lunes, 17 de febrero de 2025

Compartimos un fragmento del libre “Duelos”, de Mariano Hamilton. El capítulo “El viejo de mierda y el cajetilla perfumado” cuenta la pelea y el desafía a duelo entre Yrigoyen y Lisandro de la Torre. #LecturaParaElFinde

 

 

Lisandro de la Torre no se andaba con chiquitas cuando quería confrontar a un adversario.

  • No me interesa la forma que hace política Yrigoyen. Es egoísta y paternalista– le comento a un grupo de amigos mientras tomaba una copa de coñac en el Club del Progreso a principio de agosto de 1897.
  • Es muy duro su juicio don Lisandro –le dijo uno de sus interlocutores que valoraba los esfuerzos de Yrigoyen para conseguir que el partido sostuviera su identidad y no se perdiera en el océano de coaliciones con tal de ganar una elección-.
  • Podía sumar más adjetivos para calificar a ese viejo, pero solo diré que su influencia es perturbadora.

No pasaron muchas horas hasta que repitió casi las mismas palabras en la convención radical que trataba de ordenar los porotos un año después de la inesperada muerte de Aristóbulo del Valle y del suicidio de Leandro N. Alem. El Radicalismo se había quedado sin conducción y Lisandro de la Torre propuso la candidatura a Presidente de Patricio Guido Gentile y una alianza con Mitre para vencer a Roca. Pero se topo con la oposición de Hipólito Yrigoyen. Y entonces sonaron las palabras mágicas, las que ya tenía pensadas y que casi se había aprendido de memoria: “El partido Radical,  señores, ha tenido en su seno una actitud hostil y perturbadora por parte del señor Yrigoyen; una influencia oculta y perseverante que ha operado…. Después de la muerte del Dr. Alem. Y esa oposición destruye permanentemente la política de coalición que queremos construir. Yrigoyen antepone sentimientos pequeños e inconfesables a los intereses del país y del partido”.

Yrigoyen, que ya conocía al detalle aquella conversación en el Progreso y que la había dejado pasar porque había sido de carácter privado, ya no se pudo aguantar. Fiel a su estilo, no le respondió en la convención pero hizo saber a los correligionarios más cercanos que la había declarado la guerra a De La Torre. Y cuando Yrigoyen se atragantaba con algo o con alguien, y más si ese alguien había sido su amigo y compañero de ruta las consecuencias podían ser nefastas.

  • Lo voy a retar a duelo con las armas que él elija- le dijo Yrigoyen a sus laderos, aunque luego prefirió ser más específico: “en realidad lo que quiero es romperle la geta a trompadas a ese cajetilla perfumado”.

Así fue como Tomás Vallée y Marcelo Torcuato de Alvear, otro cajetilla, partieron hacia la casa de De La Torre con el encargo de desafiarlo preferentemente a golpes de puño y en un lugar privado.

Lisandro los recibió cordialmente, le dijo que aceptaba el desafío, pero sonrió cuando le manifestaron que el deseo de Yrigoyen era que resolvieran el entuerto a trompadas. Con un tono condescendiente, les informo que al día siguiente conocerían el nombre de sus padrinos.

Cuarenta y ocho horas, después los padrinos de Yrigoyen se reunieron con Carlos Rodríguez Larreta y Carlos Gómez, los padrinos elegidos por De La Torre, en la casa de Rodríguez Larreta. Los enviados de Lisandro tenían el mandato de desechar el combate de boxeo y reclamar que el duelo fuera con sable. Por que sable? De La Torre fue muy claro cuando se lo dijo a sus padrinos:

  • Elijo el sable. Porque no lo voy a matar; voy a moler a planazos a ese viejo de mierda.

No es un dato menor: Lisandro tenía 28 años e Yrigoyen 45. Uno estaba haciendo los palotes en la política, aunque desde un lugar privilegiado y con pasos sólidos. El otro ya tenía sobre el lomo un par de revoluciones y hasta un reconocido conflicto con Leandro N. Alem, su tío inventor y el más carismático del Radicalismo.

Ante el pedido de Rodríguez Larreta y Gómez los padrinos de Yrigoyen dijeron que su ahijado no era experto ni mucho menos en el manejo del sable y la espada, y que si no era a las trompadas, lo lógico era que se batieran con pistola. Pero los padrinos de De La Torre, pese a que el código de honor establecida que el ofendido era quien tenía derecho a elegir arma, se aprovecharon del deseo de revancha que carcomía a Yrigoyen e insistieron con el uso del sable.

  • El ofendido es Yrigoyen, sostuvo Alvear.
  • Pero también es quien desafía, respondió Rodríguez Larreta.
  • Desafía a un match de boxeo- insistió Alvear.
  • De La Torre combate con sable o no combate. La decisión es de su ahijado- dejo muy claro Rodríguez Larreta la postura de don Lisandro.

Alvear se dio por vencido porque sabía que no podría presentarse ante Yrigoyen sin tener acordadas las condiciones del duelo:

  • Muy bien. Será con sable, pero dentro de dos semanas- dijo Alvear, consciente de que debía darle tiempo a Yrigoyen para capacitarse en el manejo de sables.
  • Es un hecho. Con sable dentro de dos semanas- ratificó Rodríguez Larreta.

Cuando le comentaron el resultado de la reunión, De La Torre se rio con ganas. Cuanto podría aprender de esgrima Yrigoyen en quince días.

Yrigoyen, comprometido con la causa tomo clases diarias de esgrima con Alvear y con un instructor italiano. El motor que lo impulsaba era salvar su vida pero mucho más darle una lección a “ese joven cajetilla irrespetuoso”. De La Torre, mientras tanto, practicaba en las pedanas del Jockey Club, deslumbrando a todos con su estilo clásico, depurado y ortodoxo.

Finalmente el 6 de setiembre de 1897 se encontraron en un galpón abandonado (el de “Catalinas”, así se llamaba) en la costanera sur.

El acta del duelo era clara: Se usarían “sables con filo contrafilo y punta” y que el duelo solo se debía de tener “si alguno de los duelistas resultaba herido de gravedad y quedaba imposibilitado de seguir con el combate en igualdad de condiciones”.

De La Torre era flaco, de músculos trabajados y con las dotes de un esgrimista casi profesional. Yrigoyen estaba gordo, tomaba el arma como si se tratara de un facón y respiraba con dificultad, sea por la ansiedad del combate o por su pésimo estado físico.

Se pactaron asaltos de tres minutos hasta que hubiese una decisión, con descanso de un minuto.

Alvear fue designado árbitro. Su vos inundó el ambiente: “en guardia” dijo. Y aplaudió para que se iniciaran las acciones.

De La Torre sonreía confiado y jugueteaba con su sable a distancia, esperando la oportunidad para pegar todos los planazos que tenia reservados para su adversario. Yrigoyen, muy alejado de la elegancia, gruñía, se balanceaba de un lado a otro y esperaba agazapado a que De La Torre le abriera el espacio necesario para lastimarlo y, de ser posible, matarlo.

De La Torre avanzó en un  par de ocasiones pero se topo con un  búfalo que movía el cuerpo hacia todos lados y lo desconcertaba. Una cosa era avanzar y retroceder verticalmente en la pedana y otra muy diferente era girar de izquierda a derecha con un tipo que lo único que hacía era esperar y, ante cada movimiento, lanzarse hacia adelante sacudiendo sable como un molinete.

El primer asalto termino con los dos indemnes pero con De La Torre menos confiado.

En el segundo round Yrigoyen alcanzó a tocar con el filo a De La Torre en el antebrazo izquierdo. Era la primera vez que De La Torre sentía en el cuerpo el frio del metal sobre su piel, sobre sus músculos.

Los médicos detuvieron el combate. Revisaron a De La Torre y constataron que la herida no era grave. Lo autorizaron a seguir.

En el tercer asalto, De La Torre trato de ir a fondo, pero Yrigoyen aguantó todas sus estocadas, aunque con mucha dificultad porque el cansancio ya empezaba a hacer mella en su rendimiento. El combate era tan desordenado que en un giro, Yrigoyen recibió un pun tazo en el glúteo, aunque muy superficial. Los médicos tampoco pusieron objeciones para que continuara.

En el descanso entre el tercer y cuarto asalto Vallée y Alvear le dijeron a Yrigoyen que ya era suficiente, que había dejado a salvo su honor y que ya era hora de terminar con el asunto. Ambos temían lo peor. Un hilo de sangre le corría por la pierna izquierda a Yrigoyen y le mojaba la bota. Pero si algo caracterizaba a Yrigoyen era su tozudez.

  • Uno de los dos tiene que perder- Dijo Yrigoyen.

A los que Alvear respondió con palabras lógicas:

  • En los duelos no hay vencedores, nadie tiene razón. Lo único que importe es dejar a salvo el honor.
  • Acá el único honor posible es demostrarle a ese cajetilla quien es el mejor.

Y salió enfurecido a combatir el cuarto round convencido que sería el último.

Parecía que Lisando lo desbordaba a Hipólito, pero un golpe de suerte jugó a su favor. En un momento Yrigoyen quedo desacomodado y De La Torre se confió. Con un movimiento estrafalario, fuera de los manuales de la esgrima, Yrigoyen alcanzó a rozar la barbilla de su oponente con el filo del sable. Si no le cortó el cuello fue por el rápido retroceso de De La Torre. Otra vez los médicos detuvieron la pelea.

Luego de revisar a De La Torre, los médicos aconsejaron que detuviera el combate. De La Torre se negó:

  • Estoy en perfectas condiciones- Dijo mientras se escurría con un pañuelo la sangre que le enrojecía la camisa blanca-. – de ninguna manera me voy a retirar- y lo miró a Yrigoyen con la furia instalada en los ojos: -En guardia- le gritó.

Y avanzó con el sable en alto.

Siguieron las fintas. De La Torre era el mejor, sin duda; pero Yrigoyen el más peligroso.

Sobre el final del cuarto asalto, Yrigoyen hirió otra vez a De La Torre con un  sablazo al boleo: Esta vez en la sien derecha, la oreja y la mejilla. La sangre le cubría todo el rostro al rosarino.

Con cuatro heridas cortantes, los médicos dijeron basta.

De La Torre protesto pero los padrinos y los doctores lo persuadieron de que el duelo había terminado, que ambos se habían comportado con valentía y que ya era hora de reconciliarse. Todos menos Yrigoyen. Porque De La Torre estiró su mano derecha para estrechar la de su adversario pero Yrigoyen le arrojo el sable a los pies y se fue sin siquiera dedicarle una mirada.

Jamás volvieron a encontrarse.

Dice la leyenda que Lisandro De La Torre de ahí en adelante se dejo la barba para ocultar las heridas de ese duelo, para ocultar las heridas de su vergüenza. Porque no se había dado el gusto de moler a planazos al viejo de mierda.

El duelo se mantuvo vivo durante años. En las sesiones parlamentarias, los radicales les preguntaban una y otra vez, con sorna, a los Demócrata-Progresistas cual era la razón por la que De La Torre no se afeitaba la barba. A lo que los Demócrata-Progresistas respondía: “por la misma que Yrigoyen no se baja los pantalones”

 

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