A comienzos del siglo XX, dos modas coparon Buenos Aires: Palermo y los taxis, que en sus comienzos se llamaron “taxometros”. El barrio se transformó en centro de diversión de los jóvenes de las familias bien. En los terrenos que pertenecieron al gobernador Juan Manuel de Rosas, ahora la gente se paseaba por los bosques en los días soleados y bailaba tango por las noches. Y, como viene ocurriendo desde siempre, la asistencia de los VIP porteños era suficiente para que el lugar se pusiera de moda. Por aquel tiempo, de los casi cuatrocientos automóviles que invadían la ciudad de Buenos Aires, la mayoría eran utilizados como taxis. Aunque por lo general los propietarios de los coches no manejaban sus autos de alquiler, sino que contrataban empleados. Quien tenía dinero para comprar un auto- o varios-, también lo tenía para emplear un chofer. Algunos entendieron el negocio y se armaron de una flota de vehículos. Otros se conformaban con tener uno o dos autos, y recibir la renta que les generaba. Porqué los choferes, que cobraban unos 90 pesos por mes, solían recaudar un promedio de 8,50 pesos por jornada y 10 pesos en días de lluvia. Pasaban entre doce y catorce horas en la calle hasta completar la recaudación que pretendía su patrón. Y no “yiraban” por la ciudad, sino que se instalaban en paradas y allí aguardaban a los clientes. El fenómeno del automóvil crecía, los taxis se multiplicaban y la demanda a los empleados no se detenía. Ni siquiera era necesario que los choferes obtuvieran una licencia de conductor: Se aprendía a manejar en la calle. Así como Palermo era un lugar para mostrarse, viajar en taxi también era snob. Los argentinos que habían estado en Europa – y que creían que todos se enterasen de que era gente de mundo- denominaban cab a los taxis.
Si bien hoy son famosos los yellow cabs neoyorquinos, la palabra proviene de Cabriolet: un tipo de vehículo tirado por uno o dos caballos que era muy empleado en París y Londres como coche de alquiler.
A las 9:20 de la noche del lunes 10 de abril de 1905, Nicolas Vignolo- comerciante, dueño de un almacén en el barrio del congreso- Domingo Filipini y Ernesto Mari tomaron un taxi para participar de la noche de Palermo.
El coche, que tenía la matricula número 16, era conducido por Eduardo Moggio. El chofer tomo por la actual avenida de Libertador y, como así no había tránsito, viajaba a 35 kilómetros por hora, una velocidad alta para aquel tiempo. Entre las calles Sánchez de Bustamante y Billinghurst, el automóvil venía muy pegado al cordón y se cruzó con una barrera puesta por los empleados municipales que arreglaban la vereda. Se deslizo apenas de un curso normal por culpa de una mala maniobra del conductor. Fue un pequeño derrape, pero Moggio no supo dominar el taxi. Perdió el control y golpeo una columna de electricidad situada en la vereda. El taxi se partió en dos y el pasajero Nicolas Vignolo golpeo su cabeza contra el poste de luz. Antes de que se incendiara, todos salieron del vehículo y retiraron inconsciente a Vignolo. El herido fue trasladado al hospital del Norte (hoy Hospital Fernández), ubicado a cinco cuadras. Murió esa noche, víctima de un choque cuando viajaba en un auto que iba a 35 kilómetros por hora. Los demás fueron atendidos por diversas fracturas. Al día siguiente, toda Buenos Aires concurrió al lugar del siniestro para ver el estado en el que había quedado el automóvil. Luego del primer accidente fatal, el intendente decreto que, para manejar un taxi, era obligatorio obtener la licencia de conducir. Tampoco fue una gran solución, porque los registros que se conseguían sin mucho esfuerzo. Porque más que el choque en Palermo había llamado la atención de todos, pronto los accidentes de tránsito pasaron a ser habituales: en 1915, apenas diez años más tarde, se registraron 539 choques en la ciudad de Buenos Aires.
Fragmento del libro “Historias insólitas de la historia Argentina”, de Daniel Balmaceda