiva: se eliminó el último vestigio de convertibilidad, al anularse una cláusula que obligaba al Banco Central a respaldar con reservas internacionales por los menos un 25% de la base monetaria.
En 1950 aún pudo alentarse alguna esperanza de mantener el rumbo sin correcciones sustanciales: el salario real aumentó levemente y los precios agropecuarios recibieron un inesperado impulso, asociado al conflicto de Corea. Así y todo, el gobierno peronista tuvo que actuar contra lo que, se suponía, eran sus principios, al tomar un préstamo exterior del Eximbank por 125 millones de dólares. También se incentivó a través de un mecanismo que involucraba a los permisos de cambio, el endeudamiento privado con el exterior.
En 1951 el panorama volvió a empeorar. La inflación supero la tasa de aumento salarial por primera vez, desde que Perón estaba en el poder, mientras una terrible sequia reducía la cosecha de los principales cultivos a la mitad de lo que había sido el año anterior. El modesto superávit comercial de 1950 se transformaba en un cuantioso déficit en 1951. La reaparición de la huelga, a partir de 1950, inquietaron al gobierno. Entre 1950 y 51 pararon los trabajadores de la industria azucarera y los empleados gráficos, bancarios y marítimos. Pero el mayor conflicto fue el de los ferrocarriles con una huelga que duró 9 meses, e incluyó, entre sus avatares, la famosa recorrida de Eva Perón por las estaciones arengando a los ferroviarios para que volvieran al trabajo. Por lo general, ni el origen de estos conflictos ni sus resoluciones estaban exentas de motivaciones políticas, pero es indudable que el deterioro económico estaba jugando un papel importante y llegaba la hora de la austeridad y el plan económico de 1952.