Lecturas para el fin de semana: «El ahijado y los padrinos»

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El doctor Estanislao Zeballos era especialista en derecho internacional. En 1912, ofendido por comentarios que hiciera el socialista Alfredo Palacios en su catedra en la Facultad de Derecho, le envió los padrinos para retarlo a duelo.

Palacios les pidió al médico Fermín Rodríguez y al capitán de fragata Mariano Beascoechea –quien regresaba de comandar el buque escuela Fragata Sarmiento por el mundo- que resolvieran los términos del duelo con los representantes de Zeballos.

Los cuatro padrinos se reunieron y los de Palacios explicaron que su ahijado había dicho lo que dijo porque Zeballos, unos días antes, lo había ofendido a él.  Los representantes de Zeballos respondieron que su ahijado jamás había pretendido ofender a Palacios cuando se refirió a los socialistas en su disertación. Entere todos resolvieron que: si uno no había dicho lo que se supone que había dicho, entonces el otro se retractaba de lo que había respondido.

Se dieron la mano, y cada pareja le envió una nota a su ahijado para comentarle el feliz desenlace.

Pero surgió un problema. A Palacios no le pareció que esa fuera la solución. Les escribió a sus padrinos agradeciéndoles la gestión y les informo que de todas maneras iba a publicar una carta de lectores en los periódicos para dejar en alto su honor. ¿Y qué paso, entonces? Los padrinos de Palacios se sintieron ofendidos con Palacios y les mandaron a sus representantes. Si ¡lo retaron a duelo!

Palacios nombro dos nuevos padrinos para entenderse con los nuevos padrinos de sus ex padrinos. No lograron un acuerdo. Se resolvió que zanjaran las diferencias en el campo de honor y se batieran. Correspondía a los representantes  de Palacios definir el contendiente y optaron por el capitán Beascoechea, mientras que los delegados del marino escogieron las armas y el método: pistolas de caño largo y dos series de disparos a veinticinco metros de distancia.

El 9 de agosto, a la hora señalada, Mariano Beascoechea falto a la cita. Había sido detenido por la policía, ya que el pleito era de público conocimiento y los duelos estaban prohibidos en la Argentina. Era común que alguien que no quisiera batirse buscara que lo detuvieran. Sobre todo cuando le tocaba un contrincante tan directo como Palacios, gran esgrimista y tirador de notable puntería.

Hubo cumbre de padrinos y se decidió que el doctor Fermín Rodríguez ocupara el lugar de Beascoechea. El pobre Fermín, con la frente en alto y la autoestima muy abajo, acepto. El duelo se consumó por la tarde en la casa del Ángel, en el barrio de Belgrano. Hubo dos rondas de disparos. Ninguno de los dos dio en el blanco y allí termino el duelo, ¡con abrazo de los contendientes!

¿Palacios le salvo la vida a Fermín Rodríguez? No. En realidad, quien le salvo la vida a los dos fue Carlos Delcasse, el dueño de casa, que había puesto balas de fogueo en las armas.

Fragmento del libro “Historias insólitas de la historia Argentina”, de Daniel Balmaceda



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