Vecinos accidentales del pueblo yagan, los kawésqar, también fueron objeto de insólitas investigaciones antropológicas y víctimas de inescrupulosos mercaderes que los sacaron de su hábitat natural para exponerlos como si se tratara de animales. Entre 1877 y 1881, con la autorización expresa del gobierno chileno de Punta Arenas, varios grupos kawésqar fueron virtualmente secuestrados y trasladados a Europa.
El más conocido de estos grupos fue el que llegó a Paris en setiembre de 1881, para ser exhibido en el Jardín de Aclimatación, una institución francesa creada en 1854 con el objetivo original de ”aclimatar, multiplicar y difundir especies animales y vegetales que pudieran dar beneficios por su utilidad”. Sin embargo, con el tiempo, el jardín se convirtió en el lugar por excelencia de exhibición de seres humanos de “razas inferiores” y donde se realizaron variados experimentos científicos.
Permanecieron encerrados allí 2 meses, el tiempo suficiente para que los curiosos parisinos se acercaran a contemplarlos, y para que los científicos franceses pudieran examinarlos minuciosamente y dejar testimonio de sus observaciones.
Sin embargo, lo peor todavía no había comenzado para los indígenas sudamericanos: a fines de noviembre fueron trasportados a Berlín, el segundo punto de este vergonzoso tour que incluyó además las ciudades de Hamburgo, Múnich y Zúrich.
En Zúrich, última escala del itinerario, antes del regreso a la Patagonia, los recibió el médico Johannes Sitz. Para entonces, dos de ellos ya habían muerto sucesivamente en París y en Berlín, y cuatro llegaron enfermos a Suiza y fallecieron a los pocos días. Las causas de los decesos fueron variadas, sarampión, viruela, sífilis y bronconeumonías.
La odisea para los cuatro kawésqar sobrevivientes terminó en enero de 1883, cuando regresaron a Tierra del Fuego para reintegrarse como pudieron, a su hábitat natural. Los muertos, en cambio, no tuvieron paz: sus cráneos fueron transportados a Turin, para ser largamente analizados en el laboratorio de medicina legal de Cesare Lombroso, famoso criminólogo italiano de la época.
Selk’nam en la “Ciudad de las Luces”
Los selk’nam, pueblo al que los españoles denominaron Onas, también fueron involuntarios protagonistas de una vergonzosa odisea por Europa. A diferencia de los yaganes y kawésqar, los selk’nam habitaban la parte central de la isla, en lugares a los que llamaban Párik, que era en la región de praderas ubicada al norte de Río Grande, y Hérsk, una zona de bosques situada al sur de este río. La distancia a la que estaban de la zona costera no impidió, sin embargo, que los selk’nam también cayeran en las manos de los impiadosos mercaderes de personas que pululaban en la isla por aquellos años.
Uno de ellos fue Alexander Mac Klenan, conocido como el “chancho colorado”, un inglés, al servicio de los grandes estancieros cuya principal actividad era “limpiar” los territorios de indígenas para que allí pudieran instalarse los terratenientes que comenzaban a llegar desde Buenos Aires.
En 1889, uno de sus colaboradores le propuso un negocio muy lucrativo que implicaba raptar indígenas para luego exhibir su exotismo y recibir a cambio suculentas sumas de dinero.
La empresa fue meticulosamente orquestada y Mac Klenan secuestró a una familia entera de selk’nam, compuesta por once personas entre mujeres, hombres y niños. Embarcados en un ballenero de origen belga, los fueguinos fueron trasladados a París, para ser exhibidos en la Exposición Universal. Los festejos por los 100 años de la Revolución Francesa eran un excelente motivo para mostrar al mundo el contraste entre el progreso, el industrialismo y la civilización, frente a la barbarie y el salvajismo.
Dos de los fueguinos murieron por enfermedad. Los nueve restantes fueron encerrados en una jaula de metal, ubicados dentro de una carpa, y mostrados al mundo como antropófagos. Los visitantes de la exposición debían ingresar a la carpa ordenadamente, después de pagar la tarifa que les daba derecho al “espectáculo”. Para hacer que la situación fuera más espectacular, el cuidador les arrojaba carne cruda que devoraban con desesperación. Los hacían pasar hambre con largos y metódicos ayunos para que a la hora señalada dieran un buen show. Dos más murieron durante el tiempo que duró la exhibición.
París estaba encantada con los caníbales de Tierra del Fuego. El negocio, además, dejaba dividendos lucrativos pero todo llegó a su fin cuan do un cura salesiano llamado José María Beauvoir, que en pasado había formado parte de una misión evangelizadora en Tierra del Fuego, denunció el abuso de los indígenas ante los gobiernos de Chile y Francia. Se ordenó entonces la liberación de los fueguinos y la detención de los promotores.
Cuando las autoridades francesas llegaron al lugar del hecho, los captores se habían escapado y los fueguinos desaparecido sin dejar rastros. Pudieron encontrar a seis de ellos unos días más tarde, que fueron trasladados de regreso al sur e incorporados a una Misión Salesiana en Punta Arenas. El restante deambuló por Francia e Inglaterra durante casi dos años, hasta que fue hallado por el propio Beauvoir y regresado a la Patagonia. Terminaba de esta manera una de las historias más crueles que se llevó a cabo con la población fueguina en nombre de la ciencia y la civilización.
Párrafos tomados del libro “Argentina Indígena” – Andrés Bonatti y Javier Valdez