sábado, 8 de febrero de 2025

Ana María González nació el 28 de octubre de 1955 y tenía dos hermanos: los tres estudiaban en un colegio privado, el San Francisco, donde, al momento del atentado, trabajaba como maestra de inglés de los chicos de segundo grado por la mañana.
“Era muy calladita, perfil bajo, flaquita, pelo largo. En el invierno del 74 la vi más seguido. Vestía muy bien, jeans y un tapadito negro como todavía se usa ahora”, contó Sarita, que, a diferencia de Anita provenía de una familia pobre y peronista. “Era muy bonita y sexy. Todos le queríamos dar”, completó Cacho, uno de sus compañeros de militancia.
A principios de abril de 1976, Ana María González, era una militante más en la Unidad Básica Ramón Cesaria, ubicada en José Ingenieros y Rolón, también en Beccar. Muy disciplinada, cumplió con las instrucciones de la Revista Evita Montonera, que en el número de febrero-marzo de aquel año publicó una carta del servicio de inteligencia e informaciones de Montoneros invitando a todos los miembros de la organización a aportar datos sobre el enemigo.
“Necesitamos saber dónde viven, como viven, su familia, sus horarios, que dice su señora cuando va de compras”, señalo la comunicación interna con relación a sus blancos u objetivos, una amplia gama de personas que iba “desde un agente de policía hasta un general (preferentemente un General)”.
La decisión que cambio su vida para siempre fue contarle a uno de sus referentes que iba al Normal 10, donde tenía como compañeras a hijas de personas importantes, como el flamante Jefe de Policía Federal, nombrado el 31 de marzo de 1976 luego de un breve interinato como Ministro del Interior, donde finalmente recaló el principal respaldo de Cardozo en la cúpula militar, el General Albano Harguindeguy.
Cardozo era un blanco valioso para Montoneros. Un Oficial de Estado Mayor, especializado en planificación estratégica y formación de cuadros. Pertenecía al núcleo más cercano de los Generales Jorge Rafael Videla y Roberto Viola.
El dato de Anita escaló rápidamente hasta llegar al Secretario Militar de Montoneros, el Comandante Hernán Mendizábal, que, por ese cargo, también era Jefe del llamado Ejercito Montonero, que tenía sus propios uniformes: pantalón azul, camisa celeste, boina azul y zapatos abotinados negros; y sus grados e insignias marciales en colorado, plateado.
Cuando Mendizábal puso en marcha la operación Anita González dejó su militancia barrial y se convirtió en la pieza clave de un atentado que, por su relevancia, debió ser autorizado por la cúpula Montonera.
Había un problema: Anita González y Chela Cardozo se habían llevado muy mal en el primer año de magisterio, ya que pertenecían a dos bandos separados; por un lado las hijas de los militares y sus amigas de derecha, y por el otro, las chicas de izquierdas, criticas sonoras de los uniformados y sus aliados.
Pero encontraron la solución a esa grieta “a partir de un verso o cuento que se fabrica sobre mi situación afectiva y mi necesidad de apoyo por parte del grupo del colegio. Empiezo a participar del grupo de estudios que se forma con María Graciela y otras dos hijas de militares. A las dos semanas empiezo a frecuentar la casa y a tener una relación bastante fuerte con la familia. Era común que yo llamara por teléfono a María Graciela y le dijera: “estoy muy mal y necesito hablar con alguien.”
Todo marchaba muy bien hasta que el 31 de mayo al anochecer Anita González fue detenida por la Policía de Buenos Aires en una calle comercial de Olivos cuando charlaba con Raúl Moro, en Negro Ricardo, un experimentado Oficial Montonero que había sido su pareja y volvía a la zona para hacerse cargo del grupo Guerrillero en Vicente López.
“Yo -conto a los periodistas extranjeros- enseguida digo a la policía que soy amiga de María Graciela Cardozo y del resto de mis compañeras del colegio. Sobre todo, porque en mi libreta de teléfono figuraba el número de ella. Sino, hubiera podido complicarse mucho más mi situación”.
La relación quedó congelada unos 10 días, pero luego todo volvió a la normalidad para alegría de Hernán, Anita y el puñado de montoneros que participó en el atentado de manera directa. Anita reanudó las visitas al departamento de la calle Zabala “con lo que completamos los datos que nos hacían falta para realizar la operación”.
Sentado a su lado en una reunión de prensa, Hernán Mendizábal destacó las virtudes de la nueva heroína montonera: “La compañera es soldado de la organización, y lo que ella cuenta así, como una anécdota, es un hecho decisivo que refleja cual es la moral de nuestra tropa. Después de haber sido presa y torturada, sigue yendo a casa del Jefe de Policía, esto demuestra algo más que sangre fría; demuestra un convencimiento ideológico y muy sólido porque, además, fue discutido con la compañera y ella insistió en una manifiesta decisión de seguir adelante con la operación”.
Cesario Ángel Cardozo, de 50 años, murió, por la explosión de una bomba vietnamita mientras dormía en el departamento familiar de la calle Zabala 1762 en el Barrio de Belgrano, la madrugada del viernes 18 de junio de 1976, dos semanas antes del atentado contra el comedor de la Policía Federal.
No hubo que investigar demasiado para saber qué había pasado. La hija mayor del matrimonio Cardozo, María Graciela de 19 años, comprendió de inmediato quien había enganchado la bomba al elástico de la cama de su papa.
Anita González, de 20 años, contó luego como fue el atentado que, de repente como en un pase de magia, la convirtió en uno de los rostros más conocidos y buscados del país.
“Voy primero al baño –explicó-, acciono el mecanismo; voy a la pieza de los padres, pongo el caño debajo de la cama, me retiro y a los pocos pasos me doy cuenta que la había puesto demasiado abajo. Vuelvo, lo coloca a la altura de la cabeza, y entonces voy y le digo a María Graciela que me sentía muy mal, que me iba a casa. Completo algunos dibujos, les pido que me los lleven al otro día, me marcho”.
La excusa que había encontrado la joven montonera para levantarse brevemente de la mesa del living fue que tenía que hablar por teléfono en privado. Sus amigas no desconfiaron porque conocían las frecuentes peleas con su novio y su delicada situación familiar, derivada seguramente de la separación de sus padres como ella le contaba todos los días.
En una conferencia clandestina con medios internacionales, González dio detalles de la operación “ese día, contó, voy al colegio tarde, ya con el explosivo en mi cartera, y, como de costumbre, nos llevaban a todas juntas en el Ford Falcón con sirena, sus metralletas y escopetas, custodiándonos el cañito”.
No era una bomba que llamara tanto la atención, un cilindro de unos 15 centímetros de diámetro por 3,5 centímetros y de altura, camuflada dentro de una caja de colonia de marca Crandall para que pareciera un regalo del día del padre –se celebraba el domingo siguiente, a los dos días-, por las dudas alguien descubriera el paquete.
González detalló además “en el departamento de Cardozo había dos aparatos de teléfono y que uno, el más reservado, estaba en el dormitorio de los padres. Y que ya había hecho la prueba de hablar desde allí”.
Por eso estaba segura de que esa excusa funcionaría nuevamente cuando, “a una hora más o menos razonable en la que ya podrían volver el padre o la madre (eran las siete menos veinte de la tarde), pido permiso para hablar por teléfono”.
Una vez colocada la bomba debajo de la cama del General Cardozo, Anita González avisó por teléfono a sus padres que “era muy probable que fueran a allanar la casa porque habían caído algunos papeles donde figuraba yo. Que lo más aconsejable, dado el momento y dado el tipo de actitud represiva que tenía este gobierno de no respetar a la familia de militantes”, era que aquella noche durmieran en otro lado.

Párrafos extraídos del libro “Masacre en el Comedor”, de Ceferino Reato

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