La llave que abría muchas puertas en el mundo femenino era el matrimonio. Según contó Victoria Ocampo, una mujer casada podía participar de programas que para las simples señoritas estaban vedados. Entre ellos, asistir a determinadas funciones de teatro que podían llegar a tratar temas inconvenientes para menores. Y las solteras. Victoria se casó con Mónaco Estrada, en noviembre de 1912, y en diciembre partió en viaje de luna de miel para Europa. Regresaría en 1914. Por lo tanto, no estuvo en Buenos Aires cuando los polémicos bailes rusos se presentaron en Setiembre de 1913, en el Colón. Pero sí los vio actuar ese mismo año en París, encabezados por Nijinsky. Aquella noche se sentó en medio de su marido y de Julián Martínez, el primo de su marido, quien se convertiría en su amante. En sus memorias, lo explicó con estas palabras: “sentada entre los dos primos, tan diferentes, sabía que no tenía nada que ver con alguien a quien estaba ligada por la ley, y que una afinidad física me arrastraba cada vez más hacia el otro. Cuando le di la mano, creí que no iba a poder soltársela. Yo estaba desesperada de amor”.
Esa revolución interna estaba condimentada por un entorno mágico: en el escenario caminaba por el aire, volaba, Vasalv, Nijinsky. Victoria conoció el encanto del ballet, la destreza de Nijinsky y el talento de Igor Stravinsky, el gran proveedor de composiciones musicales para los bailarines profesionales. Su fascinación por el maestro ruso le duró aún más que el hechizo por Julian Martínez y que el matrimonio con Mónaco. Varios años después, en el tiempo que dirigía la revista Sur, ganó una especie de licitación internacional por las memoria de Stravinsky, tituladas “Crónicas de mi Vida”. Y hasta se dió el lujo de traerlo a la Argentina y hacer que actuara en el Teatro Colon.
No se sabe porque motivo, Victoria quería impresionar a Stravinsky con un manjar criollo: el dulce de leche. Es de suponer que, habituada a recibir visitas ilustres en Villa Ocampo, haya sido una de sus estrategias de buen resultado convidarlos con la delicia de Las Pampas. Igor y su hijo Soulimar fueron los comensales ilustres en una comida para pocas personas que dio en la casa de San Isidro. Un amigo de la escritora, Juan José Castro, actuaba de intérprete. Llegó el momento esperado. La dueña de casa ordenó que trajeran el postre. Le sirvieron una porción de dulce de leche al compositor. Cucharada. Silencio general. Expectativa. ¿Caerá doblegado el maestro ante el exquisito invento argentino? Stravinsky saboreo, sonrió y sentenció: “¡Hummmm, kajmak!” se necesitaba con urgencia la participación del interprete Castro. Según el traductor el ruso decía algo inesperado: esto es kajmak. Hemos pasado toda nuestra infancia en Rusia comiendo kajmak”.
Párrafos extraídos del libro “Historias Inesperadas de la Historia Argentina – Daniel Balmaceda