sábado, 27 de julio de 2024

No fue Sarmiento el inventor del guardapolvo blanco escolar, como algunos creen. En invierno de 1915, en la escuela porteña Cornelia Pizarro de la calle Peña 2670, entre Laprida y Agüero, la maestra Matilde Filgueiras organizo una reunión de padres que término siendo histórica. Aquella tarde la docente explico que la ropa de los estudiantes ponía muy de manifiesto la condición social de los chicos y generaba divisiones entre los alumnos.

No se equivocaba: un simple vistazo permitía diferenciar a los chicos de buena posición de los que provenían de hogares más humildes. Filgueiras propuso instaurar un guardapolvo del mismo color que uniformara a todos.

Pero ni siquiera logro uniformar las opiniones: por un lado estaban los padres que consideraban descabellada la idea; y por el otro, los padres que la aprobaban no se ponían de acuerdo en el color que debía emplearse.

La maestra Filgueiras, empeñada en llevar adelante su idea, se corrió al centro, a la peatonal Florida, compro varios metros de genero blanco que pago de su bolsillo, lo corto y lo distribuyo entre los alumnos de la escuela. Les explico a las madres como debía ser el modelo de guardapolvo.

Algunos padres no estaban de acuerdo y protestaron.

La denuncia llego al ministerio de educación –al Palacio Pizzurno-, desde donde se resolvió enviar a un funcionario del Concejo Escolar a la escuela Cornelia Pizarro. El inspector recorrió las aulas, espió los recreos y entendió que la idea valía la pena.

Comenzó una cruzada a favor del guardapolvo en la que había que lidiar con padres rebeldes y otros que no entendían por qué la escuela gratuita los obligaba a hacer un gasto no contemplado en sus magros presupuestos. En muchos colegios se organizaron rifas y bailes para recaudar fondos y ayudar a otras escuelas en la compra de género para los guardapolvos.

Las inspecciones del Ministerio de Educación continuaron y el proyecto de Matilde Filgueiras fue aprobado de manera oficial en 1918: se envió una circular a todas las escuelas, recomendando que adoptaran el uniforme. En 1942 el uso pasó a ser obligatorio. Así nació el guardapolvo blanco, otro invento Argentino.

 

Fragmento del libro “Historias insólitas de la historia Argentina”, de Daniel Balmaceda

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